
España se parece cada día más a los Estados Unidos, no por su poderío económico, sino por su espantosa división política. La polarización crece entre nosotros de manera rapidísima. En poco más de tres años, el odio se ha expandido como nunca en décadas anteriores. Casi no se habla de izquierda o derecha, de PSOE o PP, sino de Sánchez y ultraderecha, de comunistas y fachas. Los últimos días, asistimos a un momento de especial exaltación: la práctica totalidad de los grupos parlamentarios atizan al Gobierno, incluso Unidas Podemos, que forma parte de él, se desmarca del presidente. Hasta el PP, tan presente en los medios, acaparador casi siempre de los mejores espacios, parece desaparecido. La imagen dominante es la de un país inquieto o asustado, de un lado, y cabreado y muy vociferante, de otro.
El país va mal. La guerra de Putin viene a reabrir la herida tan grave (todavía con puntos) producida por la crisis económica del 2008 y la pandemia aún no superada. Y Pedro Sánchez, ese presidente tan decidido, arriesga demasiado tratando de imponer unos tiempos políticos demasiado largos e incompatibles con la angustia pública dominante, que hace crecer huelgas tan peligrosas como la del transporte, atizada por la derecha y la ultraderecha por medio de sus innumerables altavoces. Nuestro presidente es un político temerario que cita con la femoral por delante al toro derechista.
«La polarización política extrema solo hará crecer odio destructor».
Porque las campañas agresivas permanentes y a menudo mentirosas contra él producen sus efectos. En este momento, es “lo peor que le ha pasado a España en ochenta años”, según la ultraderecha. Aunque lo realmente preocupante para él, su partido y sus votantes debiera ser que ese vómito verbal comienza a ser compartido por buena parte de la derecha y el centro político. Todo lo que declare, proponga o apruebe le será devuelto con el improperio más ajustado en cada momento.
Tiempo peligroso este. A Feijóo se le ponen también las cosas feas. Cada día que transcurre parece quedarle menos ágora desde la que explicarse y defender su anunciada intención de llegar a acuerdos con el Gobierno. Las soflamas contra él de los políticos de lengua larga, que tanto gustan de montar a caballo, serán cada día mayores y más sucias, y se verá si las encuestas (ese brebaje de porcentajes que tanto gusta a los últimos políticos) le permiten profundizar en las políticas moderadas que dice defender y que el país necesita.
Una primera clave la tendremos al conocer el contenido de su respuesta a las medidas que adoptará el Gobierno en los próximos días para tratar de minimizar los estragos que produce la escalada de precios salvaje de hidrocarburos, electricidad y, en general, de buena parte de los productos básicos que llenan la cesta de la compra. Como he anotado en comentarios anteriores, a buena parte de la oposición política, y no solo a ella, le viene de escándalo trasladar las calamidades de una guerra de fuera hasta nuestro patio nacional. Este escenario es tentador siempre para toda oposición política. Ojalá que el ambiente crispado y hasta cierto punto bárbaro del momento no le impida recorrer el camino que prometía. Porque la polarización política extrema hacia la que caminamos solo hará crecer odio destructor.