La democracia cercada

Reivindicar y proteger nuestro sistema democrático y los pilares de sus grandes instituciones es tan urgente – quizás más – como combatir el cambio climático, de nuevo en agónico debate de apremio en la Cumbre del Clima de Egipto (COP27), que se celebra estos días en el país africano. Octubre remató con una victoria por los pelos de Lula sobre Bolsonaro en Brasil. La respuesta de decenas de miles de seguidores del último fue cortar carreteras y concentrarse ante decenas de cuarteles demandando a gritos la intervención del ejército. No fue a más, por el momento, pero la llama dispuesta a quemar el sistema democrático en el gran país de Sudamérica se mantiene vivísima y a la espera.

Más al norte, en EEUU, las presidenciales de 2024 afrontan el martes 8 un nuevo día D. Todo indica que los demócratas de Biden serán tumbados y que Senado y Congreso norteamericanos tendrán mayoría republicana. Para más inri, Trump hace indicaciones más que evidentes de que ha decidido optar de nuevo a ser candidato a la presidencia liderando el partido republicano que mantiene acogotado y en el bolsillo.

La guerra de Europa con Rusia en tierras de Ucrania continúa y se encamina a su primer gran invierno. Nada indica que estemos ante un próximo armisticio y, mucho menos, que Kiev pueda ganarla. Se filtra en las últimas fechas que la Casa Blanca estaría indicando a Zelensky que se abra a negociar la paz. ¿No llega demasiado tarde?

 

«Occidente da señales de que no puede liderar el mundo».

 

Y, en fin, el presidente Xi Jinping acaba de proclamarse amo absoluto y dictador completo de China, en tanto Norteamérica asoma sus cañoneras por el Mar de China con suave chifle marinero. Mientras el mundo democrático calla tras la exhibición de Xi, éste renueva su apoyo a Rusia en el mismo momento en el que el presidente alemán, Olaf Scholz, viaja a Pekín para reforzar lazos económicos y comerciales.

Occidente – a pesar del descomunal ejército norteamericano, su potencia tecnológica y económica – da señales evidentes de que no puede liderar el mundo. Los nuevos dictadores hacen público (proclaman) que no le temen. Para subrayarlo, uno de ellos, Putin, el más agresivo de entre todos en estos momentos, amenaza con que tiene las armas nucleares dispuestas para ser utilizadas.

¿Qué papel puede asumir el Occidente democrático con Estados Unidos en un tiempo de ruina política y fuerte crisis económica, dividido hasta la confrontación callejera y con un porcentaje alarmante de ciudadanos que no descartan incluso que se produzca una guerra civil? La gran nación americana, garante de la democracia y la libertad en nuestro mundo desde el final de la II Guerra Mundial, lleva varios años despertándose todas las mañanas con el ruido escandaloso de una alarma que le recuerda su persistente demolición institucional. Si el narcisista demoniaco Trump decide ser candidato a la presidencia sin que las instituciones de aquel país y sus leyes puedan impedirlo, lo que ocurra los próximos años será bastante más demoledor que lo vivido hasta ahora.

 

«Crece la fiebre antidemocrática en el mundo».

 

La vieja Europa, de otra parte, no da signo de mejora alguna en el horizonte. Se puede decir que todo sigue parecido al último año, con claras indicaciones de que empeora. Ahí está la victoria derechista en Italia, el deterioro de los partidos democráticos en Escandinavia y la convulsión de Alemania y la mayoría de países centroeuropeos, zarandeados por la crisis económica profunda y en el balcón mismo desde el que se oye el estruendo de la guerra.

España no mejora nada en esta materia. Nuestra derecha está sumida en un alboroto radical, y en crecimiento, desde que Pedro Sánchez la sacó del gobierno tras una moción de censura. Lo que Esperanza Aguirre no logró – hacerse con la presidencia del PP, tumbando a Rajoy en el Congreso popular de Valencia de 2008 – podría intentarse ahora contra Feijóo, su alter ego, casi su ectoplasma. ¿Aguantará la desestabilización permanente a la que le somete Díaz Ayuso y la ola derechista que le acompaña? De lo que no cabe duda es que el único discurso que emite ahora es de una abrasadora parla derechista sin otro objetivo que la destrucción de la izquierda en el gobierno. No existe discurso democrático alternativo a los socialistas en el PP. No lo tienen porque, acaso, hasta a sus más próximos entre los políticamente templados les echaría para atrás.

Sí, crece “la fiebre antidemocrática” en el mundo, como denuncia en un expresivo artículo Martínez-Bascuñán en El País de ayer domingo. Cuando en los próximos días sea actualidad el debate climático en El Cairo y acaso algunas de sus declaraciones y conclusiones nos vuelvan a alarmar, deberíamos pensar que la democracia en el mundo vive idéntica angustia que la tierra que envenenamos.

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