Camiones y ultraderecha

Comencemos por lo que más duele al país estos días: la huelga del transporte por carretera y sus protagonistas tan genuinos. Espigamos algunos datos expresivos que nos trae la prensa de las últimas jornadas. “Amazon no tiene ni un solo camión propio, opera con transportistas autónomos; tampoco lo tienen DHL, XPO Logistics, ni la gran mayoría de empresas de transporte urgente y paquetería, incluido Correos, empresa pública” . “De un porte por el que la fábrica paga 1.000 euros, puede que lleguen al transportista la mitad o menos”. “La intermediación en el sector es enorme, un gran negocio: puedes hacer transportes en los que sabes que ha habido siete intermediarios”. El sector, se piensa, “tiene un futuro oscuro por el difícil ajuste de márgenes y también por el relevo generacional”.

¿El transporte en la era Amazon tiene un futuro oscuro? Parece increíble, aunque la extrema radicalidad que hemos visto los últimos días y el enorme tesón que ponen sus protagonistas (continúan en huelga casi dos semanas) les otorga un cierto crédito a quienes así lo creen y se expresan. No se puede descalificar con apresuramiento y a la ligera a sus protagonistas como de extrema derecha (o tutelados por la extrema derecha). Es más que probable que algunos de ellos estén enrolados en Vox y bastantes más los que defienden su posición atacando con las palabras que este partido les sirve profusamente en sus comunicados y centenares de soflamas en redes sociales.  Se les puede acusar y aún descalificar por ello, pero sería tanto como quedarse en la epidermis de un enorme problema, ya que, en realidad, es la ultraderecha la que se aprovecha de su ofuscación y el caos que han generado para arrear a quien más le gusta: al gobierno de Pedro Sánchez.

Vivimos – también en el sector del transporte, tan esencial y crítico al tiempo para la marcha de la economía – las graves consecuencias para Occidente de la globalización económica que los gobiernos democráticos se ven imposibilitados para contrarrestar. Pues en nada ayuda, sino muy al contrario, un comercio libérrimo que se guía por pagar siempre un céntimo menos por todo; la soberanía de los mercados para marcar el rumbo de la economía y decidir el sentido de las inversiones; y las políticas nacionales, cada día más trasvasadas a Bruselas, en nuestro caso.

 

«Existe la percepción en las élites de que los datos de pobreza son falsos.»

 

El populismo no reaparece en Occidente porque Trump sea un superhombre, Salvini un nuevo Espartaco gladiador en la política o Abascal un visionario. Crece como consecuencia de tres décadas de laissez faire, laissez passer; barra libre para el vuelo de capitales, conocidos y opacos, por el globo, y más de una década de crisis donde solo han ganado las grandes empresas (y no todas), China y sus subcontratas en Oriente constituido en la fábrica del mundo y hoy en disposición de dominarlo.

Todo concluye en que los únicos vencedores del largo ciclo ultraliberal mundial han sido los grandes conglomerados multinacionales y los ricos que se desentendieron pronto de las penurias de los ciudadanos; sus salarios recortados progresivamente; recortes de los servicios públicos; alto desempleo cíclico; crisis de vivienda y, en fin, una pobreza generalizada en Occidente y en España porque, tal y como nos informa el INE, uno de cada cuatro españoles es pobre o muy pobre.

A pesar de la evidencia, existe la percepción en las élites más ideologizadas, despegadas y frías de que los datos sobre pobreza, que proporcionan organizaciones sociales independientes, son falsos. El portavoz popular de la Comunidad de Madrid, sin ir más lejos, afirma que no ve tantos pobres por la calle. Pero en realidad sí que le interesan – aunque relativamente, claro – como activo electoral. Es por ello su pertinaz insistencia en bajar los impuestos como “la mejor forma de crear empleo”. ¡Como si esos, pongamos que 200€ de ahorro anual, les fueran a llegar por otro lugar, en forma de empleo digno o ayudas sociales, por ejemplo!

Lo paradójico, sin embargo, resulta ser que el partido que con más ardor (todo en él es ardor guerrero) defiende las políticas ultraliberales (repasemos algunas declaraciones de Espinosa de los Monteros) pretenda ser el beneficiario electoral de sus peores consecuencias al abrazar al maltratado camionero con palabras viriles que suenan a marchas militares interpretadas por bandas de charanga.

 

«Nuestra salida aún es posible con Europa».

 

En cualquier caso, los partidos y las instituciones democráticas deberían de tomar muy en serio el crecimiento continuado del radicalismo político, pues no es un episodio pasajero; de la misma manera que es imposible frenarlo al compartir con él políticas y gobiernos. O se procede muy pronto al desmantelamiento de las causas más agresivas de la globalización que nos dominan hace décadas, o nos entregaremos mansos y pobres al totalitarismo.

Nuestra salida aún es posible con Europa. El sanguinario error de Putin ha llenado a los europeos de ofuscación y miedo, es cierto, pero nos ha unido como nunca. Algunos líderes europeos se han dado cuenta con rapidez del nuevo tiempo político en el que hemos entrado. Se trata de que insistamos en fortalecernos siendo fábrica de nuevo y construyendo con rapidez nuestra propia coraza protectora.

La globalización hizo posible que cientos de millones de ciudadanos voláramos sobre el mundo creyéndonos ángeles. Pero no lo somos. Y el teléfono nos llevó a pensar que el mundo fluía en nuestras manos y ante nuestros ojos. Pero nada de aquello tenemos. Todo es un trampantojo. Nuestra patria nunca dejó de ser la cuna donde nacimos, y nuestra nación y destino es Europa. Hace unos meses anunciaron una nueva variante más sofisticada del mundo mágico creado para hacernos disfrutar e imaginar. Se llama metaverso. Que en esta ocasión no llegue la nueva artimaña a engañar a tantos. Dejémoslo solo en un nuevo entretenimiento. El hombre solo es un hombre, no tiene ni sosias, ni avatar. Eso es solo superstición y literatura.

Fotografía
Fuente: Unsplash

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