Doñana, por un puñado de votos

Doñana es infinitamente mucho más que un humedal hermoso, admirado mundialmente y mágico en grave peligro: es un excepcional símbolo de lo que le está ocurriendo a nuestra tierra, a la que ya no deberíamos alancear por más tiempo. Si la luz de Doñana se apaga, nos quedamos ciegos. Ayudar a secarlo definitivamente sería algo así como tirar finalmente la toalla en la batalla emprendida contra el cambio climático y dejarnos vencer por la economía abrasiva que nos manda.

Si tanta belleza y la magia del agua que se besa con las nubes todas las mañanas cuando los animales ya juguetean con los primeros rayos de sol deja de conmovernos, cómo podremos pensar que vamos a combatir los humos de las ciudades, los plásticos que obturan las branquias de los mares y ese calor que asfixia los océanos con su vida dentro.

Mucho más triste, escandaloso y, sí, cutre, sería que estas catástrofes vinieran aceleradas por proposiciones de ley y otras decisiones políticas irresponsables, como las que busca la derecha andaluza ofreciendo agua, que nunca va a llegar, a regantes turbados por la necesidad (o la codicia) y manipulados con interminables sesiones de mentiras, para arañar un puñado de votos.

De prosperar esta proposición de ley en el Parlamento de Andalucía, todos saben – y muy en especial, sus animadores – que vendrá una respuesta nacional y europea fulminante que hará impracticable tanta osadía. Pero no será éste el más grave de los zarpazos; de inmediato llegarán el ‘no’ de los consumidores y el rechazo de empresas y centros comerciales de toda la Europa que vende los frutos rojos más excelentes.

Lo que cabría esperar de un gobierno regional solo un poco despierto es que, a estas alturas, se hubiera dado cuenta de que Doñana no espera otra cosa que el mimo; que se le cuide. El parque se seca, su vida rumbosa comenzó a ser un recuerdo hace años, su fenomenal ventrón de agua no admite el saqueo por más tiempo. Porque, además, pasa de dos décadas que dejó de recibir el agua suficiente con la que se alegraba y sobre la que chapoteaban decenas de miles de vidas. No llueve. El acuífero se hunde en lo más bajo. El 59% de las lagunas temporales de mayor tamaño no se inundan desde 2013. La fauna huye o muere. Pocos anidan y menos paren.

 

«Los señores del Metaverso reproducirán en la Nube bosques y montañas».

 

Los regantes de la zona y sus familias, empresas, ayuntamientos y la población en general preguntan con razón de qué vamos a comer, cómo vamos a vivir sin los chorros frescos y orondos de los pozos que inundan tantas piscinas para el riego. Tienen razón. El problema es que no han querido ver – y a muchos les ha venido bien que mantengan los ojos y los oídos cerrados – que los años de la abundancia y del “mirar para otro lado” hace tiempo que acabaron; que, a medida que las hectáreas de frutos rojos crecían, se agotaba su paraíso económico y de empleo. Ni la gloria es eterna ni el agua inagotable. Doñana hace bastantes años que dejó de ser un vergel, la selva bíblica de Adán y Eva. El natural objeto de deseo de la industria, y su codicia, fue más poderoso que las primaveras con sus nubes que venían manteniéndola desde siglos.

Todo ello sucede a la par que crece el desconocimiento, y pronto el desapego, por la naturaleza. La gran mayoría, hacinada en las ciudades, nos olvidamos de la tierra y sus ciclos. Lo que se desconoce ni se entiende ni se quiere, simplemente lo utilizamos como postal o vertedero. Una foto bonita, un paseo por la montaña. ¿Pero qué más? Nada. A la velocidad que vuela el mundo desdeñando lo real (lo que se toca, huele, sabe a memoria o emociona), pronto han de venir los señores del Metaverso – que no olvidemos, todo lo inventaron en la oscuridad de un garaje – para reproducir en la Nube bosques y montañas; lagunas y castillos; cabritillas y petirrojos. Y nos venderán una parcelita para que la disfrutemos en familia las noches de insomnio o mitiguemos las semanas de cárcel que nos endosa la vida. Todo ello sentados en un sofá redondo con nuestras cabezas calvas ataviadas con sombreros de cables. Visitaremos los ponederos de gallinas, con sus mierdas alrededor que casi olerán, y llegará una mañana que el mago del clériman de cuello enorme hará saltar desde la pantalla familiar hasta nosotros a un gatito admirable y tibio, que nos regalará al grito de ¡Disfrutad de la nueva naturaleza! Al gatito de ojos oblicuos le llamaremos Ht…V33.

 

«Le hemos dado la espalda a la naturaleza».

 

Maldita sea, con el embeleco del empleo y la boyantía que llegará a todos los pueblos que torturen la naturaleza se enriquece desde hace siglos un buen puñado de empresarios rampantes. El último concepto de progreso, juergas y felicidad en Occidente y más allá, China y hasta África, está envenenando como nunca la tierra: se desangra. Pero lo más grave no es la lanzada en la barriga de la que se duele la tierra; ella saldrá de este traspiés como de otras tormentas de diplodocus padecidas. Los verdaderamente tocados en este episodio estamos siendo nosotros los terrícolas y los que nos sucederán. Le hemos dado la espalda a la naturaleza, casi nada sabemos de ella: cómo nos ayuda y protege, de qué manera nos avisa. Quizás por ello, a situaciones de tanta alarma como la que estamos viviendo con Doñana – y tantas otras doñanas que ni siquiera advertimos -, no les damos la importancia que tienen.

Si en este país no somos capaces de entender la importancia simbólica que tiene el Parque de Doñana y la imperiosa necesidad de protegerlo, es que definitivamente hemos entrado en el Metaverso sin ni siquiera saber de qué va ese juego. Doñana no es solo un parque natural excepcional, sino la prueba que la torpeza de la derecha ha puesto para medir la sensibilidad y el compromiso de andaluces y resto de españoles ante el atropello climático y la codicia de tantos hombres. El gobierno de Andalucía sí lo tiene claro: “Por un puñado de votos, lo que sea”.

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