
La inquietud generalizada en amplios sectores democráticos, la izquierda española y, en general, la comunidad política europea a causa de los pactos entre el PP y Vox para formar gobiernos autonómicos y municipales, que animan a serrar puntales troncales de nuestras vigas democráticas, no es tenida en cuenta por el PP y mucho menos entre los eufóricos militantes y votantes de Vox.
El PP tiene una larga y exitosa tradición en tragarse, o sencillamente fulminar, a todos aquellos partidos de índole nacional, regional o local con los que se ha visto obligado a pactar para hacerse con el poder y gobernar. Existen decenas de ejemplos. Ha hecho desaparecer a la práctica totalidad de los partidos que le hacían sombra electoral, bien integrándolos, bien arrollándolos electoralmente o torpedeando su financiación y prestigio. No pudo con los nacionalistas catalanes y vascos, es verdad, aunque en Galicia no ha dejado que crezca siquiera una brizna del galleguismo histórico moderado. Solo le queda Canarias, pero a las pocas horas de conocerse los últimos resultados electorales, ya baila agarrado con Coalición Canaria. Con Vox tratará de proceder de manera parecida. Al fin y al cabo, son carne de su misma carne: un grupo desgajado de la tutela de Génova al que el tiempo histórico le ha venido de cara y ha tenido suerte.
El PP es un partido muy rodado y experimentado en la tarea de atraer y luego engullir y, sobre todo, en el ejercicio de sobrevivir en las grandes catástrofes. Hay que ver con qué tenacidad, cinismo y cara dura ha sabido zafarse de la inmensa lava de corrupción que se derramó sobre sus principales dirigentes. Y años antes, del escalofrío de la guerra de Irak, de cientos de miles de españoles en manifestación constante durante meses y Aznar que sigue en sus trece a pesar de tener más del 90% de la población en contra. Y, en fin, de los atentados de Atocha, donde se fundieron con la mentira como único asidero de salvación. Sí, perdieron algunas elecciones, pero se rehicieron pronto.
Hoy, tras una excelente gestión del gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez, que debería haberse traducido en grandes réditos electorales, se encuentra, sin embargo, con un éxito electoral inapelable en autonómicas y municipales y espera formar gobierno este verano tras las elecciones generales del 23J. ¿Baraka? Algo de ello hay. Los vientos de autoritarismo que recorren el mundo se ponen a su disposición, como también empujan a la extrema derecha de Vox. Pero el PP sabrá aprovecharlos mucho mejor que los verdes del toro si logra torcer el pulso de Sánchez el 23J.
«Para el PP, Vox no es más que otro puerto difícil».
Vienen de gobernar en repetidas ocasiones el Estado. Lo conocen mejor que nadie. Sin duda, mucho mejor que los socialistas. Son codiciosos y saben rearmarse en la oposición como nadie. Nunca están solos. Empresarios y altos funcionarios, magistrados, militares, empresarios, agricultores grandes y pequeños, clases altas y medias y hasta grandes desposeídos y una caterva de medios de comunicación y redes en auxilio no tienen remilgo alguno a la hora de ayudar o, si es necesario, atacar al adversario de izquierda con todo a su alcance. Recordemos por un instante con qué tono y aires de determinación y suficiencia se han expresado siempre Fraga o Aznar; Cascos y hasta el humorístico Rajoy, Cospedal, Trillo…
Este partido es un viejo tronco del que siempre acaban por retoñar dirigentes sin complejos. Ahora destaca Díaz Ayuso, que solo ha comenzado a pasear por los anillos toreros de España. Y también Feijóo, ese gallego, todavía flamante y en bamboleo, que igual muerde con firmeza que parece no tener dentadura. Así que lo más razonable es pensar que “lo de Vox” pudiera ser otro capítulo terco que le toca vivir y resolver en su ya larga vida bizarra y sin complejos.
Para veteranos inquilinos de Génova y de los restaurantes del entorno, Vox no es más que otro puerto difícil que el PP está obligado a trepar. Y lo hará. Para ellos, los señores del toro y el caballo son poco más que una moda que ha llegado para recuperar escenas de la ultratumba franquista y llamar la atención de sus votantes más extremos y ahora esperanzados por los vientos tiranos que trae el mundo. Y de paso, también, llamar la atención de obreros confundidos, jóvenes airados y de toreros. Sí, esos toreros clavados en el anaquel del tiempo como mariposas de colores, dormitando en la dehesa en declive por su mal hacer y la burricie de confundir tradición con eternidad.
«Sánchez está en posición de dar fuerte batalla electoral».
El PP cree que pronto este revival absurdo de machos y caballos, de mitos franquistas y reanimación de imperios comenzará a decaer. Así Vox vuelva a entrar en la onda popular tan nutritiva, comenzará a respirar de nuevo un aire más urbano. Volverán a mandar en despachos con grandes banderas y a mitinear desde iluminadas tribunas y balcones arrebolados de banderas. El poder -el ejercicio del poder- volverá a hacerlos iguales de nuevo. Los del PP se harán más de derechas y ellos se encontrarán más cómodos y menos irritados. Al fin y al cabo, todos han crecido juntos en las últimas décadas hasta hace pocos años en que zapateros y comunistas se les hicieron bola definitivamente y decidieron ir a por ellos como solo ellos saben: denunciando demonios desde sus caballos.
A este movimiento radical hasta el que se ha embarcado con su voto una parte sustancial del electorado -y sin duda las fuerzas sociales más influyentes- se enfrenta, en declive y en una única batalla, el PSOE de Pedro Sánchez, junto con los restos de mil izquierdas que se reagruparon en el último momento y de milagro en el Movimiento Sumar. El líder socialista viene de gestionar con éxito la etapa más difícil de España en lo que llevamos de siglo, pero está en grandes apuros. Recuerda de alguna manera aquellos momentos de la ya parece que remota transición democrática en la que un coloso Adolfo Suárez, después de haber torcido el brazo a la dictadura, tuvo que dimitir o fue forzado a ello.
Por fortuna para nuestra democracia, ese caso no se da ni puede darse en este momento. Sánchez está en apuros, sí, pero en posición de dar fuerte batalla electoral y política. Porque, aunque el PP logre engullir a Vox, como Saturno a sus hijos, en España se han puesto ya en juego elementos trascendentales como correcciones severas de libertades y derechos para todos y, en especial, para la igualdad de la mujer. El hecho de que el PP deje en manos de Vox, como si fueran marías, la cultura, asuntos sociales o el mundo agrícola no debería despistar. Es por ahí por donde viene penetrando el malestar contra la democracia.