Qué hace un filósofo en un paisaje de terrazo y hojarasca

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Así estamos, dando batallas en las lindes del futuro con las palabras y la ferocidad de hocino de hace un siglo. Unos exhiben en la solapa la antigualla de “Comunismo o libertad y otros responden con el manido “Democracia o fascismo”, como si ambos eslóganes recogieran la sustancia de este tiempo de pandemia que acelera hacia un futuro incierto. Desde los extremos se emplea un castellano guerracivilista, eso sí, muy bien acomodado a los 240 caracteres del tuit, y a los memes y a los vídeos de YouTube y a las fotos costumbristas de los ochenta (el mercado, al granja, la fábrica…) Se debate sobre nuestro presente (es una manera de hablar) con las palabras y emociones más grises recuperadas del siglo pasado. Aún no sabemos por qué, pero el muerto se remueve después de ser enterrado definitivamente y los fantasmas del este frío regresan cuarenta años después de quedar sepultados entre los cascotes del Muro.

Nadie dijo que la democracia fuera un sistema político y de convivencia con vocación de eternidad, ni que la tiranía y la dominación podríamos controlarlas ni, menos aún, transformar en polvo de historias fantásticas a la manera de la serie “Juego de Tronos”, sacada de la obra de George R.R. Martin. Sin embargo, al menos en Occidente, ochenta años después de terminada la II Guerra Mundial, dábamos por seguro que lo nuestro tenía aún fundamentos para permanecer bastante tiempo más.

 

«El ojo del ciudadano más neutral tiene a todos los políticos por iguales».

 

A poco de descorrerse la cortina del siglo XXI, sin embargo, empezamos a darnos cuenta de que el mundo no marcha de la manera que imaginábamos. Y en esas estamos, dándonos de palos con las palabras (y la bilis también) del siglo pasado, quizás porque no nos atrevemos (puede que por miedo) a observar el boceto que dibuja en la boca del futuro la mano poderosa y mágica a la vez de los más avanzados: el dinero, la tecnología y sus talentos.

De esta manera sucede que, tras cuarenta años (¿qué tendrá esa cifra?) de denuncia abrasiva contra los políticos en democracia, estos están calcinados en su mayoría; la política y los políticos se miran con desprecio y todos nos llegan en ocasiones unidos a la imagen que tenemos del cieno. Unos serán, o parecerán, mejores que otros, pero el ojo del ciudadano más neutral los tiene por iguales. Buena parte de ellos no son aún conscientes del todo de tamaño desprecio y se niegan a admitirlo, pero han llegado unos sabios de la técnica política y electoral que convencen a los más ambiciosos y audaces de que no malgasten fuerzas en la defensa de los valores que les diferencian del contrario, eso no va a ningún lado, les dicen, pues son pocos de quienes les votan los que creen en ellos.

 

«Los programas electorales están desacreditados».

 

Las ideologías se derriten con el tiempo como los cirios encendidos en las parroquias; es el tiempo de las pasiones, las emociones fuertes, el derrumbe del contrario mediante el “hachazo de telediario” o la lapidación de de la imagen. El bulo, la mentira y la befa son los auténticos programas electorales: estos ya no tienen valor alguno. Están tan desacreditados como quienes los firman, así que algunos, como el PP, anuncian que los enviaran por WhatsApp y quién sabe si de noche; y otros, la mayoría, los improvisarán en la rueda de prensa, o el canutazo, cuando no haya a mano sorpresa mediática mejor que la de ayer.

Gana la simplicidad extrema; triunfan las palabras y lemas parecidos a los que utilizaban los vendedores de crecepelo. La campaña electoral es una suerte de mercado público en el que cabe y se oferta todo. Así pues, unas elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid, por arte de birlibirloque de una y otro, se convierten en una confrontación política nacional de especial interés. La señora Díaz Ayuso supo muy pronto que el ascensor que antes la elevaría a lo más alto de la política estaba en La Moncloa, se trataba de confrontar siempre con el presidente Pedro Sánchez.

Empezó a crecer a medida que hacía puños con él utilizando palabras retadoras. Y en la Moncloa advirtieron que la ambición de la presidenta bien podría servirles para dividir a un PP en construcción. En ello se anda. La campaña electoral, que empezó el pasado fin de semana, la dirimen el presidente socialista del Gobierno de España y la candidata del PP, aspirante a todo dentro de la derecha. Para alguno de los dos (o los dos, quién sabe) la partida acabará mal. La contienda viene urdida por el cálculo político de unos pillos. Así pues, qué hace un candidato como Ángel Gabilondo en este paisaje de terrazo y hojarasca, pues nada tiene que ver con el sentido común y la filosofía.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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