Clérimans en el restaurante

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Almuerzos sorprendentes en mis primeras semanas del año. El miércoles último resultó que al entrar en la sala del restaurante, me di de sopetón con dos mesas ocupadas por religiosos impecables, prelados entre los que se encontraba un cardenal al menos, puede que dos arzobispos y, en todo caso, cuatro obispos. Pocos pueden asegurar (salvo los propios jerarcas católicos, claro) que han compartido comida con tan altos mediadores con el dios de los cielos.

Solo reconocí a “un tal Blázquez”, apelativo despectivo con el que rebautizó Xavier Arzalluz a Ricardo Blázquez al conocer que el Vaticano lo nombraba obispo de Bilbao. Luego este prelado discreto, educado y dialogante llegaría a ocupar durante décadas los candeleros más destacables de la jerarquía católica española. El resto de las caras me sonaban. Y nada más; pero qué carrillos los suyos, apurados a la perfección por la navaja, como asimismo sus cabezas entrecanosas esculpidas con esmero por la tijera del peluquero habitual. Con semblante relajado – entre presentes y ajenos al entorno de comensales al loro – hablaban con bocas al punto de la sonrisa, pero todo en un halo de discreto murmullo ausente de toda estridencia.

Daba la impresión de que formaban parte de la facción vencedora en las elecciones a la jerarquía eclesiástica, que celebraban el triunfo con moderación y buen plato. Bebían vino excelente, con moderación eso sí, a tragos briosos. Y comieron primero, segundo, postre y chupitos. Al levantarse, el pequeño salón del restaurante se transformó por segundos en un bosque penumbroso de robustos álamos negros en invierno. La despedida a la parroquia fue del mismo tono que toda su estancia gastronómica: “Buen apetito, señores”.

Mi compañero de condumios, periodista jefe pero sin embargo, y a Dios gracias, picador aún en la cantera de la actualidad y sus borrascas, sacó con rapidez una moraleja de lo observado:

¿Has comprobado la Paz que transmiten? ¿Por qué no se les encarga la moderación de la mesa catalana? A l fin y al cabo, al clérigo que acaban de hacer baranda de la jerarquía católica es arzobispo, y pronto cardenal, de Barcelona.

– Pobriños, bastante tienen con sobrevivir a los chuzos de punta que les caen en los últimos tiempos. Mejor sería, visto el arte con que manejan en el trato con los alimentos, encomendarles la mediación en una necesaria mesa de la alimentación entre la media docena larga de ministros, que llevan la cosa alimentaria (y otros grilletes) en España, y los mil representantes de este sector económico enorme.

Vaya melón que abrí; mi amigo mutó en volcán de palabras (lava negra).

– El sector está en estos momentos más allá de un ataque de nervios; ese estrés máximo lo ha superado a base de grandes dosis de valium. Que el Gobierno les echara a los agricultores contra su chepa fue too much. Pero no para ahí, hecha a andar una severa legislación sobre residuos, con el plástico como demonio jefe, que creen los lleva a otro despeñadero y puede reventar incluso a Ecoembes. Para mayor inri, anuncia subidas impositivas, o nuevos impuestos, sobre aquello que hemos dado en llamar comida basura. Pretende recorrer en un año, lo que hubiera necesitado cinco o más, justo los que se han perdido por causa de sus bataquerías. Necesitan dinero para financiar lo que ellos llaman políticas sociales, y lo terminarán sacando del bolsillo de quienes dicen defender: asalariados y pobres, aunque dando una patada en el culo a la industria alimentaria y la distribución.

– Te veo muy puesto, colega. Da la impresión de que la aceleración y el ruido propagandístico que imprime la gente de Pablo Iglesias no forma parte si no de un interés especial por sacar su programa de gobierno cuanto antes y dejar el resto de la legislatura a los socialistas al pairo de sus humores e intereses partidistas.

– ¿Tan pánfilo ves a Pedro Sánchez?

– Ah, qui lo sa.

La ensalada de salmón fresco con burrata, estupenda; aunque la merluza a la plancha no tanto: pasada y sosa. El tartar de atún que tomar mi amigo debía estar muy bueno pues lo devoró sin dejar de hablar en ningún momento. El restaurante El Aderezo (Añastro, 48. Madrid) – un clásico de esa lengua urbana de clase media y ricos, que es Arturo Soria – como tantos otros de su clase le cuesta demasiado dar con un nuevo enfoque. La cocina es buena y aceptable la bodega, pero son más de 40 años sin más atildamiento que el lavado de cara y el peinado de cada mañana.

Vengo observando que los restaurantes, gastro bares, neotabernas y otros expositores para abrirnos boca se trasforman de verdad cuando entran nuevos vinos, otras denominaciones más allá de riojas y riberas; cuando cambian de mesas y decoración y aumenta el ruido ambiente. Claro que, en estos nuevos palomares para el arrullo de vientres y el disfrute de paladares, no tendremos la suerte de encontrar un día a un buen ramillete de monseñores; ellos no irán nunca a estos nuevos lugares de garnacha, blancos alemanes y tiraditos de lubina.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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