Z(c)endales

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

En mi infancia aprendí (y viví) con los cendales (con c) de por medio, es decir, con  estorbos, trastos, restos o jirones de mil enseres. “Quítate de ahí, cendal”, te decían cuando estorbabas el paso a alguien; o “Vaya cantidad de cendales”, cuando nos encontrábamos o nos sorprendía un cúmulo de objetos inservibles y molestos.

El sustantivo ‘cendal’ – que tiene otros significados a los aquí traídos – hace años que cayó en desuso; es más, no recuerdo haberlo oído fuera de mi pueblo y de algún otro de la baja Extremadura, aunque me llamó la atención encontrarlo en la conversación de ese español de Colombia tan rico, sonoro y evocador.

Ahora con z, el sonido, que no su significado, lo pone de moda la presidenta de la Comunidad de Madrid que, de esta manera, en recuerdo de una eximia enfermera, Teresa Zendal, ha querido llamar al nuevo hospital levantado para la distracción y la propaganda con la celeridad, atenuada, de los chinos de Wuhan.

Se trata, según los expertos, de un mamotreto proyectado para albergar hasta 1.000 camas en largos pabellones – que recuerdan a los hospitales de finales del XIX y primeras décadas del XX – previsto para situaciones de emergencia, que quedará en desuso cuando la urgencia remita, como fue el caso del hospital de Ifema, primera instalación de este tipo construida en España con fanfarria de fuegos artificiales.

Porque por mucha prisa que se den, cuando dentro de su enorme carcasa llegue a instalarse algo real y concreto: camas, médicos, enfermeras, auxiliares, material sanitario y clínico…. y no el ditirambo y la polémica que ahora lo define, habrá pasado “lo peor de la curva” de la enfermedad y ya nos sobrará suficiente pertrecho con los hospitales que ya teníamos en funcionamiento.

 

“Los políticos son los nuevos agitadores del espectáculo”.

 

¿Para qué necesitábamos los madrileños un zendal? Ah, pocos lo saben, salvo quizás sus ideólogos e impulsores. Solo se nos alcanzan algunas sospechas y una evidencia: la propaganda, la angustiosa necesidad del político o del empresario del momento por iluminar todas las pantallas con las que tropiezan nuestros cinco sentidos (el común lo dejamos aparte) de imágenes, sonidos, historietas y hasta emoticonos para atrapar nuestras emociones y encaminarlas hasta ese paraíso llamado entretenimiento y distracción.

Estos nuevos líderes mediáticos, reyes de las redes, con el movimiento hipnótico de la baratija en que vienen convirtiendo la cultura en la era que empuja la digitalización, sin embargo, aciertan. Logran esconder la realidad, que ni pueden ni quieren transformar, hasta tal punto que lo distinto, lo que fulmina y anonada es todo lo que necesitamos para vivir.

Así que aparecen nuevos políticos con la determinación de protagonizar el espectáculo mediático en que se ha convertido la cosa pública. Tras la crónica social arrinconada por el neobarriobajerismo que trajo la televisión valenciana hace más de 20 años con Tómbola, que pronto salpicó la práctica totalidad de la programación del resto de televisiones hasta cronifocarse en  varias de ellas, la tertulia política fue arrasada por la turbamulta partidista sin mascarilla de periodistas y otras voces airadas, y ahora le llega la hora a los políticos de ser ellos mismos los nuevos agitadores del espectáculo.

En Madrid ha nacido una estrella, que promete atracones de sorpresa y distracción, desde su atalaya multimediática de miradas y silencios con rizo. Con frases y poses que el guionista y estilista más osado nunca se atrevería a interpretar, atrae cada vez más miradas de embeleso y alucine.

Después de Tump – auto predicado como el hombre destinado a liderar el nuevo mundo y hoy, en su despedida, un hombre contra el mundo – a los políticos de corte populista, los descarados, oportunistas e inconscientes en promoción no se les pone nada por delante. Tras olvidar su verdadera misión, para qué los han votado y a quiénes sirven, se visten de ridículo y prescinden de la verdad, esa antigualla.

 

“Ya no nos preocupa ofender al otro”.

 

Adiós al decoro y al compromiso adquiridos con el elector; hachazo al contrario;  ejercicio diario en el eslalon que burla la ley y oculta las bajezas. Mentir y mentir como si fuera el mantra, la única, monótona y repetitiva salmodia que conecta al ciudadano consumidor con los nuevos paraísos, digitales, of course.

Algunos han querido comparar a estos políticos con los gamberros del punk musical. Se supone que por el descaro que comparten con ellos y la iconoclastia que practican. Pero no es cierto, el punk fue un guitarrazo contra el rock and roll que blandeaba y se hacía complaciente. Estos políticos mal comparados con el punk no tienen ni siquiera la conciencia de lo que se hizo mal en el inmediato pasado, al que utilizan solo como pretexto retórico. Les interesa destacar, explayar su ego oceánico en un ininterrumpido espectáculo narcisista. El subjetivismo de la época es tan grueso que ya no preocupa ofender al otro y mucho menos a la sociedad en su conjunto.

Así que de cendal (un jirón) pasamos a zendal (un hospital); de aquí a zendales (inventada moneda virtual que equivale a 100 millones de euros); y de ella, a la irrupción de una nueva estrella en el firmamento político que no tiene miedo a nada; una persona parecida a la inconsciencia programada para dar espectáculo y caña política. Un gran hallazgo en suma. Neoaguirrismo entre pijo y de tachuela.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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