
Llama la atención – y también a la crítica – los numerosos viajes oficiales al extranjero que realiza el presidente Pedro Sánchez. Casi se nos había olvidado que los presidentes del Gobierno y sus ministros también salen fuera del país. Rajoy se quedó clavado como una seta en La Moncloa y Rodríguez Zapatero se proyectaba al mundo casi en exclusiva a través de su buen hacer en la ONU y la cooperación internacional. Felipe González y José María Aznar sí viajaron, en especial el primero. Y con ellos, el rey Juan Carlos. Pero en los últimos 15 años casi todo cambió. Los presidentes se centraron con preferencia en la cosa interna desatendiendo la imprescindible presencia exterior.
Los ministros de Exteriores hicieron lo que pudieron hasta que la crisis económica podó sus recursos hasta tal extremo que llegó a ser una tala. Así que la ausencia internacional de nuestros presidentes concluye teniendo consecuencias lamentables. Dejamos de ser relevantes en Bruselas, desaparecemos (o casi) de América Latina y el vuelo hasta el Oriente asiático en alza se hace demasiado lejano para nuestras débiles alas.
Claro que al tiempo que la España oficial y representativa se achica hacia afuera, son nuestros empresarios los que buscan vender fuera lo que aquí nadie compra a causa de la ruina que trae la crisis económica. Así que hemos llegado a vender fuera más que nunca cuando nuestros gobiernos se encerraban como unos perseguidos en su aldea gala.
Ahora, Pedro Sánchez, con una gran determinación, mezcla de interés nacional y propio (su promoción política internacional), rompe de manera radical con el quietismo de sus predecesores y vuela por el mundo como diciendo: “Amigos, en España hay un gobierno democrático, joven, activo y progresista”. Y se mueve mucho más que cualquier otro cuando los incendios políticos internos – la excusa de los otros para no salir del terruño – son más en cantidad y gravedad que nunca en democracia.
Estos últimos días ha viajado a Cuba, el país hermano que anteriores gobiernos desentendieron por cuestiones ideológicas, en tanto que otras naciones europeas se hacían con los negocios que allí aparecieron. Pero también defiende la venta de bombas a Arabia Saudita en su momento político más crítico de los últimos años, y deja pasmados a los “españoles muy españoles” cuando está dispuesto a bloquear el Brexit por nuestras demandas históricas sobre Gibraltar.
Tópicos y leyendas
Sánchez parece recuperar la máxima de que la mejor política interna se construye fuera. Ha tenido un buen maestro. El embajador y ministro Westendorp fue uno de los grandes artífices del enganche de España con la Europa comunitaria y quien guió con éxito al gobierno de Zapatero por los meandros de Naciones Unidas.
Muchos llegaron a pensar que el mundo nos vería como una nación democrática y moderna para siempre tras los éxitos de la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona en el 92. Estaban muy equivocados. En las décadas de los ochenta y noventa conseguimos salir del fango de la dictadura franquista, pero la leyenda tópica y demasiado cruel sobre España persistía y se mantiene. Tópicos y leyendas, en todo caso, como tienen todos los países grandes de la tierra que nunca dejan de luchar contra ellos. España se olvidó en los últimos años de seguir contando al mundo como crecíamos en democracia. Quizás algo de ello haya influido para que algunos jueces europeos y no pocas cancillerías y periódicos piensen aún que aquí nos gusta bailar con la barbarie a menudo.
Deberíamos aprender de los países que nunca pierden pie fuera y siempre son (o parecen) fuertes. Observemos el retrato que nos ofrece el Reino Unido los últimos meses. Atascado a causa de su peor decisión política desde la segunda gran guerra, el Brexit, pelea sin embargo como si aún fuera un gran imperio. Lo dijo Quevedo: cuando se agota el ingenio, debe quedar la figura.