Nuestro presidente es un saltamontes que vuela de tarima en tarima pública para anunciar buenas nuevas. Noticias, deseos y sueños se confunden en su agenda pública febril desde la victoria arrolladora de Díaz Ayuso, que agujereó su gestión política y llega a comprometer su futuro en la Moncloa. Gobierno y socialistas niegan en público que los resultados electorales de Madrid sean extrapolables al resto de España, y están tan en lo cierto como el PP está de lo contrario. En todo caso, es un mero bla bla bla político.
En privado, claro, unos y otros manejan otras sensaciones. La más extendida entre los socialistas se refiere a que las elecciones anticipadas de Madrid les cogieron con el paso cambiado, en el peor momento: “Cuando aún no habíamos acabado de salir de la depresión covid y no teníamos noticias ciertas de los fondos comunitarios”. En Génova, por su parte, la euforia se expresa con la feliz sonrisa del hipócrita, pues lo cierto es que la victoria no fue de Pablo Casado, sino de Díaz Ayuso. Y no es lo mismo. Ahora ella no estará sometida a él, así que se vigilarán hasta el duelo final día y noche con el arma montada en el bolsillo.
Con todo, el presidente se lanza al discurso público con el apremio de quien tiene una necesidad física que satisfacer de manera inexcusable. Todas sus comparecencias tienen un saturado aire de trascendencia, únicas e imprescindibles para el futuro de España y los españoles. Y en pocos días de gira, a muchos se les antoja que el presidente está de bolos como los músicos en primavera-verano, apagan el televisor y piensan que cuando llegue a su ciudad ya verán si lo escuchan.
«¿Y el PSOE ha desaparecido acaso?»
También se preguntan por qué siempre es él quien está en la pantalla para hablar de todo. ¿No tiene vicepresidentas y ministros que le echen una mano? ¿No son más de 20 en el Consejo de Ministros? ¿Y el PSOE ha desaparecido acaso? ¿Vendieron la sede de Ferraz como estos días el PP se afana con la suya de Génova 13? Solo se oyen titulares estridentes de la mordiente, y en ocasiones felina, Carmen Calvo; del tosco secretario general del PP Teodoro García; de la resabida portavoz popular Cuca Gamarra; o los insultantes ametrallamientos verbales de Olona. Todo lo demás es Pedro SÁNCHEZ y las respuestas destempladas y negadoras que recibe de Pablo Casado. En suma: ruido, mucho ruido.
La manera de comunicar ahora en política y su eco lo desnaturalizan todo. El ciudadano se entera de bien poco. Solo le alcanzan las soflamas envenenadas, envueltas en titulares o tuits, que endilgan los corrosivos. Así, por ejemplo, la presentación que hace Sánchez de la Agenda 2050 (675 páginas, más de un año de trabajo de especialistas independientes) se resume en los titulares ganadores de que subirán los impuestos y de que atraeremos 250.000 inmigrantes al año hasta el 2050. Parece una broma, pero es el resultado habitual de una comunicación que se expresa con el efecto devastador de aplastar al contrario por saturación de improperios: todos los días micro en mano para zarandear al otro.
Así se expresan los nuevos tiempos del debate político, produciendo miles de noticias, declaraciones y exabruptos que decaen al momento triturados por la munición ambiente de los contrarios. Miles de horas de trabajo de centenares de personas despanzurradas por el titular de una agencia de noticias. Es para mirárselo. Al menos la impensable Díaz Ayuso economiza en este crucial tema bastante. Con un chascarrillo, un desliz, equivocación o trola, tiene resuelto el titular del día.
«Más les valdría observar qué le pasa a la juventud».
Tendrán que mirárselo. De lo contrario, el presidente, su gabinete y el gobierno en pleno acabarán extenuados de arrimar tanta madera a la hambrienta máquina de la comunicación y, al cabo, obtener resultados tan magros o acaso deprimentes. Más les valdría observar con mayor atención, por ejemplo, qué pasa a esa juventud – desde los 18 a los 40 – que se quita la mascarilla y se va de juerga para quemar tanta decepción. Díaz Ayuso se dio cuenta pronto de su cabreo y supo hacer responsable del mismo a Sánchez.
Entrecomillo un párrafo de las declaraciones de Alessandro Baricco en El País del 23 de mayo: “La ciencia médica ha calculado en modo impreciso las consecuencias médicas del virus: enfermos, contagiados, muertos. Pero no puede contar el sufrimiento, el malestar, la soledad, la depresión, el cansancio, el envejecimiento… no tiene un solo índice que lo mida todo. Y no se puede tomar una decisión sensata teniendo en cuenta lo que afecta a nuestro cuerpo y no a nuestro ánimo”. Todo ello, concluye, tendrá más efecto sobre los jóvenes: “Los jóvenes tendrán el instinto de ese mundo distinto. Están muy nerviosos. Hay un resentimiento que crece porque han sido los grandes sacrificados”.