
Muy mal debe de estar la cosa para que profesionales de talla y trayectoria como Iñaki Gabilondo cuelguen la pluma. Cuando anunció que daba por terminados sus comentarios políticos diarios, vaya, casi ni sorprendió. Quienes le seguían se encogieron de hombros a manera de lamento, y quienes le detestaban dirían: un pesado menos. Más allá de la pérdida o el alivio, hay que valorar su significado. Ha venido a decir que se va porque está harto de seguir el día a día de esta España de políticos airados, un barrizal en el que la mayoría se atiza con palabras feroces (“mentira y mierda”, que se decía antes) y el resto se defiende como puede incluso de sus amigos o coaligados.
Da un paso al lado con la elegancia del caballero, sin ruido ni lamento, aunque se muestra abatido a causa del espanto que le produce tanta mediocridad ambiental. Los nuevos políticos no han traído nada más que ruido y fracaso. ¿Dónde encontramos una sola obra digna de ser llamada así erigida por Albert rivera o Pablo Iglesias? Y los que suceden a los socialistas clásicos o heredan los restos del aznarismo y Rajoy bastante tienen con mantener en pie los torreones tan bombardeados de sus partidos. Y muy en especial los populares, tripulantes de un barco agujereado por la carcoma de la corrupción y la radicalización. Han convertido el Parlamento en un circo romano en el que solo intervienen las fieras.
Para un periodista culto y prestigiado, aunque no solo para él, este carnaval de desquiciados debe de ser una carga demasiado estomagante. Se ha tenido que preguntar en muchas ocasiones qué hace perdiendo el tiempo, cuando el que le queda – ojalá sea largo – solo tiene que disfrutarlo. Con la ausencia de la “homilía” diaria de Iñaki, muchos están huérfanos de una opinión sensata y más expuestos al escalofrío que provoca tanta declaración y nuevas revelaciones sobre nuestro inmediato pasado, en el que tanto poderoso cambió la oficina luminosa por la cueva de candil.
«No sabe bien Iglesias la escocedura de alma que ha producido».
El nuevo trueno del escándalo ha venido de las muy pensadas declaraciones de Pablo Iglesias equiparando el exilio republicano (diáspora de más de medio millón de españoles perseguidos a bombazos y los fusilazos de falangistas y militares en la raya del pirineo) con el “exilio” de Puigdemont. No sabe bien el señor de la casta la escocedura de alma que ha producido a todo demócrata español, o por decirlo de una forma más apropiada: a todo bien nacido. El trago de cristales rotos que han ingerido tantos ha sido respondido por los mejores columnistas del país con textos tan ajustados como definitivos: por ese camino nunca más, le han indicado.
Claro que no habrá rectificación por su parte, ni un mínimo asomo crítico entre los suyos. ¡Quién se atrevería! Aunque estas palabras le han dejado en el extremo del dique donde ya zarpó el barco. Pasar por encima de la memoria de los republicanos más humillados con el fin de rebañar un puñado de votos de la CUP explica con claridad meridiana qué clase de valores le mueven. Es la penúltima prueba (habrá más) de que Pedro Sánchez estaba en lo cierto cuando dijo que gobernar con él le impediría dormir. Queda que nos revele el presidente qué tipo de sueños le desvelan ahora.