La guerra nunca sorprende, siempre es la muerte

Europa – y puede que todo el mundo – mira a Ucrania invadida y bombardeada por el ejército ruso. No tenemos ojos sino para la guerra y sus incalculables calamidades. Se acabaron las noticias, solo nos queda el estampido de las bombas. Hasta el PP en llamas deja de interesar (cosa que le alivia) y el pesimismo por la economía: subida de precios, caída del empleo… es todavía solo un remusguillo molesto en la boca del estómago. Las catástrofes impresionan y atraen (también duelen) más que ningún otro estremecimiento en el mundo, y aún más si las tenemos tan cerca.

Claro que, si la demencia criminal del dictador Putin persiste – pues ya ha anunciado haber dado la alerta nuclear – pronto sonarán nuestras propias en casa a causa de la subida de luz, el pan y hasta los ajos. La batalla que ahora se está dando en Kiev llega a toda Europa de una u otra manera, aunque, también es cierto que compromete más a las naciones del centro, las más contemporizadoras siempre con Rusia.

Sin embargo, Europa, tras el estallido del pasado jueves se despereza rápido. Polonia atiende a las decenas de miles de refugiados con diligencia y la mayoría de países comunitarios envían con rapidez grandes cargas de cañones, mantequilla y vendajes. La solidaridad es grande.

 

«El inicio de un nuevo relato político y público».

 

Aunque la mayor sorpresa la da Alemania, la nación a la que más perjudica la invasión después de Ucrania, claro. Scholz, su presidente, un hombre pequeño, reservado y muy serio, que había pasado casi desapercibido en la larga zalamería diplomática que las grandes naciones de Occidente regalaron al patrón de Rusia semanas antes de que ordenara el ataque, anunció el pasado viernes en su Parlamento el envío de una gran remesa de munición (misiles y obuses) y algo enormemente trascendente: que Alemania dispondrá de un fondo especial de 100.000 millones de euros destinados a la “modernización de sus fuerzas armadas” y aumentará el presupuesto anual de defensa al 2% del PIB, pues “necesitamos un ejército eficiente, de última generación, avanzado”.

Esta es, a mi juicio, la segunda gran noticia que proporciona Europa tras el anuncio de un amplísimo paquete de medidas económicas con las que golpear a Rusia. Alemania decide dotarse de un gran ejército después de que, en 1945, aplastada, los aliados vencedores le vetaran volver a tener un ejército de amenaza. Ahora es más que probable que nadie le ponga excesivos límites ni dentro ni fuera de Alemania.

El anuncio del canciller fue muy aplaudido por toda la cámara. Las grandes empresas de armamento y los enormes fondos que las financian están de enhorabuena. La mantequilla puede esperar. En 10/15 años, o puede que antes según las circunstancias, Europa entera, no solo Alemania, podría estar de nuevo suficientemente artillada. Otro futuro en el horizonte próximo; un escenario no contemplado por nadie; el inicio de un nuevo relato político y público; un cambio de paradigma en el mundo y, hay que decirlo, una nueva confusión para el ciudadano ya suficientemente despistado y averiado a causa de la enorme e indecente cohetería que producen las nuevas tecnologías.

 

«Todo lo demás es fuego, muerte y miedo».

 

La tercera noticia relevante nos dice que Putin señala muy pronto la amenaza nuclear: ha puesto en modo especial de combate su “arsenal nuclear”. Algunos observadores apuntan que se trata de una respuesta al masivo boicot económico anunciado por Occidente. Pero nadie sabe lo que se mueve en su cabeza, pues en el mismo momento en el que amenaza con nucleares, pide al gobierno de Ucrania sentarse a negociar sin condiciones previas. Es de suponer que los emisarios de Kiev estén bien adiestrados ya que se sentarán frente a unos rusos entrenados por el mayor trilero político del mundo que, a buen seguro, ganaría al jefe del hampa tunante en la Sevilla del siglo XVI.

Todo lo demás es fuego, muerte y miedo. Un pueblo en armas que exige a todo varón mayor de edad incorporarse a la milicia, y noticias que filtran ambos combatientes. No parece que haya periodistas – ni siquiera empotrados – en el frente ucraniano. Y aún menos en el ruso. Así que, a pesar del esfuerzo y riesgo de tantos corresponsales, poco sabemos de cierto sobre lo que ocurre en los diversos frentes vivos y abiertos.

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