![Paula Nevado](https://www.pepenevado.es/wp-content/uploads/2020/05/PN-para-PN-34.jpg)
Buena parte del empresariado español – puede que del mundo entero y, en especial, sus grandes ejecutivos – está más que irritado, histérico. De la noche a la mañana, un virus canalla llevó a que los gobiernos cerraran sus negocios y empresas y enclaustraran a naciones enteras en sus casas porque las personas morían por centenares y no había otra manera de impedir el desborde de los hospitales, que empezaban a colapsar el sistema sanitario.
Aguantaron unas semanas, acaso un mes, pero de inmediato, visto que la pandemia no remitía y persistían los centenares de fallecidos y nuevos contagiados diarios, decidieron aparecer en tromba. Porque además, entre otros, un Trump incluso desbordado por la muerte, animaba a sus ciudadanos a que se manifestaran frente a la sedes de los gobiernos estatales exigiendo la apertura de fábricas, tiendas y negocios. También el calidoscópico Johnson, aún torturado por el mal, insistía en parecidas posiciones. La Alemania, que venía controlando mejor la pandemia, les servía de ejemplo: se anticipó, gestionó bien el problema y ahora ayuda a que la empresa busque su salida.
Así comienza el ataque desmesurado al gobierno al que se responsabiliza de todo; se le demoniza e incluso se llama a su asalto. La ultraderecha (y un PP entre Vox y la confusión) aparece para responder desde el frente institucional y político al grito de ¡Libertad, libertad, libertad! Comienza a cuajar el mensaje de que tenemos un gobierno presidido por un piernas enterrador, que no tiene ni idea de lo que se trae entre manos (citan con insistencia a Illa), que solo favorece a los suyos y a los que le ayudan a la ruptura de España. Sin economía no hay vida, así que hay que invertir la prioridad: abramos las fábricas porque (la muerte) de ancianos no puede impedirnos avanzar, manifiesta la patronal de Valladolid.
No quieren atender – o quizás es que no puedan porque no les cabe en la cabeza – a reflexiones tan claras y ponderadas como las del genetista y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Miguel Pita, cuando escribe en El País del pasado viernes que “el futuro de la transmisión está en gran parte en manos de nosotros, como si en un gran incendio cada árbol pudiese contribuir a evitar la propagación. Para tener éxito tenemos que tomar conciencia de que todavía no hemos conseguido nada en la lucha contra el SARS-CoV-2”.
«La covid-19 ha desnudado de nuevo al sistema económico imperante».
Difícil dilema. También para los que pudieran estar pensando en derribar al gobierno. Sostienen que el ejecutivo de coalición es lo único que impide que la economía comience a tirar. Ni siquiera han reparado aún en que en realidad todo saltó por los aires cuando la covid-19 se adueñó del mundo como un incendio arrasador y derritió la cadena de la bicicleta que mueve sus negocios en gran parte del globo. La mayoría eran poco más que la imagen o fachada que exhibían; vivían al día, estaban entrampados, se movían solo por las expectativas de crecimiento y riqueza que les adelantaban los mercados que no eran verdad, sino el resultado de algoritmos dopados.
Así que aquí nadie pide cuando se comienza a poner orden en los enseres que quedaron tras la riada – aún no acabada – sino que le dejen poner en marcha lo suyo de inmediato, como si (lo suyo) pudiera ser ahora como era tres meses antes. Se han desatado unas demandas y exigencias hasta cierto punto imposibles de satisfacer: los defensores de la autorregulación y el Estado mínimo, exigiendo respuestas económicas enormes al gobierno y Bruselas. Y muy pronto serán titular de portada las ayudas millonarias que se les conceden a los desempleados en detrimento de las empresas; claro que no se destacará que estamos por debajo de la media comunitaria en ese menester.
Sí, la covid-19, además de muerte, crisis y precariedad máxima, ha desnudado de nuevo al sistema económico imperante; la mayoría de las empresas y la práctica totalidad de los trabajadores tienen idéntica fragilidad que las hojas en otoño. Si no se quiere entrar a operar en el corazón del mal, peor nos irá y las crisis serán más frecuentes en el tiempo. Los problemas son globales y nos domina una huida hacia lo nacional, lo local y el terruño que, de triunfar, sería nuestro entierro. Cabe aquí recordar la inocencia del conejo que, al olfatear la presencia del hurón, huye despavorido a la madriguera para protegerse: precisamente el lugar donde con total seguridad será cazado más rápido.