No puede haber una España democrática sin concordia

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

El segundo acto de la tragedia es el duro, el del desgarro;  despiertan las furias y comienzan las grandes batallas.  Algo parecido viene sucediendo en la España política estos días: entramos en el segundo acto de la legislatura. El conflicto territorial es, por desgracia, la aportación española más escandalosa al mundo cuando este se encuentra sumido en un cambio de era impulsado por fenomenales procesos tecnológicos y empresariales junto con un deterioro continuo y muy grave de los sistemas democráticos.

Solo China – que en Occidente empezamos a identificar con el Mal – se muestra poderosa, decidida y pletórica, mientras que su gran contrincante, Estados Unidos, trata de superar su profundísima división al tiempo que su presidente Biden enciende una bengala de esperanza. España, por su parte, vive este tiempo inmersa en un (des)concierto político de rock gótico noruego. Ya quisiéramos tener al oído In Utero de Nirvana, el punteado de David Gilmour o el desgarro de voz maravilloso de Syd Barrett. Lo nuestro siempre es más bizarro. Tras la crisis del 2008 se proyectan todos los relámpagos sobre España, se agujerea  el bipartidismo, aparecen de nuevo ráfagas del miedo pasado y reverdece el problema catalán.

Es conocido por todos el bloqueo político al que la derecha viene sometiendo al gobierno en minoría del  PSOE desde el momento de su formación. Sabemos también la especial tensión que mantiene la Moncloa con el Poder Judicial y el Tribunal Supremo, y es muy relevante la victoria del PP en el Madrid de Díaz Ayuso, pues pulveriza definitivamente los restos de Ciudadanos y empuja a la otra parte de la derecha en conflicto, Vox, hasta una situación complicada, ya que el PP de Casado busca fagocitar a todo lo que huela a derecha.

 

«La antigua gran militancia del partido socialista se inquieta».

 

En esta situación de presión política máxima, el gobierno de Pedro Sánchez ha de retomar la cuestión catalana pasadas las elecciones en esa comunidad autónoma, que dieron mayoría a los partidos secesionistas. Para que esta relación fluya y se pueda salir del atasco actual, el Gobierno entiende que es necesario promover un gesto de generosidad, con el único fin de mejorar la convivencia entre españoles, que se llama indulto total o parcial, reversible o no, de los 12 condenados a cárcel por el bárbaro asalto a la Constitución, su Estatuto de Autonomía, y a tantas leyes como procedieron aquel infausto 1 de octubre de 2017.

Pero los posibles indultos sobre los que trabaja el Gobierno se presentan a la opinión pública de manera histérica como traición a España y algo bien ruin: el salvoconducto que se da Pedro Sánchez para mantenerse en la Moncloa al asegurarse el apoyo del mundo separatista y la ultraizquierda. Y aunque pudiera haber algo de verdad en esta presunción, ¿no sería de parecida materia la ofensiva brutal de la derecha, que pretende liderar Pablo Casado, con el único objetivo declarado de derribar a Pedro Sánchez y llegar a la Moncloa con “un gobierno de salvación nacional”?

Así que a muy pocos les interesa hablar de lo que de verdad está en juego, que es otra cosa que salir de la situación límite en la que nos encontramos, no solo por el desafío separatista catalán, sino por la irrupción torrencial de otro nacionalismo, el español, que niega cualquier otro sentimiento emocional y político que no sea el suyo.

En medio de esta situación, la antigua gran militancia del partido socialista se inquieta, remueve y hasta parece temblar ante la determinación de su secretario general; y se posiciona contra los indultos con argumentos parecidos a los que manifiesta la derecha, cuando lo que en realidad subyace en este desencuentro político es el rechazo, y algo más, que viene acumulando contra su actual secretario general Pedro Sánchez. Pero esta presión amainará, aunque no sus ecos.

 

«La derecha española se empeña en recordar antiguos temores».

 

Más grave es la larga y persistente tensión que mantiene el Ejecutivo con el Poder Judicial y, singularmente, con el Tribunal Supremo. El dictamen emitido por su Sala Segunda, que rechaza en términos cortantes y definitivos el indulto, no puede ser más expresivo. El frente abierto entre togas y socialistas en el Gobierno merece una reflexión aparte, porque da señales de un posible enfrentamiento de consecuencias imprevisibles entre dos de los tres grandes poderes del Estado.

En plena erupción de este volcán político, un presidente, que tenemos por arrojado y valiente, ha decidido ir a los indultos. Lo que es, digámoslo de manera llana, algo insólito en un país donde la concordia y el pacto han sido algo extraño o excepcional a nuestra forma de entender la cosa pública tanto en la historia remota como la más próxima.

Todo recuerda a otro momento especialmente difícil de nuestro país. En los años 1979 y 1980, al presidente del Gobierno Adolfo Suárez se le acogotó de tal manera que le obligaron a dimitir y luego, por si acaso no estaba bien muerto políticamente, se le intentó rematar con un golpe de Estado. Ahora no estamos ni en esas ni en parecidas, pues el ejército, por fortuna, dejó de ser el gran intimidador de España. Claro que la derecha española al completo, vestida con el traje rojo y gualda de faena, se empeña en recordar antiguos temores.

Pero no hay marcha atrás. Nos jugamos la convivencia futura de los españoles más que un gobierno de derechas o izquierdas en la Moncloa. Si alguien en el PSOE o el PP entienden esta contienda como el medio más adecuado para mantenerse en el poder los primeros, o alcanzarlo de inmediato los segundos, el problema aún será más vasto, porque jugar a tomar el gobierno con estos materiales no es cosa de políticos razonables, sino de ignorantes o canallas.

 

«El papel más difícil de este drama lo tiene Pedro Sánchez».

 

Los socialistas en la última etapa democrática de España siempre han tratado de buscar el entendimiento con otras fuerzas de izquierda y pactos con el nacionalismo y los conservadores. Ahora, sin embargo, si el PSOE se plegara al planteamiento de la derecha nacionalista española, sería tanto como apoyar un 155 permanente o dar una patada al Título VIII de la Constitución.

El papel más difícil -puede que imposible- de este drama lo tiene Pedro Sánchez. Cuando tome la decisión de indultar a los condenados del procés, será un traidor a España para la derecha y un medroso cobarde para el independentismo.  Porque, ¿qué puede hacer?  Como bien escribe Javier Cercas en El País del pasado domingo: “Cambiar la complicidad con el nacionalismo por la complicidad con la derecha es cambiar un error por otro”.

En momentos como los que atravesamos, se percibe mejor que nunca de dónde arranca la más grave anomalía de España. Fernando VII: absolutistas y liberales; después, carlistas e isabelinos; restauración monárquica más tarde con sus conservadores y liberales, que se repartían votos, regalías y corrupción. Y la dictadura de Franco, España como colofón. La II República intentó revertirlo y más tarde la Constitución del 78. Aquella fue arrasada y a la vigente Carta Magna hace tiempo que se la viene zarandeando.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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