Hemos leído los últimos días que la mayor delegación desplazada hasta la COP 2021 de Glasgow ha sido la formada por los grupos de presión, y afines, que defienden a los productores y distribuidores de combustibles sucios: carbón, petróleo, nuclear y derivados. Se ha escrito que han llegado a las 500 personas. Habrán sido muy felicitados por sus patronos. Han frenado en seco la presión mundial en favor de una sostenida y creciente presión institucional, empresarial y ciudadana contra el incremento de los gases de efecto invernadero, hasta el punto de que el objetivo fijado en la cumbre de París de 2015 es hoy solamente indicativo.
China y la India, por ejemplo, llevan su cumplimiento a 2060 y 2070. USA se hace la remolona, no concreta nada y ha querido distraer al mundo entendiéndose con China y otros países para reducir las emisiones de gas metano un 25% hasta 2030. Vamos, atacar los gases de las granjas y grandes cocederos basurales, en lugar de implicarse en frenar a las grandes industrias petroleras. Además, Bolsonaro declara que o le dan pasta o continúa con la tala de la Amazonia.
Desolador, sí, pero no sorprende del todo. Se venía advirtiendo – más en la tramoya que proclamado en tablas, eso sí – de que la tarea a realizar demandada por Kioto, y concretada más tarde en París, era demasiado grande como para poderla culminar en 2050. Llegar a esta fecha conteniendo las emisiones de efecto invernadero en las cifras de 1990, se dice que descompone el estatus quo del capitalismo mundial y lleva a nuestras sociedades a mudanzas radicales difícilmente asumibles por la mayoría de los ciudadanos.
“Los estrategas de la industria nuclear han sorprendido al mundo”.
Ese ejército de los 500, y tantos miles más detrás, ha dado un paso firme en esa dirección. Porque, además, ha hecho que reaparezca de manera estelar e inesperada la energía nuclear descrita como la panacea que va a contribuir con toda seguridad a resolver el problema del cambio climático.
La gran opinión pública no se ha enterado de la receta mágica hasta los últimos días. Es más, la mayoría de la población, incluidos dirigentes políticos, creía que las centrales nucleares aún en funcionamiento habían entrado en la edad de la vejez esperando un óbito programado. Pero no.
Los estrategas de la industria nuclear han sorprendido al mundo con una disrupción informativa fenomenal al pretender enterrar definitivamente el mundialmente conocido eslogan “Nucleares, no. Gracias”, que durante las dos últimas décadas del pasado siglo fue la pegatina del sol más brillante que exhibieron desde el jipi hasta el funcionario de gris, y que defendieron incluso las monjas de clausura.
“Encargando de nuevo la construcción de centrales nucleares”.
Macron anuncia el relanzamiento del programa nuclear francés; China informa de la construcción de al menos 15 nuevas centrales nucleares, y más de una docena de países comunican decisiones parecidas. Todo indica que se han puesto de acuerdo para hacerlo público coincidiendo con la COP de Glasgow y reivindicar la energía nuclear como parte sustancial para la solución del problema.
Así que el movimiento medioambientalista tan arraigado en Occidente, al menos, tiene una nueva tarea en la que emplearse: volver a demostrar al mundo qué hay detrás del lema “Nucleares, no. Gracias”, porque al menos dos generaciones de jóvenes, incluida la de Greta Thunberg, no tienen ni idea de qué va eso del átomo y la electricidad y tendrán que convencerlas de que es altamente peligrosa; que no es necesaria y que la construcción de centrales nucleares es carísima.
Aunque quizás fuera más rápido y eficaz que, al menos, las televisiones públicas de las naciones de países especialmente implicados en la lucha contra el cambio climático emitan dos veces al año hasta nueva fecha, Chernóbil, la serie de HBO, a la que nadie ha podido refutar una línea de guion, que relata de forma dramática los estragos que acarrea un accidente nuclear grave.
Quién podría advertirlo, los estados encargando de nuevo la construcción de centrales nucleares, esa electricidad producida por la industria del plutonio más clandestina del mundo, que guarda tantos secretos como el mismo Vaticano, si es que esto es posible.