Encuentros en la primera fase

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

La semana ha comenzado entreabriendo nuevos establecimientos para la gastronomía y el ocio compartidos. El Gobierno va en esta materia con mucha cautela, mientras que el sector lo hace con irritación, y temor también, pues la mayoría grita “no es esto, no es esto”, al tiempo que repudia las grandes limitaciones que se les imponen, muchos gastos y escasas expectativas de negocio.

De similar parecer, aunque expresado con caceroladas y otros estruendos primarios, se presenta la fachería y otras oleadas críticas conexas ante los límites que se marcan al amparo del estado de alarma. Como se supone que les ha ido regular nada más en su campaña de estruendos desde el balcón, llevan su carraca de las nueve de la tarde  (casi exclusivamente en barrios muy señalados y más en concreto en bloques de viviendas donde el humus franquista perdura gracias a que se riega y alimenta) hasta el asfalto de las calles y emprenden decididos saltos de protesta en grupos de cuarenta, cincuenta, sesenta… al grito de “¡Libertad, libertad, libertad!”

La mayoría no sabemos cómo encajar semejante anhelo sobrevenido hasta mentes políticas tan radicales y autoritarias, aunque, como apunta el humorista, quizás todo sea una manera elegante de traducir: Libertad para hacer lo que me salga de los h…”, menester, dicho sea de paso, en el que acumulan tantos trofeos.

Con el ruido de cortinajes en el estreno de la llamada Fase I (empezamos a cansarnos de las nomenclaturas y los ritmos de paso de la oca de tanto marketing comunicacional político) llega una nueva preocupación pública. Porque se nos va a medir con el comportamiento de estos primeros compases si hemos aprendido algo tras la pandemia, el largo confinamiento de toda una nación y la crisis que ello acarrea, o acaso poco o nada.

Y aún más, se observará si hemos sido precavidos, porque el bicho no se ha deshecho y permanece entre nosotros hasta el nuevo aviso de una vacuna, y si vamos reflexionado sobre cómo mejorar en adelante nuestra relación con  el  consumo de calle, tan lleno de exageración y demencia como florido de narcisismo excesivo. Porque se trata de ver si mantendremos intacto, o iremos modulando, el ocio de la manera en que lo vivimos hasta que sobrevino la pandemia, con su componente social y emocional extremos, todo transformado en experiencias únicas, sea tomar un helado de maracuyá y moras o trepar hasta la cima del Kilimanjaro.

¿Seguiremos proyectando éxito y felicidad a raudales a través de los trillones de ondas e imágenes que nos proporciona el teléfono?

 

«Estamos obligados a crear otros empleos que no sean precarios».

 

Porque la crisis contuvo primero, y estrelló en una tarde, la inmedible ola consumista cuando el mundo de color de la cocina había perdido su perspectiva más genuina y básica: alimentarnos y hacernos convivir con disfrute ese tiempo. Hicimos del cocinero un dios pagano y de la franquicia, nuestro moderno milagro de la multiplicación de los panes y los peces.

Estamos en la encrucijada de olvidar la severa advertencia recibida y  retomar el consumo del lucro y el empleo masivos, o repensar tantas decisiones que tomamos antes con tan poco acierto. Las primeras noticias que nos traen los medios de comunicación son poco esperanzadoras. Menudean las avalanchas sobre las tortillas de Betanzos o las clóchinas en Gandía, y quién sabe cómo habrán escapado esas raciones de pescaíto frito en los chiringuitos del sur.

Porque no pocas autoridades locales y autonómicas ayudan de aquella manera, solo el Gobierno y su primera cara, Pedro Sánchez, se aplican con diligencia en la advertencia y la contención. Pero tampoco ayudan la mayoría de iconos de la restauración moderna que callan como casi siempre, porque opinar no va bien con su negocio. Es más, cuando hablan, como es el caso del afamando gurú Ferran Adrià (con Arzak y con él empezó todo), viene para decirnos que: “Todo aquel que se lo pueda permitir que consuma, consuma y consuma…” No parece deducirse, pues, de las palabras del enorme  inspirador de la gastronomía y otros placeres, que haya percibido la más mínima necesidad de congeniar el mundo de la mesa y el mantel con una, más que deseada, imprescindible salud social.

Consumir para consumir (para recuperar la economía y el empleo) debería de empezar a considerarse como una moda out, algo pasado. Habrá que conseguir empleo, claro, y mantener el prestigio que ha alcanzado la cocina española, claro, pero no con los procedimientos de antes intactos e incluso más afilados y exacerbados. Estamos obligados a crear otros empleos que no sean los de la masa y precarios. Alguna vez tendremos que encontrar otros nichos de trabajo algo más alejados de los modos de la selva.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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