Lo cierto es que nuestra intimidad se desmorona por días; los traficantes de datos han creado un fabuloso negocio al que llaman progreso de manera descarada. Su depredación es masiva y llega a toda la humanidad, incluso la más recóndita. Ejemplos de las razzias que se ejercen sobre ella los seguimos a diario en multitud de medios de comunicación. Lo penúltimo que pudimos leer sobre este bandolerismo consentido y premiado se refiere a la creciente preocupación de las mujeres coreanas por ser grabadas en todo momento y en las situaciones en las que son más vulnerables. Es solo un ejemplo entre millones, en realidad, el “hurto de nuestra alma vulnerable” llega a mujeres y hombres (incluyendo niños y abuelos) de todo el mundo.
Es cierto, porque es real, que la fuerza que nos lleva en su barca es el dato, y quienes más y mejores datos acumulen sobre nosotros, antes los procesen y con mayor rapidez los lancen a cazar en el mercado son los ganadores. Es necesario recordar que datos somos todos y cada uno de los 7.500 millones de hombres que habitamos la Tierra y que, una vez descuartizados en trillones de átomos por la Máquina, nos convertimos en el negocio que mueve al mundo.
Los señores de la IA (Inteligencia Artificial), por ejemplo, parecen haberse inspirado en la cultura tan humana del cerdo (del que se utiliza todo, hasta el habla) para abordar al homus digitalis desde todos los frentes y ángulos imaginables hasta conocer de él infinitamente más de lo que sabe de sí mismo y, a partir de ahí, tratarlo como a un pelele feliz, pues todo lo que se le ofrezca consumir aparecerá ante sus ojos entre lo bueno y lo mejor.
La Máquina nos captura la intimidad con mayor precisión y provecho que la cámara fotográfica se apodera de nuestra imagen. Nuestro mundo interior, que se manifiesta en su dimensión más terminada en los sentimientos o emociones que expresamos y comunicamos, queda expuesto a las múltiples aplicaciones (en realidad, aspiradores) de nuestro teléfono. Este artilugio es el espía más extraordinario y fascinante de la historia: secuestra nuestra alma, filma nuestra vida familiar y social y conoce el color y el origen del calzoncillo del repartidor de Amazon que nos trae el pienso de nuestras necesidades y caprichos.
«La succión de nuestra intimidad por la Máquina va muy en serio».
En la calle, además, una emboscada de cámaras discretas recreará el surtido de nuestros pasos, y en esa reunión de coordinación con el cliente que tuviste la mañana de ayer, el pillo de su ayudante te clonó el proyecto que acabaste la tarde anterior e ibas a entregar a la competencia. Sabes también que la hija de Isabel, tan brillante, no fue aceptada en un departamento financiero de CO debido a su currículo digital tan tórrido. Estás seguro también de que ya nunca podrás vivir sin Google y que, si alguna vez quisieras alejarte de él, no lo conseguirías: esa empresa, o el clon evolucionado que pueda continuarle, no nos abandonará nunca jamás.
La gran mayoría de nosotros no nos tomamos a mal la eterna compañía de la Máquina. En realidad, lo que nos proporciona es bueno, barato y rápido. Y tenemos millones de opciones para elegir. A esto, hemos empezado a llamarle libertad. Podemos ir a cien cines o comprarnos el pijama a cuadros en mil zocos de Oriente con solo dar un clic. La Máquina es mágica, nos conoce mejor que nadie, pues todo lo que ofrece interesa o emociona. ¡Qué pena que no ganemos más de 1.100 euros! Conoce la talla del sujetador que te gusta, blanco, siempre blanco, todos blancos.
“La digitalización va a ser la polla”, comenta Andrés, un FP2. “Mi profe de redes nos ha demostrado que nos recomendará la comida que en realidad queremos cuando no estemos seguros de qué nos apetece comer. Y un instante el teléfono nos recordará lo que hemos olvidado y decidirá por nosotros en esos momentos, que son tantos al cabo del día, de confusión y dudas”.
Sí, parece que la succión de nuestra intimidad, emociones y pensamientos por la Máquina va muy en serio. Como también el suave masaje que ejerce sobre nuestra voluntad de manera imperceptible. Un creciente número de ciudadanos de los que todavía observa y estudia nuestro andar por el mundo más allá de la influencia de la Máquina sostiene que la papilla que nos sirve es el principal alimento del gregarismo humano, el primer gran paso para la aceptación de los totalitarismos. Sumisos, conducidos y vigilados, pero creyéndonos felices. ¡Ni los socialistas utópicos más desatados y poéticos alcanzaron tanta perfección profética!
«Internet paga nuestra intimidad».
Puede que, como consecuencia de este concubinato sistemático con el mundo de las pantallitas, legiones de jóvenes y otras muchas de los que ya no lo son tanto, hayan llegado a la conclusión de que libertad, en realidad, es poder tomar cañas cuando y donde nos dé la gana; o irrumpir en manada en las playas para edificarte en una borrachera.
El hijo de un amigo, de 16 años, exige a sus padres una cuenta para poder manejar la paga a través de Bizum. “¿Qué hago yo con 20 pavos en el bolsillo, papá? ¡Eso es de tu época, cosa de viejos!” El padre trata de explicarle el valor del dinero en mano cuando se caiga la red, o la corten intencionadamente. Pero no le hace caso. El padre, que se ve antiguo, piensa que por algo sería que, cuando se inventó el ascensor, a nadie se le ocurrió eliminar las escaleras.
Pero ahora somos tan inteligentes que no hacemos nada para detener la caída tan rápida del uso del efectivo, y hasta los bancos lo piden en su publicidad masiva. Lo cierto, sin embargo, es que el dinero y su uso son inmemoriales e Internet y sus aplicaciones, un invento reciente, eso sí, revolucionario. Claro que nos encarama a todos a su grupa y nos lleva en una única dirección: el poder absoluto y el dinero. Paga nuestra intimidad, nuestra libertad.