
Semana extraordinaria de noticias con impacto y fuste. Los colegas periodistas que aún vibran con la adrenalina de las novedades que descargan furia se lo han pasado en grande. Arrancó con la berrea estomagante de los ahujos. Si la puesta en escena – más de treinta ventanas iluminadas, más de cien jóvenes bramantes y un berrido machista de escalofrío – hubiera sido en un gran teatro al aire libre; si las voces atendieran a un texto, digamos que de Dario Fo, podríamos haber ganado conciencia sobre el horror que mueve a esta chusma de ricos becados o no. Pero, por desgracia, no vino de la sátira o la farsa del teatro clásico. El vídeo casero que hemos visto millones de personas ha sido, para la mayoría, tan incalificable como las declaraciones de Díaz Ayuso disculpando a los chicos tan abrumados los pobres. Sí, algo bien turbio fluye también por otro de los numerosos ríos que confluyen en la revolución reaccionaria española en marcha desde hace años. Vuelve el macho – “una tradición” – al que se disculpa en público y se celebra en privado. Detengámonos dos minutos, no más, en la lectura rápida de los comentarios anónimos que se hacen en los periódicos de la derecha. Asco y miedo.
También se han presentado los Presupuestos Generales del Estado (PGE); ha estallado el gobierno nacionalista de la Generalitat de Cataluña; y Ucrania desquicia a Putin: su amenaza nuclear escala por días hasta los lugares más destacados de los informativos, y pronto puede que se nos cruce en la garganta en forma de nudo. Los PGE expansivos, protectores de los más vulnerables y en combate contra la pobreza, han sido contestados por la derecha como acostumbra, con descalificaciones improbables y hasta chuscas. Los declara electoralistas, con alarma fingida, como si hubiera un partido político que no estuviera más atento al voto que a otra cosa; y da pábulo al enfrentamiento de generación entre jóvenes y pensionistas. ¡Qué error! Es seguro que esta variante delirante de Feijóo no la consultó con su mentor M. Rajoy, pues la hubiera rechazado de plano. El PP, durante más de dos décadas asesorado por Pedro Arriola – recientemente fallecido -, jamás dio un remoquete al pensionista, todo lo contrario: fue su elector más fiel.
El Gobierno, no obstante, ha ganado el primer round del largo combate de los PGE. Los resultados de la encuesta ciudadana se leen en la cara irritada y las voces a la defensiva de los populares. La bajada de impuestos para grandes patrimonios, iniciada con tibieza por los populares andaluces y otras comunidades gobernadas por el PP, ha quedado eclipsada por el estrepitoso y fulminante fracaso de su correligionaria inglesa Liz Truss. La libra se hundió en una semana y la bolsa de Londres se despeñó. Los tories tuvieron que envainársela y dar marcha atrás. Hasta los llamados mercados, que viven de la usura de los márgenes y las dentelladas al céntimo que le procuran los secretos algoritmos, le han dicho no.
«A Putin se le van achicando los espacios».
El fiasco catalán muestra la cara positiva de la división enorme y muy visceral de los dos grandes partidos del procès. La salida del gobierno de los miembros de Junt per Cat deja a ERC tan en minoría que no podrá mantenerse en el gobierno sin el apoyo de otros partidos. Pero solo tiene a mano formaciones no separatistas. Y Junqueras muy temprano se ha adelantado para proclamar que no llegará a acuerdos con el PSC, al que acusa de haberlos perseguido. Es evidente que los republicanos aún no han digerido su fracaso y son refractarios a ver el nuevo escenario político que tienen ante sus narices: diálogo con los socialistas o profundizar en su hundimiento. La vuelta al monte de nuevo que propone la gente de Puigdemont sería muy romántica, sí, pero su tumba por muchos años.
Putin está en dificultades. La guerra con Ucrania se alarga y, de momento, la va perdiendo. Los nervios del Kremlin irradian de electricidad la mismísima Plaza Roja; se multiplican los ceses y los nuevos nombramientos de altos jefes militares y servicios secretos. El silencio se adensa. Los ucranianos, armados por Occidente y auxiliados (¿dirigidos?) por la inteligencia norteamericana y británica, tienen una moral altísima y avanzan en todos los frentes de guerra atacando objetivos muy sensibles y altamente simbólicos de Rusia, como ha sido el puente que une a la nación de los zares con la península de Crimea. Así que Putin, además de lanzar misiles contra edificios habitados por civiles, que mueren, se le van achicando los espacios de tal suerte que hoy solo se le adivinan dos: abrir espacio para un armisticio (la paz, al fin y al cabo) o amenazar con bombas nucleares.
Palabras mayores. Biden no lo descarta y China es seguro que viene menguando el apoyo que daba a Moscú. A Xi Jinping no le va bien la guerra en Europa, su economía también se resiente y la globalización, que tan rico y poderoso lo ha hecho, se desinfla: vuelven los aranceles, que además se multiplican, y hace semanas que todas las noches se le aparece el fantasma de la guerra también a él.
«La ola reaccionaria es más profunda de lo que imaginamos».
Regresando a España, y a modo de coda, unas líneas para atender a la pregunta que con mayor reiteración se viene haciendo en las últimas semanas. Si la mayoría de ciudadanos apoya las medidas que viene adoptando el Gobierno en esta legislatura para olvidar, ¿por qué Pedro Sánchez y el PSOE pintan a la baja? Tenemos respuestas. La mayoría son interesadas, como esa que lo atribuye al efecto Feijóo (¿?), pero ninguna termina por cuajar y convencer. Muchos estudian e investigan sobre el asunto, especialmente el Gobierno, para tratar de encontrar remedio o solución a su angustia. Se conocen solo encuestas. Todas dan vencedor a Feijóo. Es probable que pronto tengamos mejores datos y explicaciones más sustentadas. Sociólogos experimentados empiezan a sostener que la ola reaccionaria en España es más profunda de lo que imaginamos. Por ejemplo, Díaz Ayuso se impone de nuevo y desatiende las indicaciones de Génova como sucedía en la presidencia de Pablo Casado. Sin ir más lejos, no ha rechazado el episodio de machismo extremo de los ahujos seguramente porque sabe que ahí tiene una veta enorme de votos.
Y el PSOE no acaba de encontrar la fórmula para sacar al presidente del Gobierno de la hoguera que le viene abrasando desde la pandemia hasta hoy. Sánchez, el político capaz de salir airoso de las mayores galernas políticas y tan reconocido en Europa, no acaba de escalar en las encuestas. Puede que la causa esté en la combinación de ambas cuestiones: la reacción que crece en votos y el linchamiento al que se le somete, que llega a hacer mella entre sus votantes más tibios. ¿Sus alianzas parlamentarias con separatistas y Bildu? Puede ser. ¿La coalición con Podemos? Quizás. Sí, pero ambas cuestiones no restarían tanto si no hubiera un creciente movimiento ciudadano que atiza la hoguera mediática que lo abrasa.