Feijóo: una victoria perdedora

Perro Sanxe” se colocó el insulto en la solapa en forma de chapilla molona. Y con él, miles de militantes y simpatizantes socialistas. El gesto simbolizaba la manera en la que el PSOE, y la izquierda en general, había dado esquinazo a la avalancha agresiva e insultante de las derechas, que se derramó perdida al cabo en el mar de la impotencia.

Pedro Sánchez, el político de las grandes hazañas, aún no estaba muerto como la propaganda electoral popular insistía de manera machacona. Los 155 diputados que le daban Michavila y otros (vaya patinazo de nuevo, amigos de la demoscopia) por seguros se quedaron en 136 escaños, insuficientes para sumar gobierno con Vox, partido que -este sí- perdía 19 escaños reales.

La lechera del cuento se derramó en la azotea de las victorias de Génova 13 de tal forma que empapó de su color blanco a toda la dirección popular menos a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso,  que salió al balcón de los vítores y laureles de rojo y semblante cándido de maliciosa dulzura, esperando su particular aclamación, como así ocurrió.

A partir de hoy Feijóo, ganador en escaños y perdedor en todo lo demás, hará todo lo posible (esperemos que no le dé por saltar la valla de los imposibles) por imponer su relato: el partido que gana tiene que gobernar, siempre ha sucedido de esta manera en nuestra última etapa democrática. Tiene razón en la última parte del razonamiento, pero no existe Constitución ni ley que obligue a ello. En España, preside el Gobierno el diputado/a que consiga ser votado por la mayoría de la Cámara de Diputados, igual que ocurre también en todos los parlamentos autonómicos. Basta recordar la manera en que se alzaron con el madroño madrileño o el Hércules de Andalucía Díaz Ayuso y Juanma Moreno: ninguno había ganado las elecciones.

Pedro Sánchez, por su parte, cuando llegue el momento, tratará de obtener la investidura presidencial. Lo tiene difícil. Los nacionalistas catalanes, y por imitación ahora, también los vascos, siempre quieren más. De su presión enorme, constante e insaciable vino el gran susto de la izquierda, que vio inminente su desalojo de la Moncloa. Claro que la catastrófica gestión de la llamada ley del “Sí es sí” ayudó tanto o más que etasbildus e indultos.

 

«Los españoles han detenido la embestida de las derechas».

 

De todo ello se hablará hasta la saciedad en las próximas semanas, y puede que meses. Así que hoy nos quedamos con lo concreto y confirmado la noche pasada:

1.- La hégira política triunfal tan resistente de Pedro Sánchez continúa. No es fruto de la baraka que pudieran indicar sus esponsales con Marruecos; ni siquiera de un notable talento político ni, menos aún, del carisma y la empatía, cualidades que tanto suman en estos tiempos de redes, colores y vanidad. Es consecuencia de tesón y resistencia política extremos; de no dar nunca nada por perdido; de la confianza en sí mismo y la ambición y devoción por unas ideas.

2.- La Europa democrática, tan intranquila como erizada estuvo la española, ha dormido esta noche pasada a pierna suelta. La posibilidad vendida como cierta en unas encuestas escritas con plástico de que España caería también en manos de la derecha extrema estremecía el corazón político e institucional de Bruselas y las grandes capitales comunitarias casi tanto como en nuestro país.

3.- Es posible que se abra de nuevo un tiempo de grandes batallas dentro del PP. La gran estirada popular y de Feijóo llegó hasta mayo; el calor tórrido del verano español la ha parado en seco al final de la galopada. No es un buen candidato, a pesar de sus reiteradas mayorías gallegas. Muestra una notable endeblez política y transmite más inseguridad que certezas. No ha dado señales inequívocas de liderazgo. En el mismo momento en que la práctica totalidad de barones territoriales desplazan a los socialistas de gobiernos, ayuntamientos y diputaciones, ni él ni su equipo (o equipos) político y electoral han podido derribar a Pedro Sánchez y la gran movilización última de la izquierda.

El ruido, la furia y las mentiras llegaron hasta donde les llevó su pólvora. Sin la ayuda decisiva de un liderazgo, la mayoría de las veces no se gana. Es lo que ha ocurrido. La decepción de la derecha española, aunque haya ganado las elecciones, es enorme; tan grande como la euforia en la izquierda. Claro que el alborozo de unos y la depresión de otros acabará así que se apague el mes de agosto.

El mundo no va bien y Europa, además, enfila hacia un nuevo tiempo de austeridad económica, mientras la guerra en Ucrania continúa y puede que se cronifique hasta al menos ver qué ocurre en las elecciones norteamericanas. Los electores españoles han detenido una gran embestida de las derechas. Vendrán más. Lo que no es seguro es que retornen lideradas por Feijóo y de que en la otra esquina del ring imaginario esté Pedro Sánchez.

En la política española todo fluye menos la mentira y el odio: estos continúan cociendo furiosos en la olla de la bruja.

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