
¿Alguien que no sea del ramo ha estado interesado los últimos meses del coronavirus por el fútbol? ¿O por la cocina y sus encantos quien no viva de y entre fogones? Conozco a un escritor que continúa atónito pegado al televisor consumiendo noticias y espantos; a un empresario que se suicidó y a un directivo de empresa que, aprovechando la confusión de los primeros días de alarma, rapiñó la caja y huyó con la amante a nadie sabe dónde.
En tiempos de miedo y enorme desconcierto como los que venimos pasando, nos olvidamos de todo menos de lo importante: la salud y las dos vigas maestras que nos sostienen en este mundo: el trabajo (presente y futuro) y la familia (amor y cobijo). Lo demás son lentejuelas con o sin brillo, adornos para disimular nuestro trastorno. También sufrimiento indecible (¿qué va a ser de mi familia?); dudas y mareos permanentes; irritación (puto gobierno); resignación (¿qué puedo hacer?); calma chicha insoportable, y algunas canciones de amor. Porque cada rato que permanecemos asomados al balcón o la ventana es una mirada (deseada, melancólica o curiosa) a nuestro pequeño mundo que abarca desde la inmensidad del cielo, al paseo lento de un perro de la mano de su amo, y el poderío en la voz de Aretha Franklin, que traspasa el cristal blindado del vecino.
Muchos futboleros se han descolgado de los programas nocturnos para la forofia (también yo); el maître no ve “Canal Cocina”, y quien hace años dejó de comer pan se esmera en conseguir que crezca un buen bollo con el milagro que procura una pizca de masa madre. Todo va un poco al revés. El mundo pendiente de la pandemia y los más avispados (también muchos malvados) metiendo tralla y trolas en el vientre de los inmensos sándwiches informativos que nos atizan. El rico pretencioso exhibe el guiso de langosta por WhatsApp y el pobre de solemnidad es carne de telediario expuesto en las largas colas del plato de judías.
Nadie parece que vaya a lo suyo, a lo sumo está solo inmerso en sus angustias y temores. El dueño del restaurante no piensa en la carta que ofrecerá cuando abra, sino en las planchas de metacrilato con las que compartimentar las mesas. ¿Cambiará el desaforado mundo de la cocina que nos viene acompañando los últimos quince años? Eso no parece relevante, lo importante es qué va a decidir el Gobierno: ¿terrazas al 30 o 50% de ocupación? ¿Los municipales van a hacer la vista gorda o se portarán cómo unos cabrones?
«Qué nos encontraremos tras la densa cortina del miedo».
La fruslería que dominaba nuestro mundo de confort desigual, mentiroso y corrupto ha desaparecido como mosca tras el palmetazo. No interesa ni siquiera a símbolos de la vanidad como el Vogue que, por primera vez en su historia, llama a la gran artista Isabel Muñoz para que fotografíe a los héroes de nuestra guerra (sí, guerra) contra la pandemia: el panadero y la auxiliar de hospital inmortalizados en el papel cuché más celebre.
La mayoría sale a la calle de trapillo, como decían nuestras abuelas, y se deja invadir por el comercio online que nos llena de utilidades baratas y efímeras, la mayoría de Oriente – o de los miles de orientes instalados en nuestro Occidente – cuando apenas comenzábamos a darnos cuenta del “mal que nos ha hecho el amarillo” al llevarse hace años nuestras fábricas a sus valles y que, al necesitar con urgencia sus mascarillas, les puso precio de rescate o simplemente nos dijo tururú.
Así que iremos desescalando como quien anda a tientas, como ciegos o sonámbulos. Ya veremos qué nos encontramos tras la densa cortina del miedo. Porque a estas alturas ni siquiera sabemos si a nuestra hija la examinarán de 2º de ESO, habrá un aprobado general o en su expediente quedará para siempre una rayita por toda noticia de este curso. Me temo – y voy a anotar algo que merecería la tomatina de muchos – que el único que tiene algo claro de qué va esta barca llamada mundo es el Gobierno. Al menos viene produciendo centenares de decretos, órdenes ministeriales y atiende millares de urgencias. ¿Que nos confunde en ocasiones? Claro. ¿Que nos irrita en otras? También. Sí, y nos marea y se equivoca. Pero viene cosechando un enorme y hasta ahora no reconocido acierto: es el único que marca un camino. Porque la covid-19 nos ha dejado como a pollo sin cabeza. ¿Qué es ahora lo importante?