Una multitud nacionalista radicalizada

Por un momento, pareció que la multitud concentrada en la madrileña plaza de Cibeles rugía vociferando el añejo lema absolutista “Dios, Patria y Rey”, pero no era exactamente así. En realidad, se había caído de su boca la palabra ‘Dios’ sustituida por ‘Constitución’. ¡Menos mal! Por una vez, la Iglesia parece estar despistada, a buen seguro que pronto saldrá del impasse. Con todo, es probable que gran parte de esos manifestantes estarían confusos (¿ofuscados?) pues qué hacían ellos proclamando y defendiendo la Constitución en la que no creen buena parte. Sí, es bastante insólito asistir a un acto político multitudinario de españoles, muy españoles, unidos por una Constitución en la que no creen.

Claro que toda la parafernalia de lemas, consignas, voces y proclamas era solo un pretexto, el envoltorio vocinglero para adornar la auténtica razón de la concentración: el odio a Pedro Sánchez, su gobierno y lo que representan. Nada más. A falta de argumentos de peso, razones y hechos objetivos, el odio es una buena herramienta de combate político. Las emociones – hijas o nietas de la trilita política de nuestro siglo XX de revoluciones, sangre y dictaduras – que recupera el nuevo siglo XXI de vertiginosos cambios dominado por las redes sociales y su furia anónima y sin control, son más efectivas, por demoledoras, contra Pedro Sánchez convertido, gracias a la propaganda ruidosa, en un renacido Lenin destructor… que no existe salvo en los sueños sepia de los herederos de la larga dictadura de Franco.

Sorprende – aunque cada día menos, la verdad – la saña con que se expresa la lamentable derecha renacida en España. El riego fértil que le ha regalado el destructor discurso nihilista del trumpismo; la hecatombe social que viene acumulando el hiperliberalismo de rapiña de los últimos decenios y la vieja memoria de montañas nevadas y banderas al viento, ha conseguido aflorar a un nutrido grupo de españoles que inquietan por su mala baba y la amenaza.

 

«Echar a Pedro Sánchez, más que una urgencia, es misión divina».

 

Las opiniones anónimas en las redes sociales ayudan a esta turba radical de forma extraordinaria. Escupiendo palabras tremendas bajo el seudónimo de HO2oPlutonio o Fumanchú, les hace parecer más osados y valientes. Dar una ojeada a sus comentarios en periódicos adictos a la derecha es pasear alucinado por la zafiedad, la mentira y, sobre todo, el odio. Todo lo que entienden a la izquierda de Feijóo, que es bastante, es traición, separatismo, terrorismo y robo. El Mal está al mando de España, echar a Pedro Sánchez, por tanto, más que una urgencia, es misión divina.

Su osadía es grande, no obstante. Pretender echar a Pedro Sánchez con la única lanzada metafísica de la Constitución, España y el Rey, silenciando una gestión de gobierno más que notable – con grandes errores también -, no parece tarea fácil a priori. Pero ellos, PP, Vox y los restos de Ciudadanos confían en que estirando la cuerda de ETA hasta llegar a convencernos de que Bildu es un multicomando terrorista o convertir a Sánchez en el aliado de los separatistas catalanes para favorecer la separación de Cataluña atraerá el voto suficiente para ganar el Gobierno de España.

Tienen un problema o, al menos, sus dirigentes más conscientes. Saben que su discurso no es ni exagerado, ni demagógico, ni radical, sino simplemente falso. Engañan a conciencia. Tiran de emociones sombrías y atacan con dolorosos muera porque no tienen los suficientes argumentos para armar un discurso mínimamente racional y, de manera creciente, su libreto económico y social ultra empieza a no ser bien recibido no ya por la izquierda descolgada y en buena medida perdida, sino en esa zona de derecha democrática templada que aún queda. ¿Qué votante de la derecha fuera de la rica, acomodada o muy ideologizada apoya el desmantelamiento de la seguridad social en marcha? ¿Qué nivel de alerta se mueve entre el votante medio cuando se anuncian becas de estudios a hijos de familias con rentas de 100.000€, o más, al año?

 

«El nacionalismo es el movimiento que más ha dañado al mundo».

 

Sin embargo, arrancan el año electoral con ruido de banderas y amenazas de catástrofe. Es verdad que ha sido Vox el que ha amanecido al año 2023 apretando fuerte, tomando la iniciativa política (el conflicto en Castilla y León, a propósito del aborto y otros) poniendo en un aprieto al confuso Feijóo, al que obligan a retratarse precisamente ahora, en el momento más crítico, cuando comienza el duelo electoral. Y de regalo, conceden a un PSOE en aprietos la oportunidad de lapidar verbalmente a las derechas ,enredadas de nuevo en cuestiones que gran parte de la sociedad española ha superado. Claro que ponen en guardia a la izquierda más allá del PSOE, siempre dispuesta, como ellos, a cavar trincheras.

Pedro Sánchez se apresuró a declarar que la concentración de Cibeles y la manifestación independentista catalana, coincidiendo con la cumbre barcelonesa de España y Francia, venían de la misma masa madre: el nacionalismo. Todos se movilizaban por la nación española y la nación catalana. La derecha española se revolvió con violencia. ¡Cómo se atrevía Sánchez a compararlos con los golpistas catalanes! También los catalanes de la estelada y la barretina vociferaron. Pero al Presidente no le falta razón. A unos y otros los mueve el nacionalismo. Parafraseando a Unamuno: a unos les duele España y Cataluña a los otros. El nacionalismo político es el movimiento histórico y social que más ha dañado al mundo en los dos últimos siglos; el que más enfrentamientos y guerras ha iniciado y más cementerios ha llenado. Miles de políticos, pensadores, artistas, periodistas… lo han denostado y continúan circulando centenares de frases para definirlo tan brillantes como duras. En gran medida, la pugna tristísima de catalanes con el resto de España, y viceversa, pervive y crece gracias a la cizaña permanente que mantienen viva ambos nacionalismos. Siglo y medio después, siguen las espadas en alto. A estos partidos y movimientos ya les va bien con solo exhibir orgullosos bandera, historia, idioma y cultura propias. Casi todo es una parafernalia de mitos y mentiras.

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