Unos labios en la botella de ron

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Ayer domingo dirigí mi largo paseo habitual hasta el campus de la Universidad Complutense. La Avenida Cardenal Cisneros, que lo parte, no ha cambiado en los últimos 40 años. Solo los comedores del SEU han desaparecido para dejar plantadas en su solar unas grandes oficinas del Santander y, al final, besándose con la gran torre de Biológicas, se plantó un agradable jardín botánico.

A pesar de las miles de horas de recogida basurera del sábado, las pruebas del gigantesco botellón de la noche anterior son abundantes. Entre el rescoldo vegetal del seto veo cómo brilla un beso de carmín estampado en el reverso de una botella pequeña de ron. Me enternezco. En aquel mismo lugar, en los años 70, hubiera sido imposible hallar huellas de este tipo de amor. Entonces, la protesta era de estudiantes vigilados y golpeados por la policía, incluso a caballo, por aquellas crestas que bordean las facultades de Medicina y las escuelas de Ingeniería. Era un lugar vedado para los besos, las risas, la música y las copas. El desencanto de los estudiantes se transformaba de manera habitual en ira y pedradas.

Han cambiado los tiempos, aunque dice más de lo que podemos imaginar que los jóvenes sin expectativas de estas primeras décadas del siglo XXI acudan a disimular su frustración al mismo circo que sirvió de campo de batalla a sus padres y puede que a algunos de sus abuelos. En realidad, unos y otros estaban y están contra el poder: los primeros, contra la dictadura y por la libertad; y estos, dando la espalda a un régimen que los mantiene en el paro, la penuria y el desamparo durante demasiados años y sin mayores expectativas en el horizonte.

Esta comunión de afectos, copas y, por qué no, sexo, además ha sido enorme. 25.000 personas, según cálculos de los siempre rácanos policías. Y se concentraron sin que ningún servicio de información lo advirtiera. Ocurrió como con la toma de Kabul; entonces Biden se enteró al salir de su misa vacacional; aquí, el rector se informó por la televisión.

 

«De los jóvenes casi nadie se acuerda».

 

Vivimos tan al margen del joven, que no reparamos a dónde va ni a qué hora llega. Pero las advertencias que viene dando durante la pandemia deberían ser más que suficientes para entender (y alertar) que está llegando al culmen de su hartazgo y que bien pudiera romper fuerte y saltar por un portalón que no será precisamente el de los fatigados setos del campus universitario madrileño.

La España en crisis económica, política, y bien puede que existencial, desde 2010, lleva demasiado tiempo enfrascada en lo que se llaman causas mayores. Economía, desempleo, Cataluña y la gresca lo canibalizan todo. Solo el asunto de las pensiones se ha hecho un hueco aprovechando un claro de la batalla, con tanta suerte que los niños del baby boom de los 50/60 casi se han asegurado las suyas.

De los jóvenes casi nadie se acuerda. Durante décadas, vienen siendo pacíficos y lúdicos; también bellos, tolerantes y verdes. No han protestado salvo en la casa de sus padres y sus mierdas las digieren entre amigos. Pero ahora, casi de manera inopinada, asoman a la curiosidad pública (pronto puede que sea expectación) exhibiendo su hartazgo ante tanta cataplasma que se les exige por causa de la covid. De momento, a una señora casi desconocida y menospreciada llamada Isabel Diaz Ayuso, la han elevado hasta disputar el liderazgo nacional del PP porque han creído que sintonizaba con ellos cuando se apuntó a aquello de la Libertad.

Irán a más. Y puede que descabalen proyectos y ambiciones de los partidos políticos que, de no ser tan torpes y miopes, lo hubieran tenido relativamente fácil con ellos, porque los jóvenes no son unos tiquismiquis que desean cosas muy raras o diferentes a sus padres: empleo digno, vivienda asequible, formación… Pero ahora, en su mayoría no creen en esos partidos dados a la gresca, que van a lo suyo cuando, además, “han fracasado al dejarnos un mundo sin horizontes”.

A estas alturas no les convencerán las ofertas electorales, por muy ambiciosas que sean. Puede que comiencen a atender el debate político si de verdad aparecen programas en los que el joven está presente (sea el protagonista) en la mayoría de las políticas públicas. Algunos todavía piensan que el voto joven no es decisivo a la hora de dar ganadores o perdedores, que esta prerrogativa la tiene el voto de los maduros o mayores. Se equivocan. El problema principal de las familias hoy son sus jóvenes. Si el voto joven logra movilizarse en serio, entonces sí que habrá cambio de veras.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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