El flamante presidente del PP pronunció en el congreso de Sevilla las siguientes palabras: “Yo he aprendido a negociar, a acordar. Vamos a firmar acuerdos. Que nadie cuente conmigo para participar en este entretenimiento infantil en el que ha degenerado la política española”. Anuncia un cambio radical en el PP. ¿Será verdad? Lo veremos muy pronto. Tiene en el almacén de la despolítica una enorme cantidad de desacuerdos esperando. La primera oportunidad la tiene fácil. Se trata de pactar con el Gobierno en el Congreso el Plan Nacional de respuesta ante las consecuencias de la guerra de Ucrania. Y tiene otra urgencia que huele, hiede muchísimo tras más de tres largos años de espera: la remoción de los miembros del Consejo General del Poder Judicial para llevar normalidad al funcionamiento y gobierno de los jueces y fiscales, demasiados años en una situación imposible, inédita, que debería avergonzar a toda la clase política, empezando por el PP, su principal bloqueador.
Así que se verá bien pronto si va en serio con las buenas intenciones manifestadas. Ni cien días de gracia, ni esperar a después de la celebración de las autonómicas andaluzas. Un hombre de Estado no puede dejar asuntos esenciales y urgentes para mañana o ya veremos. Claro que Feijóo llega a la presidencia de un PP en muy malas condiciones; un partido angustiado que recuerda al Barça roto del pasado verano, que ha de acudir al mercado de segunda mano de invierno a ver qué pesca. Al equipo culé parece que se le dio bien la incursión en el ojeo de enero, aunque en realidad es Xavi quien llegó para sacarlo del fondo. ¿Es Feijóo el Xavi del PP? Más allá de sus virtudes y larga experiencia, lo tiene bien complicado ya que el paisaje político que le rodea no le beneficia en absoluto.
Pero, ¿quién es Feijóo? ¿Es realmente el hombre de futuro llamado para salvar al PP del descalabro político, que no es otra cosa que Vox le dé un bocado en su femoral electoral? La extrema derecha está en su mejor momento. Crece en representación en cada cita electoral. La primavera también le sienta estupendamente. Si aprecian que el PP quiere buen rollito con ellos, le ofrecerán su más rizado y suave lomo de alazán; si pacta con el demonio de la Moncloa, tratarán de arrojarlo a la turbina de los grandes lamentos. A estas alturas, Vox no es el hijo díscolo que abandonó encabronado la familia popular junto a un puñado de amigotes; el chico creció a lo grande y disfruta de una familia formidable, casi tan amplia como la que blasona la gaviota. Y si Feijóo va a confrontar con él, tendrá en Vox un enemigo mucho más duro que los socialistas.
«Es difícil que el Gobierno aguante una inflación tan enorme».
Díaz Ayuso ha dado un paso al lado los últimos días. Hasta los aguafiestas más genuinos llegan a apreciar dónde está su límite. Pero, salvo que los últimos días haya tenido la caída del caballo de Pablo, no participa de casi nada de lo que viene proclamando Feijóo. La voz de pactos con Sánchez o los comunistas es tabú. ¿Con qué palabras expresará sus emociones si llega a ver por televisión firmas solemnes de acuerdos de su partido y el Gobierno entre ostensibles muestras de sonrisas y parabienes? Díaz Ayuso, como decenas de miles de militantes y electores del PP, está convencida de que el partido de los azules será grande de nuevo si atrae hasta sus siglas al hijo pródigo, o se confunde en él, eso sí con más sonrisas y vivas a la libertad. A estas alturas, cree que está llamada a ser la gran protagonista de ese reencuentro.
Tampoco ayuda a las pretensiones de Feijóo un país como el nuestro en estado de estrés político crónico. En este momento es una guerra la que excita en extremo y complica de manera notable las carencias económicas que arrastramos desde hace más de una década. Es muy difícil que el Gobierno aguante una inflación tan enorme como la que estamos entrando; ahora somos más frágiles y menos resilientes que cuando nos abrimos a la democracia en los años setenta del pasado siglo. Entonces soportamos una larga década de inflación de entre el 10 y el 20%. Todo ello puede llevar a una exposición de la yugular de Pedro Sánchez tan apetitosa que resulte muy difícil, acaso impensable, que no opte por dar un nuevo asalto.
Así que veremos. Las aperturas musicales esperanzadas de numerosas sinfonías no siempre indican que vayamos a escuchar una pieza gozosa.