La olla no admite más fuego

Escribo esta nota cuando de Francia solo conocemos que ha bajado la participación electoral. Otro mal presagio que añadir a los varios que preceden: gran escalada de la ultra Le Pen y del desmelenado por la izquierda Mélenchon, en tanto Macron encoge y el resto de los candidatos se disputan no ser el último de la cola. El asalto a la democracia liberal desde las urnas se acerca sin parecer que tenga remedio. El mundo en crecimiento constante que anunciara Milton Friedman e hicieran suyo Reagan y Thatcher achatarrando la morralla sindical y las gigantescas, escleróticas y carísimas administraciones públicas tan socializantes, se cae en pedazos. La globalización, ese gran invento con el que engatusaron a Occidente y trasladaron al mundo entero “entra en barrena”, en afortunada frase de la periodista de El País, Alicia González, y por ese tobogán pretenden que se despeñe, además, la democracia.

Es estremecedor cómo se viene confundiendo a los ciudadanos. La mayoría está convencida de que “estamos matando a la tierra”. ¡Qué error! Somos nosotros los que cavamos nuestra tumba. La tierra mide su existencia en miles de millones de años, en tanto que la nuestra, a pesar de que nos creamos dioses, no llega a durar el simple tic tac de un segundo. No vamos a llegar a salvar la tierra. De aquí al 2050, ese año mítico, podemos errar incluso más que durante el último medio siglo. La segunda década de nuestro XXI comenzó igual o peor que la anterior.  En 2008, sucedió la pavorosa crisis económica que hizo ver al mundo los grandes agujeros negros del sistema. El 2020 lo iniciamos con una pandemia mundial y, ahora, entramos en una guerra en Europa que implica a la totalidad de los Estados del continente. No es un conflicto bélico cualquiera: Rusia con China detrás, de un lado; y Europa y la OTAN, o sea EE.UU., de otro.

 

«No debería existir para el PP otro camino que la Constitución».

 

A pesar de tamañas evidencias y desahogos – los franquistas, en el Congreso, llaman Hitler al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez – reiniciamos la primavera política tras “la normalización” del PP como si todo fuera como ayer: un toma y daca de populares contra socialistas. ¡Como si los bárbaros no acamparan ya en las puertas de Roma! Todo parece indicar que el PP tiene un cierto parecido con esa famosa figura del mono que ni ve, ni oye, ni escucha… lo que viene sucediendo aquí y en el mundo. ¿De verdad importa más gobernar de tú a tú con la extrema derecha trumpista que defender las instituciones democráticas y la Constitución? ¿Se siente más confortable Feijóo en el traje de Orbán que con el corte de Macron o del mismísimo Rutter? Tiene que deshojar rápido esa margarita. El dilema es sencillo para un demócrata: con Vox o con la democracia liberal. No debería existir para el PP otro camino que la Constitución. La perspectiva de que el mal momento que atraviesan los socialistas (como si hubieran tenido alguno bueno en esta tercera etapa en el Gobierno) les inclinara por abrazarse con Abascal, sería un enorme error no solo para ellos, sino sobre todo para el país. El único papel decente que puede jugar hoy en Europa un partido que se considere democrático es sumar fuerza contra el invasor Putin y quienes crecen en adhesiones a lomos del descontento social a consecuencia del derrumbe ultraliberal, la crisis y el miedo creciente.

El PP, cuando le interesa tácticamente, proclama con énfasis y encara al PSOE para que gobierne la lista más votada en las elecciones. Claro que poco después, si no le viene a cuenta la fórmula, procede a realizar lo contrario. Ahora, sin embargo, sería un magnífico momento para que los dos grandes partidos se comprometieran en serio en este empeño. Se trata de que los demagogos y totalitarios no lleguen a gobernar.

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