Escandalizar no es democracia

La certeza (pobriña) está de capa caída, y deseando morir cuando estorba a los intereses de los conquistadores del momento. Uno de los grandes ángulos que le quedan al gobierno de Pedro Sánchez para resguardarse, la creación de empleo, se lo quieren cegar. Lobbies en la derecha empeñados en el enredo económico informan con escándalo que el desempleo es más abultado del que refleja la estadística oficial. La información, sin embargo, no genera apenas una duda que merezca la pena echar a volar en los medios de comunicación y las redes: cabalga sola acumulando adhesiones.

Claro que no es nada de otro mundo, solo un respingo fingido más, un nuevo trozo de carne del despiece que se coloca en la parrilla para que nunca deje de arrojar humo pestilente. Esta es la forma de hacer oposición en estos tiempos, tratando de edificar escándalos universales, inventos o incidentes, y en el peor de los casos, aventando errores menores o averías ordinarias.

Está también de peligrosa moda atizar el escándalo con la palabra, la torsión, incluso circense, del gesto y esa recuperada costumbre nunca en decadencia de un escándalo por pleno a la semana. Así que las últimas semanas han dado para bastante. Una diputada de Vox y una ministra de Unidas Podemos han decidido sacar varias cabezas a los contrarios en su loca carrera política convirtiendo sus palabras en hoguera de escándalo. Tal ha sido su eco que la cartelera de noticias políticas llama a arrebato. Todo recuerda al odio. UP y Vox se hacen con el cajón más alto de ganadores una vez más. El país, España, cuyo gobierno se respeta en Bruselas, resulta ser un guiñol que manejan filoetarras y separatistas, en tanto que la derecha en la oposición y tantas instituciones son mayormente filo fascistas.

 

«La derecha democrática tradicional ha tirado la toalla».

 

Así que todos nosotros, ciudadanos disciplinados a los que nadie empuja, vamos entrenándonos y adaptamos nuestros cuerpos para entrar en el traje de las sociedades que esperan que las empresas tecnológicas e ideológicas nos dirijan y engullan. Es prematuro asegurar en estos momentos que la izquierda democrática tradicional, gracias a sus errores, gran desconocimiento y puede que, a causa del vencimiento y el hastío, se encamine lanar para convertirse en su bocado predilecto o, sin más, en un nuevo cargamento para su minería de datos.

Pero lo que sí parece cada día más claro es que la derecha democrática tradicional ha tirado la toalla y busca su Trump o Bolsonaro nacional, porque de lo contrario es difícil entender que intenten hacer todo un monstruo de la persona de Pedro Sánchez. Porque el gran problema de nuestro país en este momento no es ni Sánchez, ni la crisis consecuencia de la guerra en Ucrania, el separatismo, los filoetarras, UP o Vox, sino que se nos va la democracia. Jornadas de furia como las vividas la pasada semana son días de gloria para los trabajan por el control político absoluto. Y el dinero.

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