Interpreta el diario El País de los datos que extrae de la encuesta encargada por su grupo editorial sobre situación política y expectativas electorales en España, que los ciudadanos valoran positivamente las grandes medidas adoptadas por el gobierno de Pedro Sánchez en los dos años de pandemia, pero suspenden la imagen del Ejecutivo. Parece un oxímoron, pero no lo es en absoluto en estos tiempos.
¿Qué desfigura la imagen del Gobierno? Está claro: el ruido político, la furia de las derechas, la lapidación constante de Pedro Sánchez y su gobierno de coalición con Unidas Podemos. La gestión de la pandemia hasta ahora, bien; las vacunas, bien; las leyes de eutanasia, reforma de pensiones y reforma laboral, bien; los ERTE, el salario mínimo, bien; incluso el dificultoso cogobierno con las Comunidades Autónomas, bien. Pero… el rozamiento constante – muy exagerado mediática y políticamente – del PSOE con UP en el Gobierno, el atosigante (¿indigerible, quizás?) conflicto con Cataluña y el ‘no’ furioso a todo del PP pueden más y los socialistas pierden votos.
La encuesta dice, o quizás sugiere, mucho más. Lo más llamativo es que la derecha crece por la calle veloz de la ultraderecha llamada Vox, dopada gracias a la cerril política de Pablo Casado y el PP. Cada tres votos que arrebatan en las urnas de la opinión, regalan más de la mitad a Santiago Abascal. Casado tiene el consuelo de que, a pesar de todo, crece en expectativas, pero la desgracia de que ya no puede detener su loca carrera emprendida contra Belcebú Sánchez so pena de regalar todavía más pastel a los señores de clarinete y retreta. La única que podría hacer despegar al PP de este “tanto monta” con Vox, al que se aproxima bajo la dirección de Casado, sería Diaz Ayuso. Claro que eso sería algo así como forzar a los señores de Génova a rezar el rosario en swahili.
Aunque quizás esta sea una visión demasiado catastrofista, porque Casado tiene bastante mérito con seguir arrancando votos y escaños sin hacer una sola propuesta de país desde que accedió a la presidencia del PP, le basta con dirigir insistentes y muy repetidos disparos para reventar a Pedro Sánchez y sus coaligados en el Gobierno. Porque el Gobierno en lo mollar de su desempeño, que es sencillamente gobernar tomando decisiones casi siempre arriesgadas, no escapa mal, pero sin embargo se caen los votos.
«A Pedro Sánchez lo abrasan a diario».
Así que lo previsible es que la leña política continúe siendo más dura si cabe. Del picotazo insistente de abejorros podría pasarse a la plaga de langostas, ya que lo más seguro es que el sanedrín de Génova entienda que la estrategia seguida hasta ahora es acertada y correcta. La inspiración en Trump y otros ganadores de la derecha feroz da buenos resultados. Incluso más de uno pensará que a Pedro Sánchez le ocurrirá como a Hillary Clinton.
Quién lo sabe. Quienes más preocupados deberían de estar tras de estos pantallazos demoscópicos son el presidente Sánchez, su equipo próximo y el PSOE. Tienen que hacer cambios profundos en esa zona decisiva, que se llama de manera un tanto cursi ‘imagen’, aunque en realidad no es otra que la comunicación política democrática de siempre. Porque, efectivamente (cantan los números) el gran fallo de este gobierno – más allá de la fatalidad de una pandemia descomunal – es sacar todos los días en procesión a su presidente cual santo cristo, cuando tiene una larga cohorte de santas y santos, algunos de ellos excelentes en el arte del relato y/o confrontar con el adversario.
A Pedro Sánchez lo abrasan a diario. Demasiado aguanta con la madera discursiva tan frágil que manifiesta. Ahora se comprueba que ha sido la buena gestión de su gobierno la que ha impedido que hubiera derrapado hasta la cuneta. Pero solo con la gestión no le vale para volver a ganar. Eso ocurría en otros tiempos, cuando los subsecretarios de obras públicas afirmaban que no había que dar notas de prensa sobre obras y excederse en inauguraciones, pues bastaba “con que el ciudadano viera el asfalto nuevo en las carreteras” (sic).
«Los socialistas lo tienen complicado».
La buena gestión sola no gana hoy elecciones. Al votante del primer tercio del siglo XXI le han descubierto nuevos registros por donde influirle que nada tienen que ver con que las carreteras mejoren o que el camarero y su familia hayan sobrevivido a la pandemia gracias a un ERTE. Ni siquiera ayuda la ideología; las nobles creencias de derecha e izquierda, centristas o liberales, hace años que vienen siendo achicharradas por los lanzallamas de las redes sociales y buena parte de los infinitos, y mal llamados, medios de comunicación, que solo acuden allí donde huele a sangre y se atiborran de likes, infinidad de likes, para presentar de inmediato al anunciante.
Los socialistas, vistos de manera desapasionada, incluso limpios de las capas de la basura que les cae a diario, lo tienen complicado, porque sin haberse casi estrenado en el arte del degüello dialéctico del adversario, hace tiempo que forman parte principal de “ese desastre que son los políticos”. Qué dirían de ellos si, por ejemplo, sacaran a pasear todos los días mil veces escenas ejemplares del franquismo en las que encastraran algunas caras del presente con sus apellidos. Se autodestruirían.
La derecha actual tiene menos escrúpulos; el agitprop político dominante es suyo, son política trap. A la izquierda le cabe, o más bien le urge, reencontrarse con la emoción de la gente sencilla, hoy descolocada y asustada, y empatizar con ella. Este terreno ni siquiera lo ha explorado. Urge conseguir que el ciudadano comience a hablar de que hay futuro. La derecha ya lo encontró: el mejor futuro y más urgente es echar a Pedro Sánchez de la Moncloa. Así de sencillo.