Si damos por razonables los autos últimos del juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón, en los que relata que encuentra indicios razonables sobre la existencia de la mano negra del terrorismo en determinados episodios conflictivos del procès, podremos concluir y extrapolar con facilidad -aunque con pasmosa sorpresa- que venimos siendo atacados por un terrorismo sistemático durante décadas. Sin ser conscientes de ello y, por tanto, sin posibilidad alguna de reconocerlo en tantos episodios conflictivos como hemos vivido en nuestro país en los últimos cuarenta años. Porque, que recordemos, desde la muerte del dictador Franco, aparte de numerosos episodios dramáticos protagonizados por la extrema derecha en los setenta y primeros ochenta (golpe de Estado), los únicos terrorismos destacados que hemos reconocido y sufrido han venido de ETA, Grapo, Gal o Terra Lliure.
Pero el juez vallisoletano nos informa ahora de que la plataforma Tsunami Democràtic “podría” haber tenido “en mente” actuar al paso de la comitiva del rey Felipe VI por las calles de Barcelona en 2020. Así que el rey habría podido ser uno de los potenciales “objetivos” de la agitadora y en ocasiones violenta plataforma independentista. Añade, además, en otro de sus autos, que la irrupción del independentismo movilizado en las pistas del aeropuerto del Prat pudo contribuir al fallecimiento por infarto de un ciudadano francés que se encontraba en la terminal del aeropuerto en aquellos momentos de gran agitación.
El señor juez, quizás sin pretenderlo, nos descubre la gigantesca miopía de los españoles, que no hemos sabido apreciar la presencia del terrorismo en decenas de actos de protesta habidos en las últimas décadas. Desde las grandes manifestaciones y revueltas como consecuencia de la reconversión del naval en Ferrol y comarca, País Vasco, Cádiz o Cartagena; la violencia callejera de la reconversión siderúrgica en País Vasco o Sagunto; los petardos y barrenos que sonaron en las cuencas mineras de Asturias y León, y tantas más. Como la irrupción sorpresiva en las pistas del aeropuerto del Prat -sí hubo un antecedente- de trabajadores de Iberia y solidarizados en protesta por la adjudicación de unos servicios de esta compañía que ellos pensaban que ponían en peligro sus empleos.
¿Hay grandes similitudes entre aquellas protestas y las sucedidas en el tiempo de máxima tensión del procès? No parece. Ni siquiera en la intensidad de las mismas, duración, rudeza de las cargas policiales y respuestas agresivas de los manifestantes. Todavía están presentes en la retina del periodista escenas violentísimas de las batallas urbanas habidas ante el cierre de Euskalduna, esa acería simbólica en cuyo solar hoy florece orgulloso el Guggenheim. Todo se fue cerrando con acuerdos económicos y de protección social para los trabajadores despedidos; también con planes de reinversión en las diferentes zonas. Y a nadie se le ocurrió entonces, ni nunca, que todo o parte de aquellas refriegas y convulsiones laborales, políticas y policiales estuvieran movidas por el terrorismo o que de sus actos se derivaran acciones terroristas porque, entre otras cosas, se conocía muy bien qué era el terrorismo. Se llamaba ETA, que asesinaba por la espalda, acribillaba a balazos y ponía bombas y explosivos casi todas las semanas.
«Un artefacto para seguir enredando el relato».
Pero en la última semana, el juez considera que podríamos estar ante un posible caso de terrorismo, pues Tsunami Democràtic podría “haber tenido en mente” actuar… ¡Toma ya! ¿Por qué llega a dictar un auto de este tenor? Supongo que no somos pocos los que tenemos una opinión que ni siquiera hacemos pública porque nos hace sentirnos mal, o acaso por vergüenza. Aunque puede que el peor trago lo esté soportando un buen número de sus compañeros en la judicatura (¡¿A dónde va este?!), ahora muchos enfadados y molestos a propósito de la amnistía en marcha para los encausados del procès; ayer, por causa del vaivén interminable entre gobierno, PP y alta judicatura; y desde hace más de cinco años, a consecuencia del desacuerdo crónico para elegir el nuevo Consejo General del Poder Judicial.
El penúltimo recado del juez, con todo, parece más el empeño angustiado de un magistrado que se queda sin recursos y argumentación para seguir estirando su relato jurídico, que algo suficientemente pensado y sólido. Estaríamos, como escribe Ignacio Escolar, director del eldiario.es, ante un ‘macguffin’, palabro inventado por Alfred Hitchcock, que servía de embeleco o señuelo al director británico de la intriga y el misterio para despistar al espectador sobre el objetivo narrativo que perseguía en sus películas, o dicho de otra forma: un artefacto para seguir enredando y complicando el relato.
También es un episodio más -eso sí, tan delirante como engañoso- de un tiempo de retroceso del pensamiento. Como escribe el centenario y sin embargo lúcido pensador Edgar Morin: en un mundo cada vez “más tecnocrático, el progreso del conocimiento es incapaz de concebir la complejidad de lo real (…) Esto conduce a un retorno al dogmatismo y al fanatismo, así como a una crisis de la moral por el auge del odio y la idolatría”.