Una lección de geografía

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

La pandemia de la covid-19 da para mucho: no se ha bajado ni un solo día en tres meses de las portadas de periódicos y aperturas de informativos y, lo más seguro, es que traiga innumerables películas y series televisivas contando sus estragos; cruzará por miles de páginas de novelas, será protagonista de relatos y objeto central de trillones de conversaciones. Tenemos un suceso para la eternidad con toda seguridad. Hoy, con su lava aún derramándose, da pie a situaciones insólitas como ser el pretexto para lecciones de geografía.

El pequeño está muy atento a la pantalla de una tableta grandota protegida en sus bordes por un material plástico amarillo verdoso de aspecto tosco como un corcho rupestre. Una voz dulce y persuasiva de mujer conduce su atención y le arrastra la mirada. Mi amigo Bañu lleva su mano derecha hasta sus labios y me pide silencio. Le hago caso y también remoloneo y atiendo curioso al momento. El pequeño (¿ocho años?) me mira de reojo, o quizás ni siquiera haya reparado en mí. “A ver, señala donde está Tomelloso”, pregunta la profe. El mapa de España – que antes llamábamos político, no sé ahora – es de una extensión rácana y además está marcado con decenas de nombres de poblaciones: una almáciga de letras. Pero, de inmediato, se oyen varios “Aquí, aquí, al lado de Valdepeñas”. “No, está más cerca de Las solanas”. “Muy bien, bien, perfecto”. “Ahora vamos a  ver dónde tenemos a La Graciosa”. “¿Qué?”, pregunta extrañado el nieto de Bañu. Je,je, la graciosa”, se oyen risas en el coro telemático. Aquí, aquí, señorita Maite; es una isla pequeñita”. “Perfecto, muy bien, Ana”.

Salimos a la terraza, no hay que molestar. Acude de inmediato Aure, la hija de Bañu, nos da un beso y ofrece una cerveza. “¿De qué va la lección?, pregunto. “La profe pretende que encuentren en un mapa de España aquellas poblaciones que han tenido notoriedad en los medios de comunicación por el bicho”. “Vaya, una manera insólita de reconocer a España”. Exactamente, eso es lo que les ha dicho la profesora: vamos a encontrar esas ciudades y pueblos donde el virus ha castigado más y donde menos”.

 

«España ha sido un Estado federal telemático».

 

Bañu, un ingeniero que organiza los acontecimientos en su cabeza como quien encaja un mecano pieza a pieza, rumia así: “Es la primera vez que estos chicos trabajan sobre un mapa de España al completo; ni de Madrid, de Andalucía o de la república de Cataluña con el Rosellón anexo. Y tiene cojones que tenga que ser a cuenta de la mierda de la covid”. Le digo que cuánta razón tiene, que cuántos años hace que no nos  atrevemos con España como un todo. ¿Cuando murió Franco, que nos preguntábamos qué va pasar ahora en este país? ¿Cuando Tejero protagonizó una intentona golpista y pensamos que volvíamos de nuevo a las andadas? ¿Con el triunfo de las olimpiadas de Barcelona que nos llevó a pensar que pronto podríamos ser como los franceses o los ingleses? ¿Quizás cuando los separatistas catalanes intentaron el referéndum full del 1 de octubre del 2017 y sentimos que este país podía romperse?

La novedad que trae la pandemia es que todas las Comunidades Autónomas han mirado a Madrid y el Gobierno de la Nación ha tenido que hablar (compartir y ceder) con todos. El estado de alarma nos ha recordado que somos Estado y que solo podemos salir de esta trampa mortal comportándonos como una nación que adquiere compromisos y produce normas que a todos conciernen y a las que todos hemos de atenernos. En realidad, como se anticipó hace varios días a escribir el veterano ex ministro socialista, Enrique Barón, España se viene gobernando desde el día en el que se declaró el estado de alarma como un Estado federal telemático. Todas las mañanas de domingo, el presidente del Gobierno y de las diferentes comunidades y ciudades autónomas han discutido y consensuado (o no) las decisiones que luego el Consejo de Ministros elevaría a normas de diverso rango y de obligado cumplimiento para todos.

 

“Españoles gracias a una enorme tragedia”.

 

Así, nos hemos preocupado por el contagio extraordinario  (y la muerte) de decenas de miles de madrileños; la escalada mortal que se produce en Barcelona; el horror de tantas residencias de ancianos incluso en remotas aldeas. En fin, un paseo diario por la España del luto; una preocupación agobiante por los más cercanos frente a una pantalla de televisión donde la voz del conductor del informativo, o la  voz del reportero, nos apunta localizaciones llamadas Herrera de Pisuerga, Haro, La Safor, Hellín… Y cómo respiran, cruzando los dedos, en Murcia, Sevilla, La Coruña, el Hierro

Nos hemos reconocido españoles (y paseado imaginariamente por sus pueblos) gracias a una enorme tragedia, cuando habitualmente son los problemas más hondos los que más separan. Quizás por ello, sonaron tan extemporáneas las palabras de esa marioneta de político llamado Torra cuando dijo que a Cataluña les habría ido mejor de haber sido independientes (¿tan bien como les va a sus otros vecinos franceses o italianos, ingleses quizás?), y los gritos radicales de esos otros que, embozados en la bandera nacional (¿intentaremos de nuevo recuperarla para todos?), quieren tumbar al gobierno que, mejor o peor, es el único que nos mantiene a flote.

Ahora se trata de que este verano conozcamos la geografía de nuestro país de la manera más apropiada, viajando, por ejemplo, hasta esas ciudades y pueblos de las que tanto nos han hablado en los telediarios.

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