Pasada la tormenta blanca,
un siglo ya,
continúan helados nuestros pies.
El alma encendida del corazón
es ira cada mañana
al descorrer las cortinas.
Estos días blancos de impericia pública y retraídos ciudadanos se eternizan como larguísimas tardes de un julio helado. Cuesta creer tamaño fracaso municipal. Recuerdo a un alcalde del PP, no tan lejano en el tiempo, Alberto Ruiz-Gallardón, e imagino cómo pudiera haber procedido él ante la situación. No parece que estemos muy fuera de onda si pensamos que, tras realizar unas cuantas consultas rápidas a sus consejeros de confianza, y visto cómo le gustaban las hombradas, los grandes gestos y obras para la historia, el Faraón – como terminaron llamándole – hubiera citado en su despacho, cuando aún caían los últimos copos del nevadón, a los cinco florentinos a los que había encargado convertir la ciudad de Madrid en “un estado de obras” para ordenarles que el lunes 11, a las seis de la mañana como muy tarde, quería listas para trabajar a no menos de doscientas cincuenta máquinas quitanieves con su material auxiliar, no menos de 750 camiones y más de 1.500 operarios de distintos oficios – barrenderos, jardineros, electricistas, fontaneros…- para dejar limpia la ciudad en tres días.
Bien, ya sé que todo esto no deja de ser un apunte novelesco, nostalgia de excesos asumidos, pero es bueno recordar ahora que la derecha democrática también tuvo (¿tiene?) políticos con determinación y mando para revertir situaciones de calamidad como la actual, que diez días después continúa aplastando a Madrid y parte de su Comunidad Autónoma. El actual alcalde, Martínez Almeida, y la presidenta de la Comunidad, Díaz Ayuso, (porque buena parte del territorio más afectado casi no se ha enterado de que existe un gobierno regional), han cosechado un estrepitoso fracaso aunque no dejen de insistir en que estamos ante una situación de calamidad pública máxima que exige urgentemente la declaración de zona catastrófica por parte del Gobierno de España, a la que han puesto el precio de 1.400 millones de euros.
«Los dirigentes madrileños comenzaron el jersey al revés».
Volvamos a qué podría haber dicho y hecho Ruiz-Gallardón hoy, lunes 18, cuando las más de 250 máquinas quitanieves, los cientos de camiones y miles de operarios volvieran a casa: “Señor presidente, ahí tiene la factura que nos pasan las empresas, el Ayuntamiento solo puede hacerse cargo del 25%, el resto corresponde al Gobierno”. Y el señor Sánchez tendría que envainársela: ¡cómo iba a enfrentarse a todo un héroe ciudadano!
Los dirigentes populares madrileños comenzaron el jersey al revés, por el cuello. Antes de haber hincado la primera palada de nieve, casi sin saber por dónde debían empezar a limpiar, exigían al Gobierno (responsabilizándole de la catástrofe de manera indirecta) que declarara zona catastrófica a Madrid. ¡Como si la aceptación de un acto administrativo derritiera la nieve por ensalmo! Utilizan, así, el mismo raca-raca que vienen aplicando como oposición desde que se formó el actual gobierno: todo lo que ocurre – los males reales pero sobre todo los imaginarios – que pueda dañar a este país es responsabilidad del gobierno social-comunista.
Claro que, en esta ocasión, es posible que se hayan pasado de listos. Ni siquiera buena parte de los suyos van a pensar que los niños se van a quedar sin colegio – es posible que dos semanas – por culpa de Sánchez y esa bruja vasca que tiene de ministra de Educación; que el abuelo, que se resbaló en la acera helada, clamará contra el ministro Illa; y ese joven, despedido porque no pudo llegar a su trabajo en Madrid hasta el miércoles 13, se enfurecerá contra la democracia. Si lo que pretendían es endemoniar aún más a los ciudadanos (“Madrid es muy nuestro”, pensarán) contra el Gobierno al mantener a los madrileños atrapados entre la nieve, han errado en la estocada: pinchado en hueso.
«Lo abominable es la manera obscena de hacer política».
Es cierto que, a pesar de los avisos reiterados y en tiempo de meteorología llamando a la máxima preocupación y aún la alarma, las nevadas en algunas zonas de España llegaron a ser extraordinarias y su extensión territorial desborda a las autoridades que ni estaban ni podían estar preparadas para atacar tamaño alud. ¿Cuántos ayuntamientos del centro y este peninsular están equipados con máquinas quitanieves y disponen de protocolos de emergencia para combatir el meteoro? Muy pocos, ni siquiera el Ayuntamiento de Madrid.
Lo abominable, entonces, es que la manera obscena de hacer política con la intencionalidad de convertir al ciudadano en rehén de intereses políticos y electorales se perpetúe como formula de hacer oposición por el PP. Es en estas graves circunstancias cuando debe aparecer la determinación de las autoridades, así como la disposición y solidaridad ciudadana. Sin embargo, en Madrid al menos, optaron por la peor de las recetas: culpar al Gobierno del desaguisado, en tanto la nieve se transforma en hielo.