Felipe González: el retorno

Seguro siempre. No duda, acaso solo modula algunas afirmaciones. Salió fatal de la Moncloa. La oposición popular y todo el reaccionarismo español derramó sobre su persona y figura política un diluvio de furia y odio. “Es el político español que más leña ha recibido después de Fernando VII, y mucha más que el mismísimo Azaña”, comentó entonces el enorme comentarista político Raúl del Pozo, que tanto le apretó también. Un tiempo después, en un impulso a medio camino entre el cinismo y el arrepentimiento, pretendió encontrarse con Felipe González en compañía de Paco Umbral. No los recibió.

Aquel Felipe González, que dejó la presidencia del Gobierno “amoratado como un santo cristo”, seguro que muy pronto pensó en rehabilitar su figura política sin necesidad de vengarse de sus miles de latigueros. Es probable que se impusiera hacer lo posible para no pasar a la historia de España como otro vilipendiado Manuel Azaña, aquel demonio traidor, el verrugoso comeniños. Y lo viene trabajando desde hace años con gran paciencia; sin las exageraciones y ventoleras tan del momento, solo hablando con rigor y mesura de nuestro presente y un posible futuro, como lo hiciera antes y siempre. Con instinto político y brillantez.

González se ha recuperado de gran parte de las heridas mortales, infringidas por la navaja de tantas mentiras y calumnias, sin esforzarse en demostrar que sus adversarios (muchos de ellos claros enemigos) se habían equivocado. Viene consiguiendo la proeza de que sean ellos mismos quienes renieguen de lo que dijeron al colmarlo de elogios por su ejecutoria política pasada y la sensatez briosa que manifiesta en el presente. Por donde quiera que pasa se le respeta, y hasta en el distrito madrileño de Salamanca (‘zona nacional’ se le continúa llamando, por algo será) en ocasiones se le aplaude y, en todo caso, no pocos se sienten halagados con tenerlo de vecino. Nada que decir si se le ve en cualquier otro lugar de España o Sudamérica: continúa atrayendo.

 

«Necesitamos líderes y relatos creíbles».

 

Ese Felipe González, recluido en su bosque de Guadalupe casi dos años por culpa de la covid, reaparece a toda luz coincidiendo con el momento tan temible de Ucrania invadida por el ejército ruso de Putin. Acepta la presencia en medios o espacios de singular difusión e influencia política precisamente en estos “días del miedo” que vivimos; cuando en Europa se libra una guerra que, como toda guerra, derrotará a todos, vencidos y vencedores. Un conflicto que no quisimos ver porque bastante teníamos con combatir nuestra crisis económica y tantos problemas más como el de atender al señuelo engañoso, pero tan excitante, de los llamados mercados: es la economía, es la economía…

Llega González y varios más – numerosos e interesantes la mayoría – para recordarnos lo que se ha venido insistiendo sobre Putin y su obsesión definitiva de reunificar la Rusia Imperial tiempo atrás, pero que no atendimos porque el mundo que se viene construyendo en el siglo XXI vive al día y estresado a consecuencia de las enormes obsesiones por crecer o sobrevivir. Este mundo, que atiende poco a la razón y a la historia, cómo va a hacer caso a la palabra de un experto que habla del pasado; bastante tiene con mantenerse oscilante en la bicicleta que rueda. Porque se transmite e inocula que no existe nada estable, todo es líquido y lo sólido se hizo relativo. La voz perdurable ha desaparecido del diccionario; nuestra obsolescencia está programada y no tenemos ni idea, ni nos interesa, de qué carajo es eso que llaman pasado.

Venimos siendo testigos, por ejemplo, de que una institución financiera secular, que opera en todo el mundo, se desmorona en un día, o una nación deja de serlo en una semana. Así que nada se considera estable, ni siquiera nuestra vivienda. Como todo nos parece perecedero, en casi nada confiamos.

Por ello es un lujo que aparezcan personalidades con capacidad de sugestión y gran llegada pública para explicar algunos porqués y verbalizar ciertas salidas en tan malos tiempos. Cabalgar a lomo desnudo de las interesadas narrativas políticas de rusos, chinos, norteamericanos o de Bruselas es más frustración que aliciente. Necesitamos líderes y relatos creíbles. En suma, personas en las que confiar.

Fotografía
Fuente: Unsplash

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