
En el momento álgido de la irrupción en nuestro mundo de la llamada Inteligencia Artificial (IA) -ese fenomenal avance tecnológico que maravilla al género humano, pues anuncia que mudará casi todo lo que hemos venido haciendo y siendo los hombres hasta ahora-, ha sucedido un acontecimiento no menos extraordinario. Una mujer, una simple y menuda mujer, teñida como tantas y tantos, planta cara y dice ‘no’ a un señor superior que se tiene por la encarnación misma de la “auténtica izquierda” española. Un hombre que se presenta con una tarjeta encendida en la que se lee “Soy el que soy”; el auténtico Lenin que España nunca tuvo y que irrumpió hace unos años en nuestro escenario político para acabar, en primer lugar, con los mencheviques socialistas y, a continuación, conducir al pueblo español a esa nueva tierra prometida llamada paraíso comunista.
A los españoles no nos gusta enharinarnos con grandes temas. Los asuntos trascendentes e inalcanzables nos arroban; preferimos entendernos con las quimeras y olvidarnos de lo real, esa cosa tan molesta de aplicarnos en pensar en qué demonios somos, en qué situación nos encontramos y otear luego cómo amanece el horizonte. Nos dejamos encandilar con los fuegos falleros de la brasa política más vocinglera sin reparar en que, normalmente, los brillantes y robustos perfiles de las más grandes promesas son solo argamasa de cartón piedra.
El paso dado por Yolanda Díaz, sin pedir permiso ni ceder al miedo que imponía Pablo Iglesias y su grupo de abducidos, lleva a la política española de la izquierda a un nuevo escenario de esperanza, por un lado; y puede que también a un próximo episodio de tensión y distracción política. Podemos, o sea, Soy el que soy, principio y fin de todo, plantará batalla a lo anunciado el domingo pasado en el polideportivo Magariños de Madrid. Será sorda o ruidosa, pero sin duda enorme como el huracán en el que siempre vuela el señor de Galapagar.
Para acometer esta refriega, aun cuando a la encarnación de la auténtica izquierda no le haya dado aún tiempo a pedir refuerzos, se le ofrecerán múltiples ayudas, bastantes más de las que caben en los carros de contraataque que aún dispone. Muchos de los que hasta el recién pasado sábado 1 de abril tanto hicieron para hundir a Unidas Podemos (UP) por lo civil o lo penal le abrirán los brazos y, entre las bambalinas, le ofrecerán páginas de periódicos a gogó y platós de televisión para que ataque a gusto si así lo desea. Unos y otros, rojos y azules, podrán coincidir de nuevo en el objetivo eterno a batir: socialistas y aliados.
«La izquierda auténtica de Iglesias ya ha dado un giro de 180º».
La larguísima campaña electoral ya en marcha ha quedado trastocada por este nuevo y formidable acontecimiento político. La novia blanca de la izquierda a la izquierda de los socialistas no va a ser saludada por todos con la sonrisa nívea y aquella lluvia de arroz y jazmines del domingo día 2 de abril. La izquierda auténtica de Pablo Iglesias ya ha dado un giro de 180º a las bocanas de sus cañones dialécticos, que esperan el momento propicio y las órdenes adecuadas para expresarse. Su más previsible interés no estará muy lejos de ese tan impetuoso y romántico contraataque que alguien llamó Épica Potemkin. Porque resulta difícil creer que el señor Iglesias haya reparado en que el tiempo político presente es otro diferente al de los años 2015/16 y que hasta a los mejores parlas también se les olvida.
La actualidad ha obligado a que me distraiga con los anteriores párrafos de urgencia, ya que mi intención hoy era traer un apunte sobre el volumen que va adquiriendo el despliegue vertiginoso de ese nuevo milagro que han dado en llamar Inteligencia Artificial (IA). Aparecen notas de millares de gurús del futuro y empresarios esperanzados en los enormes beneficios que traerá el nuevo y portentoso hallazgo tecnológico. Entre tanto, la gran mayoría de la población mundial no logra entender de qué va el invento, al tiempo que millones de empleados fichan con la mosca detrás de la oreja de hasta dónde va a llegar tan fenomenal revolución, pues intuyen que no les irá bien a muchos de ellos. Barruntan nuevas legiones de despedidos.
Son decenas de miles los científicos y expertos en múltiples disciplinas los que han comenzado a hacer públicas sus alarmas. En veinte años, advierten, la IA puede arrasar la cuarta parte del empleo ahora existente. Y algo aún más inquietante: la hasta ahora aceptada imposibilidad de que “la máquina gobernará al hombre” comenzaría a no serlo tanto. Se manifiestan pensadores, departamentos universitarios de gran prestigio, grandes instituciones de pensamiento y económicas y hasta hablan los principales implicados, como Bill Gates, quien afirma que la IA es la segunda gran revolución digital de la humanidad después de Windows.
«Se necesita con urgencia un tiempo de pausa para repensar».
Da mucho que pensar. La revolución de las computadoras ha sido fenomenal, explosiva y muy rápida; el mundo ha cambiado en conexión y multiplicado por mil la productividad. Para numerosas regiones del globo ha sido altamente beneficiosa. Algunas naciones como China pasan del hambre secular a potencia mundial desde la aparición de Windows. En suma: ha tocado de forma decisiva todas aquellas teclas para cambiar el mundo y, sobre todo, ha dado las pautas para ordenar las naciones bajo el signo de la uniformidad y el control de todo en lo que tengamos necesidad de emplearnos. Y muy en especial, de aquello que imaginamos, soñamos o simplemente nos apetece.
El mundo se digitaliza a velocidad endiablada (aunque algunos insisten en que vamos despacio), estresando a la mayoría de la población, rompiendo hábitos y culturas y, al cabo, haciéndonos más dependientes de los bots. O sea: menos libres y del todo controlados y predecibles. Se ha agitado de tal manera la pasión por el dinero, la acumulación de riqueza, el narcisismo y la banalidad que nuestras sociedades se han transformado en unos constructos de hombres y mujeres adocenados y crecientemente empobrecidos que se distraen viendo series en múltiples soportes o pantallas, disfrutan de juegos de TikTok y se afanan por ser los primeros en asaltar las ofertas de gangas de las grandes tiendas.
Y en estas aparece la IA como un rayo dispuesto a incendiar nuestro interés y, de paso, amputarnos un trozo más de masa gris para atrofia, además, de nuestra deteriorada conciencia colectiva. Desconocemos casi todo de ella, pero nos llega anunciada entre un cencerraje de tanto color que quién piensa que no va a ser algo extraordinario. Definitivamente, el mundo camina demasiado deprisa. Se necesita con urgencia un tiempo de pausa para repensar lo antes poco pensado y otear hacia qué lugar nos encaminamos. Estamos quemando demasiado rápido las casas que nos cobijaron y disolviendo con la furia del vértigo las palabras y las costumbres con las que nos veníamos reconociendo generación tras generación. Lo más grave, sin embargo, es que no sabemos hacia dónde vamos.