Hoy, coincidiendo con el primer artículo del nuevo año, es un buen momento para reivindicar el lema que preside este blog: “Nada está decidido”.
En estos días de las grandes apuestas que parecen profecías en boca de muchos: esto pasará y eso no; esto es cierto y aquello no; lo que se puede demostrar y lo que solo se intuye, etc., lo único que se puede asegurar siendo sensatos es que estamos en un tiempo desbocado e insultón y que los locos y embusteros parecen haberse apoderado de las lenguas que dominan los discursos públicos. En tiempos de enormes dudas, mudanzas y graves crisis, resulta que algunos con mala intención han descubierto quiénes son los culpables de todo: las democracias que aún perviven y se defienden, y quienes las representan.
Por ese camino fragoso venimos trastabillando los últimos tiempos, desgastando uñas y esperanzas año tras año.
Ayer domingo, ojeando la prensa, llegué a un artículo de Sol Gallego-Díaz, en El País, que titula -casualidad- algo así como “Nada está escrito”, y se centra en una reflexión sobre el nivel de compromiso público de los jóvenes del momento, aunque con interés especial en la generación de edad que va de los 45 a los 60 años. Viene a concluir que los jóvenes se aferran a su indigencia, y los más osados de entre ellos culpan a los baby boomers de sus penurias.
“Es cierto –escribe– que esa generación ha alcanzado los niveles de vida material más altos hasta ahora conocidos (…) Es la que promovió en el mundo el desarrollo tecnológico más acelerado, la que profundizó las instituciones multilaterales que habían puesto en pie sus padres (…) La que plantó cara en las calles a la guerra de Vietnam, promovió la educación universal y la sanidad pública hasta niveles desconocidos y la que acabó definitivamente con el colonialismo y marcó el mayor empuje al movimiento feminista (…) Las generaciones más recientes les reprochan que el mundo que han levantado les impedirá a ellos mismos alcanzar un nivel de vida similar (…) Si la batalla por la conservación del medio ambiente es uno de sus objetivos, deberían preguntarse por qué no disputan el espacio político necesario para ellos (…) La generación que tiene ahora entre 45 y 60 años (…) que gestiona realmente el mundo político, empresarial y financiero es, precisamente, la que no parece capaz de hacer frente al aumento del autoritarismo dentro de sus democracias”.
«El Occidente democrático pasa por su situación más comprometida».
No deberíamos creer, sin embargo, que son todos los que piensan y actúan de esta manera. Cabe pensar que son más prisioneros del sistema que lo estuvo la generación de los 65 a los 80 años. La nueva realidad creada por la globalización capitalista en las últimas dos o tres décadas les condiciona con mayor fuerza que las pasadas guerras o revoluciones y dictaduras, como la española, hicieron con los boomers. Al fin y al cabo, fueron aquellas generaciones las que consolidaron las democracias en Europa y más tarde en España y Portugal. Sí, un mundo joven desmovilizado y manso frente a la gran seducción de los fogosos, inmensos y emergentes poderes de la digitalización masiva, el arrastre ciclópeo de los nuevos grupos empresariales y la tela de araña con que se nos enreda llamada Inteligencia Artificial (IA).
Pero nada está decidido. Sin ir más lejos, los huties chiitas (¿quiénes son esos?) la han liado parda al lanzar cohetes de guerra contra buques de carga que pasan por el estrecho de Bab al Mandab y forzar a que las grandes navieras del mundo rehúyan la ruta más corta que une el tráfico marítimo de Oriente con Europa. El comercio mundial es entorpecido y más caro sin que nadie hubiera reparado en ello. Algo parecido, aunque más trágico, sangriento y de mayor y duradera trascendencia ocurre los últimos meses con la guerra imprevista que se libra entre Israel, los palestinos y sus aliados del entorno. La extrema derecha israelita en el poder amenaza cual David victorioso a un Goliat musulmán dividido y desatento sin que nadie se atreva a detenerlo. Los pasos diplomáticos de Norteamérica, multitelevisados en todo el mundo, que buscan la paz en la zona, no parecen ser más que otra forma de entretener a una opinión pública horrorizada y dar tiempo a que Tel Aviv alcance sus objetivos militares y llegue a controlar su perímetro de seguridad arrasando todo lo que lo entorpezca.
El Occidente democrático pasa por su situación más comprometida desde de la guerra fría, y es precisamente en este año 2024 que ahora arranca, cuando se dan citas electorales claves que pudieran despejar la incógnita sobre si todo se complica aún más, o sus resultados alumbran una cierta esperanza. El resto del mundo se anilla junto a China y otros grandes como Rusia, India, Brasil, Turquía, Arabia Saudí, etc., en tanto que en USA y buena parte de los países europeos pueden caer los partidos democráticos de sus gobiernos de forma alarmante. Rusia ya anticipa su victoria sobre Ucrania y decidirá qué clase de armisticio se impone, en tanto que la figura de Milei, bien mirado por USA, debería avergonzar en Washington.
«La desmovilización política en favor de la democracia es muy grande».
Así las cosas en el mundo, nada puede sorprender el arrebato radical que vive España. Nuestra extrema derecha contamina y condiciona a la que ella llama “derechita cobarde”, y un fugado en Waterloo llamado Puigdemont, que más bien parece un pirata malquerido de las novelas de Salgari, da la batalla al alimón, pero sin rozarse, no ya para ganar posiciones o privilegios, sino para que todo se hunda un poco más. Se ven mejor representados en los vociferantes y feroces ocupantes de los camiones oruga artillados con boca de serpiente que vemos en la saga de películas de Mad Max, que responsables políticos en parlamentos democráticos. Los dirigentes del PP hacen de tripas corazón y creen que tanta radicalidad los acabará agotando y ellos se quedarán con gran parte de su electorado; que ganarán más pronto que tarde en unas nuevas elecciones (o quién sabe si en una moción de censura: quien hierro mata, a hierro muere) y que, de nuevo, la derecha volverá a la moderación. Que los destrozos del momento “ya los arreglaremos nosotros”, como dijo Montoro cuando el PP de Rajoy atropellaba socialistas en la M30 del Congreso de los Diputados.
Sin embargo, el próximo después nunca será como los después del pasado. Si la aún joven democracia española derrapa contra el suelo como una añeja valla publicitaria electoral, ya nada será igual. Significará que habrán ganado la China de la eficacia y la Rusia de la determinación tozuda y la resistencia.
En Madrid, cuando pasado un año largo de pandemia se creía que se le podría mantener el pulso al bicho, una multitud universitaria, con miles de allegados, decidió celebrar la victoria con un enorme botellón en el campus universitario de la Universidad Complutense. Veinte, treinta o quizás cuarenta mil jóvenes lo celebraron con besos y cerveza en el mismo lugar que cuarenta o cincuenta años atrás sus padres e incluso abuelos, los boomers de ahora, corrían de las policías a pie o a caballo. La desmovilización política en favor de la democracia es muy grande. Sin democracia de calidad, a pesar de cómo animan TikTok, Instagram o el profético y millonario Elon Musk, no hay sol ni cerveza. Solo calentamiento global y negación de las personas.