Será que nos ablanda este tiempo de largo festivo

Hoy, quizás porque pasamos por días de interminable fiesta frontera entre un año que acaba con el que próximo que comienza, voy a pasear con las palabras por un camino algo diferente.

¿Por qué parece irremediable y hasta crucial el pésimo tiempo de enfrentamiento político (crispación) que venimos soportando? Bueno, algo de perversión y tristeza nos trae, pero no creo que estemos ante el fin inevitable de nuestra democracia, por muy mediocre que nos parezca y por más zurra que le den.

Me ha parecido excesiva la atención que le han prestado al discurso navideño del rey los medios de comunicación, élites políticas y ese personal, abundante e indefinido, atento a la vida pública. Han dramatizado su alerta sobre la erosión (o mejor corrosión) de las instituciones del Estado.

Exageramos. Hiperventilamos en exceso cuando nos adentramos en el bosque de los políticos, jueces y fiscales, grandes empresarios con sus lobbys, y hasta al referimos a chinos o yankis. No es para tanto. O al menos, el grueso de la población no le da esa importancia. Se afana por vivir, o mejor sobrevivir, que ya es bastante, aunque también está jodida y gozosa.

Las élites empresariales y políticas, además de las grandes academias, think tanks de universidades, otros centros de pensamiento creadores y los medios de comunicación de referencia, supongo que siguiendo también el impulso de su incurable estrés, tratan de alarmar repicando la inminencia de grandes males políticos y sociales. Así, por ejemplo, ocurre de repente que nos aterran con la proliferación de indeterminados trastornos mentales que afectan a millones de españoles, pero también a norteamericanos, italianos, rusos, japoneses…; los suicidios se duplican o triplican, el consumo de psicofármacos es un boom y los psiquiatras y psicólogos no dan abasto para atender tan enorme demanda. Los problemas mentales adquieren la categoría de plaga, un nuevo mantra.

 

«Un capitalismo rampante ha decidido tomar el timón».

 

Sucede algo parecido con el cambio climático. Se busca asustar al mundo con solo una frase: la tierra se muere. También ocurre con la pobreza y la desigualdad, esa riada de hambrientos en crecimiento.

¿Es para tanto? No. No es verdad todo lo que se nos relata. Todo lo que nos sucede es duro y problemático, sí, pero ni mucho menos irremediable y definitivo.

Ocurre que, pasados casi ochenta años de paz y prosperidad en Occidente, hemos entrado en “el final de la abundancia”, que dijera con tino Macron. El mundo toma un nuevo rumbo. Un capitalismo rampante, que ama la globalización, y unas tecnológicas de músculo infinito parecen adversarios demasiado fuertes para unas democracias demasiado ajadas (algunos dicen que acabadas de tanto usarlas y abusarlas), han decidido tomar el timón del barco mundo a lo bruto; orientan las ambiciones del hombre únicamente hacia el dinero, la adición al consumo masivo, barato y en buena parte inútil, y fomentan tal individualismo narcisista que la inmensa mayoría de ciudadanos somos más selfies que humanos.

Estamos en una deriva poco comprensible de la historia; así que la gran mayoría de la población sigue afanada en sus quehaceres diarios bastante al margen del ruido que emiten las superestructuras y sus altavoces. No comprende.

Con todo, el ruido más persistente y atronador que nos llega proviene de los políticos profesionales y sus zambombas. Se llama crispación, que concluye en otra palabra en tendencia: polarización política, o el fomento de la agresión verbal y algo más de unos contra otros. De nuevo, se pone de moda el blanco contra el negro; el que se tiene por bueno contra el malo; el orden contra los comunistas hijos del azufre.

 

«Se trata de dar la cara con determinación en favor de la democracia».

 

Quienes galopan sobre los caballos negros de Lovecraff se ven llamados a liderar la nueva era. Se han puesto al servicio del capitalismo salvaje y la inspiración de las tecnológicas, aportando por su parte el nuevo lenguaje político del cuervo que reclama la tradición. El ruido es grande. Ganan elecciones y pudieran ir a más. Su crecimiento no se ha detenido por el momento.

¿Está la mayoría de los ciudadanos de Occidente, incluso los más decepcionados, por la democracia? Uuuhhhmmmm. Vive en la perplejidad de un mundo en conflicto que envejece y funciona cada día peor. Y lleno de amenazas. Pero no parece proclive a darle un voto masivo a los bárbaros de la eficiencia y el consumo infinito, que ha adoptado para su defensa, a modo de Grupo Wagner, a una pléyade de vociferantes que enlodan las redes y enconan los parlamentos.

Así que – pudiera ser por el efecto de estos días blanditos de familia, celebración y amigos – es posible ganar la batalla por la libertad, la sensatez y unas sociedades más equilibradas en lo social y económico. Se trata de dar la cara con determinación creciente en favor de la democracia como muchos están haciendo: Biden, Von der Leyen, Macron, Pedro Sánchez… Los enemigos de quienes luchan por la libertad y la armonía no buscan el voto tratando de convencer al elector de sus propuestas y bondades, sino calcinando al contrario con toda la munición verbal, legal o ilegal, a su alcance.

Quien así actúa se sabe un lobo que nunca podría ganar en democracia, por lo que trata de hacer que el otro parezca serpiente o hiena; alguien en el límite entre la selva y el inframundo. En esas andamos.

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