¿Otra guerra después de dar la batalla a la COVID?

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Al hablar de este tiempo de crisis eterna y otros acontecimientos mayores, el poeta Sánchez Rosillo afirma en El País que todo es estupor, “que el estupor paraliza”. Es cierto, aunque ese tiempo del asombro ya pasa; las sorpresas cada día dejan de serlo porque las astracanadas se repiten. La etapa de la parálisis la vamos dejando atrás. Hace tiempo que nos acompaña el miedo como carcelero o niñera según el día, aunque nunca dejamos de estar bajo el imperio de su ojo. Desconfiamos de todo porque estamos seguros de que nos va a suceder (ya nos ocurre) algo horrible.

Es bien difícil destrabarse de este esparto. El entorno no ayuda, pues llevamos casi un año de duro invierno dentro de la osera y gran parte de lo que nos llega desde las imágenes o la palabra desconsuela. No nos alcanza casi el remanso íntimo del amor, la risa de la comedia, o la verdad y la belleza que nos ofrece el mejor arte. Sin embargo, la inmensa mayoría de humanos invernados aguanta, resiste; se empeña, a pesar de todo, en despertar temprano para atender obligaciones. ¿Por qué?

Aquí podríamos mostrar subrayadas en verde, rojo y amarillo millones de páginas, partiduras o imágenes para explicarlo. Aunque podemos resumirlo con una sola palabra: vivir. La primera necesidad, sí, necesidad, del hombre es vivir, sobrevivir, imponerse a la cuesta hasta encontrar el lago fresco de la meta del pan y el abrazo.

 

“Esperanza, esa es nuestra carencia de ahora”.

 

No sabemos cuándo lo alcanzaremos, y uno de cada dos segundos de nuestro tiempo dudamos si acaso llegamos a ver la luz de la mañana. Pero no, nuestras piernas son pedales que avanzan; nuestra cabeza es determinación rocosa sin retroceso y el corazón siempre busca el aire; respirar hasta convencerse de que nada está perdido y de que, en algún momento, nos encontraremos reflejados en el lago de la esperanza.

Esperanza, esa es nuestra carencia de ahora. Necesitamos estímulos para volver a ser personas con anhelo, con deseos de (re)construir nuestro hábitat y entornos donde la mayoría estábamos confortables hasta hace poco tiempo. Estos años que pasan nos ayudan bien poco a encontrar una bocanada de luz. Caminamos por tiempos de crisis y revolución; de cambios impensables, desconocidos y vertiginosos. Y pocos acuden (o son llamados) para contarnos hacia dónde vamos, salvo a los que no se les cae de los labios la palabra catástrofe.

Pero es un error, nos estamos equivocando. Por ejemplo, el cambio climático, ese huracán de arena ardiendo, lo vamos entendiendo a base de explicaciones múltiples de científicos y expertos en miles de materias, que parecen estar llegando a la conclusión de que podemos controlarlo, o aminorar sus efectos, si actuamos según un plan mundial concertado. Falta determinación política y liderazgos en un mundo donde brotan taifas y malvados.

¿Por qué a los grandes actores que con más determinación nos abren el futuro los recibimos habitualmente como amenazas? Las tecnológicas y su capacidad de confundir a la humanidad; la inteligencia artificial (IA), como gran destructora de profesiones, escuelas y negocios; Amazon, que cierra nuestras tiendas y arruina las industrias locales. Y así mil ejemplos.

 

“No es posible hablar de flores estando en guerra”.

 

¿Por qué no buscamos mayor información para relajar la jindama que recorre el mundo? Porque casi todo puede hablarse, ser debatido e incluso rechazado. Pero no ocurre. La palabra dialéctica es otra de las arrumbadas de nuestro léxico. Nos va mejor manejarnos con los puños calientes. Así que los ogros (soberbia o torpeza infinita, o ambas cosas al tiempo) no acuden al ágora pública para explicarse; se expresan únicamente sacando al mercado más y más aplicaciones y anunciando futuro, desde el secreto de sus sótanos de vidrio y cromo, gracias a la abundancia de sus ingentes beneficios y el talento de los mejores coquitos del mundo contratados.

Las instituciones tambaleantes que nos gobiernan (¿podríamos hablar ya de que pronto serán el mundo del ayer que dejó crónica Stefan Zweig?) en lugar de aproximarse al diálogo y entender en profundidad lo que (nos) está ocurriendo, han optado por echar al mar sus armadas de guerra y han convertido parlamentos, gobiernos, bancos centrales, centros de inteligencia y otros poderes en nidos de ametralladora contra la invasión. Desapareceremos millones de no insistir en un armisticio de diálogo. Porque esos señores tan jóvenes, delgaditos y atildados de las empresas en la cresta del mundo  pueden ganar o no la batalla en marcha, pero ya es irreversible que tienen en sus manos las llaves que abren a otro mundo y a centenares de millones de ciudadanos que les siguen entusiasmados, siguiendo las miguitas de felicidad que ponen a su disposición en el teléfono.

Ocurre, además, que nos acompañan miles de hombres y mujeres que pueden explicar (traducir también) el lenguaje con el que se explica el mundo que ya nos toma por la cintura. Pero les hacemos poco caso. El político no les tiene gran respeto; el periodista (lo da el oficio) está atento al día a día de un mundo pandémico que se empobrece, y buena parte de talentos, intelectuales, profesionales y empresarios optan por rechazarlos.

Es un error enorme. Muchos de ellos conocen, o solo intuyen, el trazo del boceto sobre el que se está pintando el mundo. Y no es precisamente el supergeopolítico donde destaca el Gran Hermano, sino el que apunta cómo va a funcionar la enseñanza, por dónde caminará la gestión sanitaria, dónde encontraremos empleo, qué carreras u oficios serán mas demandados, etc., etc. Pero a esta gente no se le llama porque no es posible hablar de flores estando en guerra, o porque son personas que nos quieren dejar tumbados en la lona. Error.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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