Majestad, no vuelva por Navidad

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

De no mediar la desastrosa covid, que en su sexta ola nos castiga sin compasión, la serpiente informativa del momento sería el deseado regreso a casa del emérito don Juan Carlos desde su exilio, voluntario o indicado, en Emiratos.

El padre de Felipe VI está inquieto, molesto; se diría que cabreado tras año y medio en Abu Dabi. Después de que la justicia suiza archivara una causa contra él por una donación de 65 millones de euros; que la Fiscalía del Tribunal Supremo haya anunciado que los malos asuntos que tramita sobre él han prescrito y, que, en fin, algunos de sus pufos conocidos fueron presuntamente perpetrados en el tiempo en el que su figura era inviolable, ha entendido que no hay motivo para impedir su regreso al no haber causa judicial abierta en su contra. Desea regresar a España y a su casa en el Palacio de la Zarzuela, el lugar que le corresponde por historia y rango.

Le puede la soberbia. Haber sido rey durante cuarenta años y huésped de emires los últimos meses (aquí algunos le llamaban el Sultán en la intimidad), debe de elevar a toneladas el peso de su ego. Pensará que se le está castigando de manera injusta y cruel con lo bien que ha reinado en España durante casi medio siglo.

Y no le faltará razón. Durante décadas, una carta con su firma, una llamada o un recado por persona interpuesta abrían las puertas de gobiernos o allanaban decenas de complicadas negociaciones de Estado o iniciativas empresariales privadas.

 

«Las andanzas del emérito han decepcionado a una mayoría de españoles».

 

Pero es que su buen hacer como Jefe de Estado no puede compensar sus presuntas (y no tanto) golferías. Ahí es donde el desencuentro entre él y quienes le apoyan públicamente o de manera emboscada y aquellos otros que no aceptan tragarse este inmenso sapo obra el emérito y su cohorte de ayuda.

Las tristísimas andanzas de don Juan Carlos, conocidas en los últimos años, han hundido en la decepción a una mayoría de españoles de varias generaciones que le apoyaron tras su acceso al trono de España mediante las leyes de Franco. Fue tan determinante este apoyo, que logró rescatarlo de la oposición frontal y total de los últimos prohombres del franquismo, ejército incluido. Recordemos que fueron los partidos políticos de centro como UCD (Suárez se inmoló por él y no recibió un buen pago), comunistas, socialistas y, quién lo diría, los denostados nacionalistas.

Quienes lo rechazaban porque no querían la democracia que contribuyó a implantar de manera decisiva, curiosamente – ver para creer – son aquellos que apoyan ahora su regreso a España y su rehabilitación pública y afirman que su reinado fue histórico por encima de sus vicios privados.

Hasta llegar a este penúltimo despeñadero, don Juan Carlos había conseguido durante más de 40 años un absoluto silencio sobre su vida privada, manteniendo en todo momento un vigilante y obsesivo cerrojazo informativo. En realidad, del rey solo se conocieron sus éxitos políticos y un desfile en color, con su boato, de miles de escenas protocolarias, sociales y deportivas. Cuarenta años de risa borbónica, sus chistes y una gran proximidad y campechanía. Pero no todo era así de feliz y transparente. Algunos debieron de conocerlo e incluso puede que en alguna ocasión le advirtieran, pero no se tiene noticia de ello. En cualquier caso, el rey estaba blindado por la Constitución, nada podría pasarle. Solo le cabía estar vigilante. Y lo estuvo siempre.

 

«Mejor que permanezca en el emirato de momento».

 

Con independencia de los casos judiciales sustanciados, o en vías de serlo, el daño (enojo, irritación, desafección) que ha producido es enorme. Millones de españoles no volverán a respetarle jamás. Si el desenlace de los últimos casos no se traduce en un volcán contra él es porque han prescrito, ha regularizado a tiempo notables delitos fiscales o era inviolable en el momento de cometerlos.

Pero sobrevuelan numerosos casos más. Las redacciones de algunos medios están repletas de nuevos expedientes acusatorios, tengan estos visos de certeza o sean simples patrañas. Su vida secreta non sancta está aún por descubrirse o acaso olvidar. Porque se acabó (o así debía de ser) el tiempo en el que se apelaba a la historia para que fuera ella la que sancionara a los prohombres.

Llama la atención, por tanto, que no atienda – al menos de momento – el ruego del presidente Pedro Sánchez para que dé una explicación a los españoles. Es lo menos que se le puede exigir. Su actitud orgullosa y exigente compromete a su hijo el rey Felipe VI. Sus actos, sancionados o no, pero ciertos, obligan a que el Gobierno, de manera inmediata, eleve al Parlamento un proyecto de ley de la Corona que regule atribuciones hoy dejadas al arbitrio del rey, y que más pronto que tarde desaparezca de la Constitución la inviolabilidad del Jefe del Estado.

Así las cosas, mejor que permanezca en el emirato de momento. Le vendrá mejor a su biografía histórica. Además, la temperatura de invierno en el Golfo es envidiable.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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