Acaba de comenzar 2023 y ya queremos manipularlo

Acaba de comenzar 2023, que deseamos feliz, ni venturoso ni dichoso o bueno, simplemente ¡feliz! con dos gruesos signos de admiración abriendo y de cierre. Después, el año acabará sabe dios cómo; pero en estos días de enero en fiesta, eso importa poco. Para pasarlo mal ya tendremos tiempo. Nos defendemos de las borrascas que nos endilga la meteorología deseando felicidad en general. No hace daño. En estos días, somos educados por momentos y bastantes de nosotros, incluso, nos conmovemos con estas fiestas en el núcleo del invierno. Claro que los truenos estallarán como los crujidos rugientes que emite la honda de Poseidón y que bastantes de nosotros – quizás demasiados, quién sabe si una cierta mayoría – hace semanas que viene probando las trampas con las que cazar las presas de cada mes. Todos somos lobos, solo que la mayoría enseña el diente solo para sobrevivir, en tanto que una minoría aspira a todo.

Los periódicos y las parrillas de los informativos de estas fechas – que hasta el pasado 31 de diciembre hicieron balance del año que quemamos – rápidamente han abierto la baraja del tarot que maneja la gran bruja para encontrar los raíles del futuro inmediato. Los pronósticos que farfullan con énfasis no son buenos, aunque esto no debe sorprendernos: atravesamos un tiempo de desierto plagado de milagreros mal encarados y agoreros de mierda (con perdón), que se afanan en imponer un futuro en negro con pantalones de tirantes y camisas de neopreno. Para distraernos de la pesadez de su plomo, echan a volar artificiales florecillas de colores que nos saludan al abrir el teléfono y nos deslumbrarán de tal manera que nos convierten en niños disfrutones. En tanto, de manera palmaria, se construye un nuevo mundo desigual (muy ricos/muy pobres) en el que la libertad es pinchar en me gusta o no me gusta.

Yendo al grano de lo más concreto, olvidado para siempre jamás (pelillos a la mar), que se pronosticó ad nausean una recesión económica profunda para España el año en que entramos, llegan pronto noticias deslumbrantes. Resulta que el PP madruga como nunca y deposita en el registro del Congreso de los Diputados una proposición de ley “para la despolitización de la justicia”. He entrecomillado la materia para no confundir a algunos que pueden pensar que hago demagogia o algo aún peor, que miento. Sin embargo, es copia literal del titular en portada de El Mundo del día de ayer leído en Internet.  Nadie podrá negar que es un oxímoron, ya que PP y politización de la justicia vienen a ser lo mismo, y lo que pretendería esta proposición sería un imposible. Así que hemos de convenir, en consecuencia, que esa declaración no se la cree ninguno de ellos y mucho menos el periódico que la destaca en su edición de ayer. Pero es lo que manda en este tiempo de imposturas radicales tan solo ayer intragables por todos. Resulta que la mentira y el odio son las armas más eficaces para triunfar en las urnas. Que se lo digan a los socialistas que ayer y hace unos días acudieron a diferentes cárceles andaluzas mansos, vapuleados y escupidos sin haberse llevado un euro público al bolsillo, pero todo el mundo sabe que “robaron setecientos millones de euros”.

 

¿Descascarilla el cielo de nuestros dioses de la tecnológica?

 

También se escriben extensas crónicas y artículos sobre la guerra en Crimea y su futuro desenlace. Hay sesos que se devanan (es un decir) argumentando si acabará este año o no; si reculará Putin y se avendrá a pactar, o mantendrá su permanente cara de icono cerúleo. Nadie apuesta con determinación por nada. Aunque lo llamativo es que casi nada nos llega de las penurias enormes de los millones de ucranianos; cómo sobreviven en un crudo invierno sin electricidad convertidos en material de subsuelo que es refugio de las bombas. Centenares de periodistas en la zona parecen incapaces (o se les impide o censura) deslumbrar la realidad. Zelensky y sus asesores, como también el Kremlin y sus generales, creen que mostrar el sufrimiento de los suyos debilita y desmoraliza. Nada nuevo. Las guerras siempre acaban siendo contadas por sus actos heroicos y las victorias sobre los otros. La destrucción y desolación propias se silencian porque, al parecer, favorecen al enemigo. Así que de la devastación de desnutridos, heridos, mutilados, congelados y fallecidos, y no digamos de los millones de almas rotas y ojos secos, no nos enteramos.

Una tercera nota asoma en el espinazo de un año que da el testigo al otro. Las grandes tecnológicas – esas empresas novísimas que hacen bailar (y babear) al mundo en las dos décadas de este siglo – se han contagiado de una fuerte gripe, que para algunos pudiera ser algo mayor: la covid del algoritmo. No estamos ante un asunto menor, sino mayor, que diría M. Rajoy, ese tautólogo. ¿Descascarilla el empíreo o cielo de nuestros dioses de la tecnológica? Quién lo sabe. Ocurre algo parecido a lo que comentábamos más arriba sobre la guerra en Ucrania: nadie sabe cómo acabará. Aunque lo cierto es que en ese desierto de California donde la mayoría hinca su belén casi todo es un ay en los últimos meses: grandes caídas en bolsa, inversiones previstas clausuradas, decenas de miles de empleados despedidos y la redacción en marcha de un relato, es verdad que incipiente, de que su futuro pinta mal.

 

«Su ambición universal queda contrariada».

 

Facebook, es decir Meta, ha perdido en los últimos meses el 65% de capitalización bursátil y su principal fuente de ingresos, la publicidad, se resiente de manera creciente: la contracción económica mundial y la penetración de otras redes sociales le cercan. Meta tarda más de lo que pensaban sus creadores, no ya en implantarse y crecer, sino en ser entendida. ¿Para qué vivir en una nube artificiosa cuando la muy real y natural nuestra es infinita? Google, cuyo principal negocio es también la publicidad, cae como su competidor Facebook, y para más inri, su millonario negocio de búsquedas se resiente de manera grave; a los nuevos internautas les basta y sobra con TikTok, Instagram, Twitter y otras redes. Y en el primer gran horizonte de montañas ya asoman las lanzas de los nuevos buitres que aspiran al momio que tenemos entre manos, el móvil. Es la inteligencia artificial. ChatGPT y otras vienen para responder a las preguntas que le venimos haciendo a Alexa y otras de mayor alcance y sentido. Existen bots que escriben cartas y muy pronto novelas. ¡Atención narradores! Nos podríamos extender con los problemas de Amazon, Tesla, Netflix… En definitiva, están maduros y comienzan a caer del árbol. Viene el relevo.

Europa, China y EEUU, por este orden, les van a ayudar poco, o solo lo justo. Han dado mucho poder e ingresos a sus países de procedencia, pero también grandes problemas. Además, la desglobalización y la regulación en marcha no conjugan bien con su misión esférica de convertirse en pulpos que abrazan el mundo. La tierra quiere volver de nuevo a sus regiones geográficas o históricas. Su ambición universal, pues, queda contrariada. Además, les amenaza la competencia antes de haber madurado una nueva conciencia y otra ética que fijaran otra manera de proceder en un mundo que, hasta hace pocos meses, entendían como un prado infinito en el que podían pastar todas las vacas y ovejas del planeta y que ellos llamaron la Nube. Sí, sus disrupciones tecnológicas les convencieron de que la tierra era tal que las grandes llanuras del medio oeste norteamericano; y sus habitantes, tribus indias primitivas y supersticiosas. Y sin valla alguna.

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