
Durante las tres últimas semanas de suspense, ansiedades y negociación del Gobierno con la cúpula del PP a fin de dar salida a un nuevo Consejo General del Poder Judicial, prorrogado durante cuatro años, y la renovación parcial del Tribunal Constitucional a la espera, mantuve en suspenso mi opinión sobre el proceso en marcha y el desenlace que preveía. Mantenía serias dudas sobre que prosperase el acuerdo por variadas evidencias; y esa sensación compartida – creo – con la mayoría de los informadores políticos que sigue este ángulo de la actualidad, tan espeso como desgarrado, de que este acuerdo era imposible hoy.
Como muchos otros colegas en el seguimiento de la actualidad – y por qué no, la presencia latente de una vieja memoria – negaba las principales preguntas: ¿Por qué va a llegar a un acuerdo Feijóo con el Gobierno cuando la legislatura toca su fin y lo que resta es confrontación electoral salvaje? ¿Cómo va a arriar tan temprano una de sus más emblemáticas banderas cuando ya se apagaron las grandes teas que prendieron contra el Gobierno en la pandemia y, parece que al fin, la conjunción de las tres derechas y una más (PP+VOX+Ciudadanos+Ayuso) no hace más que solidificar y crecer? ¿Cómo explicar a su prensa tan excitada y que tanto les alienta esta bajada de pantalones? ¿De qué manera este acuerdo podría calmar a tantas togas superiores, y no tanto, después de que hayan desgastado (ajado incluso) sus puñetas de tanto palmeo y golpes de mallete? Y, en fin, ¿cómo hacer prevaler el cumplimiento de la Constitución sobre la misión patriótica del PP y su urgencia imperiosa por recuperar el poder en beneficio de una España ahora en manos de un narcisista extremo que, de la mano de ETA y el separatismo catalán, rompe y empobrece? Así que han proyectado su penúltima excusa vociferando ‘no’ a la determinación del Gobierno de modificar el Código Penal para rebajar las penas por actos de sedición. Pero encontrarán otras más en el camino futuro si el Gobierno logra superar esta nueva barricada. Creen que no tendrán problema alguno, pues “en los jardines de los gobiernos socialistas es donde más frondosos crecen los cactus anti España”.
«La radicalidad se impone en Génova».
Hasta aquí sus explicaciones, pero a partir de ahora, ¿qué? El Gobierno se ha dado unos días para la reflexión y el contraste, y pronto reaccionará con determinación. En este momento lo tiene igual de difícil que siempre en la presente legislatura, aunque le quedan al menos dos cartas que la oposición no ha podido quemar. La Constitución juega a su favor (recordemos a Felipe González, que terció en el debate con las siguientes palabras: “Si al PP no le gusta la ley, tiene derecho a cambiarla, pero no a incumplirla”), y el hartazgo enorme de Bruselas concluirá pronto con palabras que nada gustarán a nuestra derecha, pues crece la sospecha de que también ella se desliza por el tobogán del populismo destructor.
La rectificación de Feijóo en el último instante puede que le mantenga el estatus en el partido, pero este PP no va a ser igual que en las pasadas semanas. La fuerza de sus radicales lo han frenado en seco o, mejor dicho, en la recta final de la carrera. Feijóo no tiene el mismo poder que la semana pasada. Su autonomía se ha achicado de manera importante. La radicalidad se impone en Génova y su periferia sin carnet, es decir: medios de comunicación en línea, grupos de poder e influencia y asociaciones varias, así como una importante centuria de empresariado aguerrido.
Claro que el único rostro que se maquilla con la nueva V de victoria tiene nombre de mujer: Díaz Ayuso. El PP de los últimos días se pareció bastante por unas horas o más al de las jornadas postreras de Pablo Casado. Claro que aquel acabó cayendo de manera fulminante y sin queja o gemido gutural conocidos tras el hachazo de la guillotina política, en tanto que Feijóo solo ha recibido el clarinazo del primer aviso. La ascensión de la señora Meloni a la presidencia del gobierno de Italia ha acelerado más aún el ritmo cardíaco de la presidenta de Madrid; aunque en realidad su entorno lleva bastante tiempo con la tensión alta. Es probable que fueran sinceros cuando aseguraron que este no era su momento para dar el salto (o asalto) a la candidatura a la presidencia del Gobierno, aunque más de uno insiste en autoconvencerse de que “sí se puede”. Mundo líquido y de feroces colmillos el nuestro.