Capota el año más difícil y dramático que hemos vivido nunca la mayoría de españoles y de la Europa más próxima. No me extenderé en datos y reflexiones, pues la mayoría tenemos parecida percepción sobre sus estragos y, a estas alturas de diciembre, gran parte de los medios de comunicación vienen dando buena cuenta del drama. Dedico, por tanto, unos párrafos a la enorme falla política que durante este tiempo fúnebre la derecha y la extrema derecha vienen abriendo en España, tras la formación de un gobierno de coalición de PSOE y UP y la eclosión inmediata de la pandemia por coronavirus.
Es cierto que buena parte de los países democráticos de nuestro entorno viene sufriendo parecido mal pero, también en esta materia, la singularidad española destaca por excesiva y preocupante. Ayer domingo, el diario El País daba cuenta de los datos más significativos de una encuesta realizada los primeros días de diciembre para el medio por la empresa demoscópica 40dB. Un altísimo porcentaje superior al 80% de los encuestados considera que nuestra política tóxica dificulta la gestión pública de la pandemia, entorpece la recuperación de la economía, perjudica la convivencia ciudadana y la calidad de la democracia.
Estamos pues – por decirlo de una manera suave – en una situación política al límite. Los ciudadanos rechazan de manera categórica el comportamiento diario de nuestros políticos, cómo se castigan entre ellos y la manera irresponsable en la que se evaden de la realidad que vive y sufre el hombre de la calle, para situarse en una especie de limbo como de videojuego bélico en el que se atizan, insultan y destruyen.
Así las cosas, habría que apuntar una primera conclusión que nos habla de cómo a la derecha múltiple le están saliendo bien las cuentas pues, al fin y al cabo, este desastre es en buena medida lo que pretendía: poner España patas arriba tras la negra formación de un gobierno de coalición social comunista, “que no es sino un calco actualizado de aquel otro del 36 que nos llevó a la guerra civil”. Pero se les está yendo de las manos. Es cierto que la mayoría ciudadana está próxima al alarido, pero no tan desenfocada como para entregarle el timón del barco. Están estancados en el voto, como todos los demás por otra parte, el panel electoral varía poco, pero casi todos caminan embarrados: un plantel de sucios.
“Existe un miedo enorme”.
Los demócratas deberían tomar buena nota del suceso en marcha. Esta guerra de palabras furiosas y desacuerdos permanentes no debería dañar por mucho más tiempo las expectativas ciudadanas. No es que estemos en situación parecida a los años más duros de la Transición, cuando el gran condicionante era el poder de algunas grandes estructuras políticas franquistas y la amenaza del ejército, no: nuestra delicada situación viene de otras crisis y un mundo en acelerado cambio que exige la intervención de nuestros mejores hombres y ninguna distracción por causa de la nostalgia y el miedo.
Provoca envidia cuando conocemos, por ejemplo, que el vicepresidente de la Unión Europea y su equipo dedican las mañanas a trabajar sobre la pandemia y cómo mitigar sus efectos inmediatos; y las tardes, sobre las medidas a adoptar para salir cuanto antes de la crisis. Porque, si inquietante es la amenaza populista ultra y la estúpida exigencia, por innecesaria y mendaz, de la izquierda iluminada, lo relevante es el viraje que da el mundo creado por las tecnológicas y el rumbo acelerado hacia otra era que viene tomando.
Tenemos derecho a que se nos ofrezca una explicación y las respuestas necesarias que sofoquen la confusión y el desconcierto que trae la revolución tecnológica y su fenomenal despliegue de novedades disruptivas, pero de momento solo se le ponen troncos en el camino, mientras la nueva economía los elude con sus enormes pértigas con la facilidad de Serguéi Bubka. El debate es enorme; la preocupación y el juego de intereses, también. Poco a poco, casi todo el que tiene voz y pluma ágiles va entrando, aunque la mayoría para rechazar las consecuencias que cree que va a tener. Existe un miedo enorme. El nuevo tiempo se entiende como destrucción de buena parte de lo que tenemos, control de todos nuestros movimientos y quizás de nuestra voluntad. Aunque, mientras tanto, casi todos solucionamos nuestros múltiples quehaceres diarios usando el teléfono o los ordenadores, que son a la vez nuestra ventana casi única por donde nos asomamos al mundo.
“No existe una reflexión suficiente y seria”.
Llama la atención, además, la timidez y el gran recelo con que se acerca a “estos nuevos barbaros” el mundo de la cultura. Lo habitual es que haga una crítica radical para, a continuación, intentar acomodarse de la manera mejor o peor que pueda a la situación. No existe una reflexión suficiente y seria sobre el fenómeno por parte de creadores y artistas. Es solo una parte de la Universidad y varias cátedras o departamentos de Economía, Sociología y Pensamiento las que con más frecuencia entran en el debate. Fuera de ellos, casi todo es lamento y crítica furibunda a las empresas que atrapan con mayor fuerza cada día el mundo, y rechazo a los gobiernos que se lo permiten.
Pero no son todos. El delicioso escritor italiano, Alessandro Baricco, publicó el pasado sábado en un periódico de Madrid un artículo titulado “Ahora por fin ocurrirá algo”, en el que, después de afirmar cómo hace tiempo que “existen demasiadas cosas sumidas en una prolongada y exasperante agonía”, anota lo siguiente (disculpe la larga cita): “El sistema heredado del siglo XX, defendido ahora por la contemporaneidad, solo es capaz de hacer florecer una parte ridícula de la creatividad colectiva actual, de la fuerza animal que poseemos, de las formas de inteligencia que generamos (…) Existe un humanismo contemporáneo que poco tiene que ver con los departamentos universitarios y mucho con la ceremonia del té y la industria de los videojuegos. Estoy seguro de que en los dispositivos digitales hay movimientos mentales en los que podemos reconocer la misma torsión visionaria que idolatramos en las acrobacias de un Copérnico o un Darwin (…) Y al final, aún a costa de un enorme esfuerzo, me he visto luchando para que la tierra que generó aventuras intelectuales como la mía sea removida por algún arado, capaz de otorgarnos nuevas cosechas. La pandemia, incomoda y atroz, me parece el escenario ideal para que se produzca esta contingencia”. Evidentemente, al autor de “Seda” no lo confunde el ruido político.