Nuestro mundo político democrático da señales de colapso. Parece que la confrontación y la desavenencia máximas no tienen remedio ni fin. La España política no tiene otra querencia que la de correr alocadamente hacia el desfiladero. El juego preferido de los partidos políticos es el de taparse la salida unos a otros. Ven en esta manera funesta de comportamiento la mejor forma de aventajar al otro. Dicho de otra manera: su acción política prioritaria es impedir que gobierno funcione. Los que pensábamos que la desconfianza de la opinión pública en la política era excesiva, no tenemos más remedio que admitir que se nos agota la penúltima bombona de esperanza. Si ante una pandemia de la magnitud de la covid-19, con sus dramáticas consecuencias de todo orden, ganan bastos por goleada, aterra imaginar qué ocurriría si este país, dios no lo quiera, tuviera que hacer frente a una hipotética invasión o ataque extranjero: varios partidos se unirían al enemigo proclamando a voz en grito y entre banderas que defendían a la patria; porque los que más invocan a la patria son los que antes la traicionan (la historia está llena de ejemplos); su idea de patria son intereses disfrazados de mitos, leyendas y mentiras.
La pandemia política española deriva en las últimas semanas hacia el objetivo principal de truncar la voluntad del presidente Sánchez y su gobierno a cualquier precio, como sea. Para ello, Casado y su pupila en la Comunidad de Madrid reabren el depósito de arcabuces que Aznar utilizó con tanta dedicación y saña para echar a Felipe González. No es extrañar pues que Miguel Ángel Rodríguez haya reunido a parte de su viejo equipo y esté al frente de la propaganda popular. Y Sánchez, fiel a su personalidad y biografía, intenta salir del acoso de cualquier manera para continuar pedaleando desde la Moncloa. De ahí, errores tan enormes y significativos como pactar con HB – con el interés máximo de Iglesias -, la derogación completa de la legislación laboral de Rajoy al objeto de superar la enésima votación de prórroga del estado de alarma. ¿Alguien pensó que una decisión de este calado podría conducir al derrumbe de la Moncloa con su inquilino (Sansón sin cabellera) dentro? Parece que no. Cosa de la angustia, consecuencia de las prisas, argumentan.
“Todos contra todos menos la derecha y la extrema derecha”.
Y ocurre que la extrema derecha está moviendo el patio de la agitación, la opinión, y hasta la calle, mejor y con mayor provecho de lo que había imaginado. Movimiento que el PP apoya y del que se beneficia a placer (más que Vox): engorda sus expectativas. Ciudadanos, que observa que la tenaza expresa de PP y Vox para asfixiar al gobierno acabará por derretirlos, busca aire con un acercamiento táctico al ejecutivo que le sitúe en la posición de un partido de provecho y constructivo. Claro que este movimiento de caballo alerta a Pablo Iglesias que decide, una vez más, enseñar sus cartas y poderes a Sánchez y le dice que si tú pactas con Ciudadanos, yo impongo mi programa máximo: tú verás.
Así que el país es una avería. Todos contra todos menos la derecha y la extrema derecha, que se entienden, y los secesionistas que no han arriado ningún pendón. El gobierno y el PSOE no tienen más remedio que mover piezas mayores, no lograrán mantener la gobernabilidad del país solo con el juego de peones y algún movimiento de alfil mientras el rey y la reina vigilan. Tienen un gran fallo en la política de comunicación: ¿de qué les vale un PSOE desmovilizado, unos ministros y tantos portavoces con la boca cerrada no precisamente por la mascarilla obligada? ¿Qué esperan hacer con Pablo Iglesias que aprovecha – y se beneficia – de los furibundos ataques a Sánchez (y de sus errores) para exhibir músculo exigiendo la aprobación de su programa máximo. Echaremos en falta a Anguita, su mentor, pues el destacado político del programa, programa, programa se entendió, al menos, con la derecha aznarista. Iglesias, de momento, ni eso.