
No es frecuente contemplar cómo se purga a un político en directo. Estos procedimientos malvados, y tan pestilentes, se practican de mil maneras, entre las que abundan las muy crueles como las del tajazo en el cuello o una buena descarga de plomo. La prensa libre, la literatura y, sobre todo, el cine las refrescan de manera habitual. En esta ocasión, la defenestración ha sido apoteósica, inalcanzable de imaginar para ser representada en una ópera monumental o en la superproducción cinematográfica norteamericana más imaginativa. Miles de destacados militantes comunistas chinos, todos ellos tan notables como gregarios, presenciaron cómo un anciano Hu Jintao, ex presidente de China, era obligado a abandonar su asiento a la izquierda del dios Xi en mitad de una sesión plenaria congresual. Miles de congresistas sentados en sus sillas; las escarapelas rojas bien adheridas en el pecho; el rictus de los grandes acontecimientos dibujado en las caras; y los labios, los brazos y las manos bajo la orden de no temblar. El abuelo Hu era desalojado, empujado del brazo como un vulgar ladrón cazado en plena fechoría, como un traidor sorprendido.
Lo más significativo y horrible, no obstante, no fue el lapidario político y personal (la deshonra, la befa, el descabello) del ayer altísimo dirigente, sino la decidida y muy pensada decisión de que fuera público; contemplado en directo por el pueblo chino y todo el mundo. Xi vino a recordarnos veintitrés siglos después de que Roma degollara a los asesinos de Viriato, lo mismo: China purga a sus traidores. La expulsión, para escarnio de Hu, informa también que el dictador chino tiene poco que ver con el aperturista Deng y gran parte de los que le sucedieron hasta llegar a él. Rompe de forma teatral y extraordinaria con el comunismo pragmático y posibilista de todos ellos y se coloca sobre la peana imperial de Mao, Stalin o el mismísimo Hitler. No tiene a nadie por encima ni al lado: todos bajo su mando. Él elucubra, él decide, solo él ordena. Es motor y destino de China al mismo tiempo.
«China se apresta a afrontar un nuevo tiempo de comercio y acero».
Es cierto que el mundo estaba avisado de que China venía siendo dirigida la última década por un inflexible doctrinario que colocaba la proa de su país en posición de amenaza. Mucho comercio y Ruta de la Seda, sí, y las fresas donde ya se afilan las bayonetas. Al mostrar cómo purga a los que ha señalado como adversarios, quiere informar al mundo de que va a por todas: de la misma manera que se emplea puertas adentro podría hacerlo más allá del mar de la China. Además, regala esperanza a todos los autócratas y tiranos que menudean por el mundo. Cuando Putin está en tan grave apuro que su determinación frente a Ucrania no es ganar la guerra, sino destruirla completamente; en el otro confín del mundo, la simbología de tan alta purga y la figura pétrea de Xi vienen a decirle que se atreva con todo.
China anuncia que ya no escruta en las intenciones de Occidente para decidir los pasos que puede dar; ahora indica que debe ser Occidente quien observe sus movimientos antes de decidir los pasos que ha de dar o el camino a escoger. La monserga, largos años predicada, de que China nunca salió de sus fronteras históricas (o míticas) y que su misión por el mundo solo es económica, comercial y de paz ya no se la cree casi nadie en Occidente. Todo indica que la China de Xi se apresta a afrontar un nuevo tiempo de comercio y acero.
P.D.- No me olvidé de la promesa de tratar in extensum la negociación Gobierno-PP para el nombramiento de los nuevos consejeros del poder judicial. Ocurre que se esperaba un desenlace esta semana. Pero nada ha sucedido, o nada se ha conocido, sobre la enésima negociación tan discreta que se viene manteniendo, a la que ya tenemos que adjudicar el adjetivo de difícil. Los últimos días solo se ha conocido el veto del PP a la jueza de Podemos, señora Rosell, como postula este partido. Algo parecido sucedió en otra intentona de negociación de los socialistas con Pablo Casado. Igual el PP ha entrado una vez más en el terreno de las excusas para no llegar al acuerdo. ¿Qué miedos tan exagerados guarda el PP para no concluir de una vez con la anomalía constitucional tan grave de mantener a uno de los grandes poderes del Estado bloqueado durante cuatro años?