El ojo de Bilbao

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

En la mesa situada junto a la ventana que mira a la Plaza Nueva desde el restaurante Víctor Montes (tan conocido en Bilbao como el Teatro Arriaga), dos mujeres jóvenes y muy bellas, madre e hija, ríen gozosas y se remueven sobre las sillas y bajo la mesa con alborozo contenido. Hasta la atestada barra sabatina llegan los aspavientos de sus brazos y cuchicheos felices. También el camarero que atiende el rango está atento. “¿Qué les divierte tanto?” “¿Dicen que es un ojo?” “¿Cómo?” “Están pelando los ojos de la merluza porque creen que son mágicos. Después de quitarle mínimas briznas de cáscara, dejando sobre el mantel restos como de uña desmenuzada, han encontrado esto…” Y muestra una bolita traslúcida perfecta. “Me la han regalado.” “¡Cómo está el personal!” “Son divertidas. Parecen artistas. Parecen francesas.”

Así está Bilbao, repleto de artistas viajeros; de curiosos por el norte; de interesados por lo que está pasando allí después de tantos años de bombas y muerte; de españoles y extranjeros sorprendidos ante una ciudad como imaginada: entre el cuento y el hierro, entre el verde de la lluvia y el amarillo de los árboles. No sé quién logró meterle en la cabeza del viejo Arzallus, cuando era todo el poder en el País Vasco, la idea loca de erigir un museo gigante de cristal, hierro y abstracción en el suelo donde aún se pisaba la ferralla desprendida de Euskalduna. Pero acertó de pleno.

Tras aquel ¡hágase!, Bilbao entró en el futuro. Porque el Guggenheim le proporciona tanta o más riqueza que la vieja acería; causa admiración y no mancha en absoluto. La nueva ciudad que edificó luego un alcalde para la historia, Iñaki Azkuna, es otra hoy, aunque sus calles burguesas de siempre sigan disfrutando de la misma manera. Y no digamos el mítico Casco Viejo. Tras las fachadas, de las que tan solo hace 15 años colgaban pancartas negras rotuladas con un agrio Preoak Kalera, y sobre las que revoloteaban las caras de tantos asesinos en banderines de homenaje, hoy se abren casas de diseño, tiendas de moda y arte y pequeños hotelitos coquetos.

La ciudad es una fiesta incluso en noviembre. Una fiesta de hambrientos porque si no has reservado con antelación no tendrás asiento en ninguno de los 20 restaurantes del centro que te atraen y no fallan. Es lo que nos ocurrió a este pequeño grupo viajero por la ciudad de los vizcaínos. Entre las ocho y las diez de la tarde/noche, y después de mil llamadas, obtuvimos la misma respuesta clónica: “Está todo lleno, señor, lo sentimos”. Así que resolvimos el contratiempo en los bares de la Plaza Nueva.

 

El ojo de las artistas

 

El sábado noche bilbaíno es lo más parecido a una Semana Santa sevillana sin pasos de por medio. Una bulla tremenda entre pinchos y música a todo trapo de grupos punk en su época de apogeo, cuando El Drogas era el rey de la barricada. Bastante variedad de bocados y también demasiado pan. Buena parte del repertorio culinario sobre las barras repletas ya lo habíamos visto hace 5/7 años. Pero en el Zuga la cosa cambia. Sus montañas adictivas de pinchos están ordenadas con la fantasía de las pastelerías del siglo pasado.

Pero fue en el Víctor Montes donde encontramos mesa al fin; la que dejaran las artistas francesas tan lentas, sonrientes y coquetas. Se levantaron y despidieron al camarero con un beso. La más joven mostraba una sonrisa tan imponente y sencilla como su espontáneo recogido de melena en un moño desordenado de modelo. La madre un cabello tintado como el sol del verano y de verde completo todo lo demás. Al cruzarse con nosotros, las saludé y agradecí que nos hubieran dejado la mesa. La madre olía a perfume suavísimo de higo. “¿Son ustedes francesas?” “Oui”, dijo la joven. Y a continuación, en un buen castellano con su acento gabacho, remató: “Bilbao es bonito y diferente, venimos buscando inspiración”.

Le pedimos al camarero que nos pusiera lo mismo que habían comido las francesas. El cogote de merluza al horno en su punto y el Rueda fresquísimo. Cuando pasaban las once de la noche nos llaman del restaurante Guria: “Nos ha quedado una mesa libre.” “Ya nos han adoptado con cariño en otra casa.” Le debimos de caer bien al camarero porque nos regaló el ojo de las artistas.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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