La bomba

La sensación generalizada en nuestro ultimísimo tiempo transmite que cada día que pasa sabemos menos cosas; la incertidumbre – con el miedo a la grupa – es nuestra única certeza. Aquello que parece verdad una mañana acaba transformado en patraña a primera hora de la tarde. El científico fiable por el que suspiramos la mayoría en los primeros compases de la pandemia covid pronto fue arrastrado por el torbellino de la confusión y el ruido que nos lo devolvió mutado en un influencer más entre la multitud de entendidos que tratan de hacerse notar y prosperar hozando en la actualidad.

La certeza – y no digamos ya la verdad que navega desmusculada y ciega hacia el hondón – es la caza más apetecida. Así, por ejemplo, España da los mejores datos de empleo desde 2007 y, sin embargo, domina la creencia de que estamos en la ruina. El desasosiego triunfante se asienta de tal manera en el relato popular diario que el ciudadano está más atento y deseoso de añejas verdades que de un futuro esperanzado.

Esta inquietud creciente tan destacada se encuentra más segura cuando tiene a mano un enemigo reconocible al que responsabilizar de todo lo que le perturba. En este quehacer se empeñan aquellos que buscan ser los dominadores. El último giro dado por la vieja economía, que se resiste al ocaso y aún mantiene un inmenso poder, ha consistido en lanzar al ágora mundial de discusión e intoxicación el debate sobre la energía nuclear vestida de verde para la ocasión. Más centrales nucleares (carísimas) como gran remedio para alcanzar los objetivos de descontaminación mundial fijados en la cumbre del clima de París.

Esta voz inesperada apareció en la Cumbre del clima de Glasgow. Entonces ya se anunció advirtiendo – más en la tramoya que proclamando en tablas, eso sí – que la tarea a realizar demandada por Kioto, y concretada más tarde en París, era demasiado grande como para que pudiera ser culminada en 2050. Llegar a esta fecha conteniendo las emisiones de efecto invernadero en las cifras de 1990 descompone el status quo del capitalismo mundial y lleva a nuestras sociedades a mudanzas radicales difícilmente asumibles por la mayoría de las empresas y los ciudadanos.

 

«Damos una zancada enorme hasta un serio conato de guerra fría».

 

Un ejército de lobistas en la cumbre de la capital británica dio un paso firme en esa dirección al conseguir que reapareciera en el debate público de manera estelar e inesperada la energía nuclear descrita como la panacea que va a contribuir, con total seguridad y en tiempo, a resolver el problema del cambio climático.

Ahora da un paso más al convencer a la Comisión Europea de que nucleares y energías renovables deben convivir y crecer juntas para hacer frente al cambio climático. Otro gran estremecimiento para Europa, que observa cómo se abre un nuevo y agrio debate que concluirá a buen seguro dando paso a una energía que no se esperaba en absoluto.

El aldabonazo informativo fue tan grande que, solo veinticuatro horas después de conocida la noticia, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas emitieron un comunicado conjunto en el que se comprometen a “evitar una guerra nuclear”. Aunque de poco les valió pues solo unas horas más tarde el gobierno de Pekín afirmaba que “China continuará modernizando su arsenal nuclear por cuestiones de fiabilidad y seguridad”. Como, por otra parte, hará el resto sin necesidad de que lo anuncien.

Así que, como el que no quiere la cosa, hemos pasado en cuestión de días de ser un mundo concienciado y perseverante en la lucha contra el cambio climático a otro sobrecogido por el recrudecimiento de una gran confrontación global. Y todo ha ocurrido al reaparecer en el discurso político de las grandes potencias la palabra ‘nuclear’ o ‘energía nuclear’. Damos una zancada enorme desde la problemática globalización hasta un serio conato de guerra fría, pasando por encima de la pandemia covid sin resolver e inundando el mundo de mayores dudas y miedo. Feliz 2022.

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