“Cuando el oso ataca, no puedes negociar: o tú o él”. Son palabras de un antiguo militar retirado y lleno de remordimientos (el símbolo de la paz tatuado en el lateral derecho del cuello y la mano izquierda lustrando su vieja pistola M1911, calibre 45) del que había olvidado su existencia y que, hace unos días, reapareció al calor de las telarañas ardientes que estallan en Ucrania.
Toda Europa, España también, está en alerta. La gran mayoría de ciudadanos, muy inquieta; una buena parte asustada y una minoría creciente, deseando el asalto inmediato del gobierno. Pedro Sánchez es el objetivo principal, dado que es quien “mal dirige” esta nave llamada España en el mar de los Sargazos. En esas estamos. La guerra multiplica por mil nuestros problemas y anula otra vez las incipientes, y de nuevo retoñadas, esperanzas de salir de la crisis. La guerra lleva a que los socialistas en el gobierno confronten con sus coaligados de Unidas Podemos: ayudar a la defensa de Ucrania proporcionando armas, mantienen los primeros, frente al “no a la guerra” de los segundos. La guerra eleva el precio del gas, la electricidad y los hidrocarburos a cifras nunca antes conocidas y su efecto sobre la economía y el ciudadano es devastador. La guerra trae una crisis de abastecimiento de granos y oleaginosas que hace peligrar la alimentación animal y el encarecimiento inmediato de un producto básico como el pan y sus cientos de derivados. La guerra radicaliza a los sectores económicos y ciudadanos más afectados, enardece a la oposición política y puede acobardar al mismo gobierno. La guerra hace que se multipliquen las protestas, manifestaciones y paros, como el del transporte, que complican más aún sus negras consecuencias. La guerra, en fin, requiere de un gobierno diligente y una oposición que anteponga la defensa de la ciudadanía y aparte por un tiempo sus intereses políticos y electorales.
Pero también en la guerra, en ocasiones se dan – o se pretenden – los llamados golpes de timón políticos. La carta que envía el presidente Sánchez al rey de Marruecos Mohamed VI – “creíble, seria, y realista”, la califican los norteamericanos – está destinada a comunicar que España da un giro copernicano e histórico sobre la posición que venía manteniendo durante medio siglo en favor de la autodeterminación saharaui a través de un referéndum.
Existen políticos que al alud de la historia, o a causa de su propio celo y determinación, deciden cambiar el rumbo de los acontecimientos de manera sorpresiva y rápida. Como se viene diciendo los últimos años, son diruptores (rompen) con algunas de las causas consideradas inamovibles. Pedro Sánchez es uno de ellos; antes lo fue Adolfo Suárez y, más atrás en el tiempo, lo intentó un más inseguro Manuel Azaña.
«Tendremos un aliado más seguro y clave en el norte de África».
Desconocemos por qué, dos días después de darse a conocer parte de la carta por la casa real marroquí, no ha comparecido el presidente para explicarse. Parece increíble que no haya aclarado de inmediato las razones por las que une la posición española a la que ya tienen países como EEUU, Alemania o Francia, teniendo poderosas razones históricas, jurídicas y morales que aborrecen dar un salto hasta la otra orilla: provincia autónoma marroquí frente a referéndum de autodeterminación.
En tanto, se dan explicaciones, si podemos pensar que estamos ante otro salto arriesgado de un político que, a su manera, pretende ayudar a España a salir del marasmo de su enésima crisis, que se cronifica por más de doce años y nos devalúa poco a poco como país en el concierto del mundo. La determinación de nuestro presidente buscaría mayor reconocimiento y confianza de EEUU y las grandes naciones europeas. Porque no es poco romper con la causa saharaui, estancada durante medio siglo y a la que no se le ve salida alguna desde hace décadas.
Claro que no es menor, de consolidarse, el paso que da España y el mundo occidental al superar una causa tan hondamente sentida y para muchos justa. Tendremos un aliado más seguro y clave en el norte de África, un vecino en el sur que, no olvidemos, será frontera y bastión ante los movimientos migratorios crecientes y los agresivos grupos terroristas que pugnan contra Europa de Níger para abajo. Un país, también, que disputa el liderazgo del Magreb con Argelia; Estado que apoya la causa saharaui, es un exportador de gas clave para España, y que, de momento, ha llamado a su embajador en nuestro país a consultas tras rechazar con dureza la posición del presidente español.
«Estamos viviendo en Europa un momento dramático».
Una más que probable crisis – no sabemos de qué envergadura – con Argelia podría complicar aún más la situación conflictiva y peligrosa que vivimos y que, previsiblemente, se enconará más en próximas fechas. La inflación galopante por causa principal del alza de los precios energéticos, irrita al transporte, amotina a la agricultura y ganadería, inquieta a la producción industrial y, ojo, al bolsillo ciudadano.
Todo puede estallar. Porque este PP en crisis – entre Pinto y Valdemoro, entre pujos y arrebatos – bien pudiera olvidarse de la ducha escocesa a la que pretende someter al Gobierno, al otear que un tiempo de crisis adobada con crecientes paros y revueltas le pone el viento a favor para retomar su febril asalto a la Moncloa. Porque si Argelia atendiera la llamada de Moscú (no olvidemos que es su principal proveedor de armamento y el régimen argelino es populismo militarista), adiós a su gas y a la baza política española con su brioso debate energético europeo.
En todo caso, es claro que estamos viviendo en Europa un momento dramático que llega a todo el mundo. Un tiempo propicio para las grandes decisiones y los mayores cambios. Nadie hubiera apostado hace tan solo un mes que Alemania anunciaría un presupuesto de 100.000 millones de euros para armamento este año y se decidiera a exportar bombas, cañones y misiles a países y zonas en guerra. Pero ha ocurrido. La determinación del Gobierno de España sobre el tema saharaui es de parecido tenor. Hace años que no pocos responsables políticos creían que su estancamiento era insostenible; como se preguntaban por qué Alemania no movía un músculo en materia de defensa, cuando ya sabíamos que el mundo se caldeaba.