Los restos de unos días de vacaciones

En los momentos de vacación intensa: agosto, Fin de Año o Semana Santa, se detiene el relato del mundo; no se dan las novedades, o no más que las consuetudinarias: el tiempo, los accidentes, fiestas o modorras, alguna catástrofe y tal o cual desmán. Los periodistas que se quedan al pie del cañón lo pasan, por tanto, fatal ya que todo el arsenal informativo que guarda su raquítica fresquera no es más que la rebusca en los sobrantes de días pasados y las estadísticas impublicables en tiempo de normal actividad. Debido a lo cual, el resumen informativo de este fin de semana es una continuación muy elástica y débil de días pasados. Se sigue hurgando en las fumarolas que aún vuelan del codazo de Yolanda Díaz a Podemos (o sea, a Pablo Iglesias) y sus consecuencias, que no son más que la sentencia de que sin Unidas Podemos (UP) bregando por la suma del voto de la izquierda del PSOE, adiós a un futuro gobierno de colación.

Dicho sea con benevolencia, la prensa suele arriesgar demasiado en sus pronósticos, incluso cuando casi todos menos ella están de vacaciones. Habría que tener en cuenta, a lo mejor, que en España se acabaron las vacaciones políticas hasta las próximas navidades y que el mundo, a pesar de la insistencia de las máquinas, las mentiras, la ira y el miedo, no parece haberse rendido al embrujo de los poderes de toda la vida, que canta Serrat.

Es cierto que los ordenadores son las azadas de la nueva civilización y que su velocidad de respuesta a las preguntas de los humanos es endiablada. También que el dominio de la enorme materia invisible les hace ser infinitamente precisos en los resultados. Pero curiosamente, por ejemplo, la guerra que se libra en Ucrania hasta el momento la llevan a cabo los cosacos orgullosos de siempre, eso sí, con kalashnikov y ayudados por la información que les proporcionan los satélites y registran sus teléfonos como nuevos espías. Y que el gran descubrimiento por ahora de la mal llamada Inteligencia Artificial (IA) informa de que sobra un abultado número de profesiones, pero casi ninguna de las de siempre: agricultores, albañiles, basureros, transportistas, cuidadores… Y no digamos esa profesión jamás citada llamada esclavo, la más numerosa de todas.

 

«Pedro Sánchez, su equipo y su partido van a por todo».

 

Asegurar, por tanto, que los resultados electorales ya están dados – Feijóo, Presidente – cuando la corta vacación apaga la luz en el proscenio de la política donde todo sucede, no deja de ser más que un desahogo perezoso. En nuestro país se producirá (ya ha comenzado) una lucha política electoral fenomenal que llamará la atención más allá de los Pirineos. Pedro Sánchez, su equipo y su partido van a por todo con un enorme arsenal político por delante, de la misma manera que las derechas y coaligados del entorno excitarán su énfasis destructor hasta el paroxismo.

En realidad, se trata de un debate público masivo y atronador entre lo que el Gobierno hizo y promete abordar y su negación; la evidencia frente a la furia negativa de los eslóganes pegadizos y las palabras desnaturalizadas. Claro que lo anterior no elimina que, de la misma manera que en Ucrania los soldados mercenarios del Grupo Wagner dan la batalla a los nacionalistas ucranianos llegados de todos los oficios, en España emerge una nueva clase política más afanada que nunca en un único fin: la conquista de la Moncloa. Ni programa político alternativo ni anuncios de cambios y transformación alguna. Las palabras, acuerdos o pactos entre diferentes han desaparecido de su léxico. Es la España del no, lo verdaderamente preocupante.

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