Xi y nosotros

Desde el pasado jueves 13, todo el mundo mediático y político (también la gran empresa más oscura) está pendiente del discurso de Xi en la inauguración del XX Congreso del Partido Comunista de China. Ayer domingo, centenares de periodistas acoplados en enormes salas de prensa blindadas por la organización siguieron casi dos horas de discurso para… nada. Porque el presidente de China y secretario general del partido comunista, en más de cien minutos de lenta y pastosa declamación de viejo aparato, no dijo nada que no se conociera. China va a lo suyo. Lentamente. No quiere dar pasos en falso y menos pegar un tiro a destiempo. Durante una semana de soliloquios en decenas de comisiones a puerta cerrada sucederá más o menos lo mismo: aprobar lo previamente aprobado. Habrá miles de intervenciones previstas en discursos escritos con antelación y habilitados por quien corresponde para ser leídos o interpretados. El primer partido comunista del mundo funciona de esta manera. Es como un reloj atómico. La expresión más acabada de la verdad. El único guía cierto del mundo.

A Xi no le preocupa el vertido de tanta tinta occidental destinada a mancharle, sabe que tiene viento favorable de popa. No está dispuesto a que los aspavientos del miedo de Occidente le trastoquen el ritmo de sus pasos. China es un pato de apariencia serena que fluye en la superficie del lago mundo, al que nadie logra medir la velocidad a la que se mueven sus patas. China, como toda dictadura que se precie, pasea bajo la sombra de los palacios y se mira con luces indirectas. Se impone a su contrario en los despachos libres de escuchas y arremete con la tozudez y la insistencia de sus empresarios bien aleccionados (y enriquecidos), diplomáticos a la orden, el servicio secreto que nunca nadie vio y las sombras por decenas de millones de chinos que revolotean por todo el mundo.

 

«La hegemonía imperial china crece de manera silente pero cierta».

 

Ni siquiera necesita apoyarse en la publicidad y el marketing para reputarse o defenderse, y mucho menos para halagar. Aunque en realidad, en esta materia sigue los pasos antes dados por EE.UU., que solo hasta bien entrados los años sesenta necesitó ponerse guapo en la televisión y las grandes vallas publicitarias. O la Rusia de Putin, una fiera desatada en las catacumbas de las redes aullando mentiras y levantando las sábanas al enemigo, sean estas reales o situadas en el metaverso.

China tiene aún bastante recorrido antes de pedir oxígeno público. Rusia se derrumbó y solo ahora pretende levantar las rodillas del suelo; y al Tío Tom, una multitud de norteamericanos le sierra su pata demócrata con tanto encono que quién sabe si un día próximo se desploma de súbito.

La hegemonía imperial china crece de manera silente pero cierta. Todo lo que se adivina en ella se antoja enorme, pero no abruma porque, en buena medida, todavía es un imperio secreto para gran parte de los occidentales. No existen casi sinólogos, como sí tenemos expertos por miles del Kremlin y alrededores, es decir, oligarcas y allegados. Y para qué hablar de la Casa Blanca, ese coladero. Occidente escruta y analiza a la China con nuestras técnicas de análisis basadas en la historia, el contexto presente, la estadística y los números, ¡todos los números imaginables!

 

«Ahora China comienza a asustar».

 

Pero la tierra de Mao es otro universo; tiene dioses distintos a los nuestros, otra historia, diferente cultura, valores ajenos. Nuestros grandes progresos en el desarrollo de la inteligencia artificial poco pueden ayudarnos para conocerlos mejor. China se viene aprovechando desde hace más de dos décadas del desvarío en Occidente y la codicia de nuestros ultraliberales (le regalaron el jamón de la globalización): la mayoría de los occidentales, en creciente empobrecimiento; y los chinos y sus vecinos, en pleno crecimiento.

Ahora China comienza a asustar, pero hemos de saber que las mejores caretas de halloween que exhiben Xi y sus portavoces se las ha regalado Occidente.

P.D.- La semana que viene hablaremos largo de nuestros jueces en rebeldía; de la mecha que encendió el PP nada más comenzar la presente legislatura y del “no sabemos cómo impedir que estalle esta bomba” del Gobierno. Hasta el momento, parece que el tren del acuerdo lleva un neblinoso y lento rodar en busca de término. Pero pudiera ser un trampantojo. ¿Cómo el PP, que ha aguantado las tres cuartas partes de la legislatura manteniendo un rocoso no y creciendo electoralmente al tiempo, va a ceder en el momento que España entra en un largo tiempo electoral? Si hay un acuerdo al final será porque Pedro Sánchez da los suficientes pasos atrás como para que Feijóo enarbole la bandera de la victoria.

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