Pedro Sánchez y la incredulidad

Nos encaminamos hacia el descanso agosteño con dudas de si leeremos esos libros que acabamos de comprar, pero con la certeza de que en septiembre llegará el infierno. En estas estamos, nos vamos la playa o la sierra (también lo más lejos posible) convencidos de que a la vuelta nos espera una especie de alistamiento forzoso, como ya anunciaban los calores saharianos padecidos, los incendios desconocidos por desmadrados… y la guerra en Ucrania, ese conflicto europeo – lejano en un principio – pero que se nos va mostrando poco a poco como el responsable de todo.

Pasamos del cabronazo de Putin a cuándo se termina esto de una vez. La emoción de la acogida a tantos refugiados y de aquellos múltiples viajes casi heroicos para traerlos pasó con rapidez, una página más leída en el imaginario diario de nuestra vida. Aquello que de repente unió a Europa como en un frenesí, quién sabe si a la postre será la causa de nuestra nueva gresca continental, pues ¿quién soporta pagar una sandía a 10€ o apoquinar más de seiscientos euros al mes en gasoil para ir al trabajo?

Las personas con miedo son poco o nada creativas, y suelen querer salvarse de las fuertes mareas nadando hacia la profundidad o aliándose con los airados y mentirosos. Las levas de acojonados crecen tanto como las de negacionistas que vampirizan a las personas hasta hacerles creer que la solución está en arremeter contra todo poder establecido.

El ejemplo de Norteamérica es diáfano. El trumpismo – ese renacimiento imprevisto de la ferocidad política – batalla por hacerse de nuevo con la Casa Blanca, después de haber asaltado el Capitolio sin pena alguna. En España, el nuevo líder de la derecha, Feijóo, que llegó a Génova 13 anunciando un nuevo tiempo de diálogo en momentos de crisis y pospandemia, se transforma en pocas semanas en un dóberman de palabras apocalípticas. Hasta Díaz Ayuso se debe emplear a fondo para no ser desplazada por su terraplanismo verbal.

 

«Malos tiempos para lo público».

 

Aventar furia y miedo atrae el voto. Debe de ser así porque el PP no deja de crecer dando garrotazos a Sánchez y su gobierno, sobre todo cuando aciertan. Consigue hacer creer a millones de españoles que estamos a las puertas de una fenomenal hambruna en el momento en el que se vive una de las mejores etapas de empleo de los últimos años y la UE se esfuerza como nunca en hallar soluciones equilibradas para todos los países miembros.

Será que la verdad – tanto tiempo en crisis – está entrando en agonía. Como escribe el filósofo Byung-Chul Han en Infocracia, su explosivo y escueto nuevo libro: “La luz de la verdad se apaga (…) El fuerte ruido de la información la difumina (…) El coraje de decir la verdad (…) no va a ninguna parte. Se pierde en el ruido de la información. La verdad se desintegra en el polvo informativo arrastrado por el viento digital”.

Así que Pedro Sánchez y su equipo han decidido dar un nuevo golpe de tuerca al PSOE, con la pretensión de hacerlo más firme y combativo. Continúan sin dar crédito a que el esfuerzo ímprobo que vienen realizando desde el Gobierno sea despreciado por una parte más que apreciable de su electorado. Algún pensamiento similar ha debido de pasar por la cabeza de Draghi, un titán al cabo, al que tumbaron los enanos.

Malos tiempos para lo público. Se lo desprecia tanto como combate. Manda el narcisismo del yo, la satisfacción individual frente a los marcos colectivos. A medida que se agrietan las costuras sociales, los egos se manifiestan más enfurecidos. No es extraño pues, que aumente por días la grey de los que se apuntan a la bajada engañosa de impuestos, aquellos que menos tributan y, sobre todo, quienes más ayudas reciben.

El deterioro de la idea de Estado, de la utilidad de los gobiernos y el desprecio por la política también están ligados al ocaso de la verdad; o al menos aquellos que con mayor ahínco y determinación la combaten no se olvidan ni un solo instante de continuar bombardeando sus vetustas y muy cuarteadas almenas.

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