Todos dentro de la nave de Internet

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Aunque insistan en hacernos creer que estamos próximos a ser superhombres porque hemos superado la naturaleza (la dominamos), no debemos dejarnos engañar. Somos (casi) el mismo hombre del neolítico, aquel que ató la cabra a una estaca y aprendió a segar trigo; compartimos idénticos genes y hasta nuestro halo es parecido. No somos (¿todavía?) ese hombre unidimensional y adocenado apetecido por el investigador ofuscado y malandrín que ha decidido que hemos llegado al límite en la evolución darwiniana y estamos dispuestos para dar el salto que nos empariente con los dioses, al habernos desprendido al fin de ese morral pesado y defectuoso llamado naturaleza. Se trata de ese hombre que de forma tan precisa fantasea Harari en sus libros, “Sapiens” y “Homo Deus”, convertidos en la biblia que se nos ofrece para entender el futuro.

No obstante, pensamos de forma muy parecida a hace 10.000 años y tenemos las mismas necesidades: comer, dormir y aparearnos; atacar y defendernos. Pero se habla muy poco de todo ello al dar por superada esa etapa del hombre digamos que tan tosca y animal. Nuestra salvación – también en la crisis presente tan enorme – está en el desarrollo de nuevas startups que nos ayuden a presenciar el amanecer en el Everest antes que la cordada acampa a 250 metros de la cima; que los gobiernos y otras instituciones públicas y privadas internacionales nos aseguren una liquidez financiera sin límites; hacer que desaparezca el efectivo: todo en un plástico, y dar muerte al carbón y al petróleo: los lanzallamas del mal.

¿Se han preguntado esos jóvenes líderes tan inquietos y avariciosos – ven el progreso del hombre únicamente en su capacidad de acumular riqueza – qué valor tiene el agua, por ejemplo? ¿Se han hecho una idea (o alguien les ha pasado una chuleta con una cifra) de las miles de vidas que se salva con solo lavar las manos de los hombres? ¿Recuerdan que sin electricidad todo se detiene y se pudre el mundo? Este mal rollo empezó a dar su mala cara cuando al trabajador se le comenzó a denominar recurso humano. Sí, recurso: algo menor y prescindible, barato; y a todo lo demás que desde hacía siglos “considerábamos sólido” – como recordó en un exitoso libro Muñoz Molina – se le apoda con la palabra inglesa commodity, viene adquiriendo la cualidad de mercancía – y empezamos a prescindir de él, se nos olvida.

 

«Llevamos más de una década sin invertir en el abastecimiento de agua».

 

Ahora, nuestro mundo es como una cometa afgana arrastrada por el viento de Internet. Todo se almacena en la nube y desde allí se dirige el globo. Somos tan inteligentes que estamos depositando lo elaborado y lo que aspiramos a ser en un mismo vehículo, como si ya fuéramos gas celestial y polvo de dioses. Así que pocos reparan en los pilares que nos sostienen en realidad, y se habla de la nueva normalidad como si todo fuera a ser en unos meses, pasada la crisis de la covid-19, más o menos igual aunque, eso sí, más pobres y tutelados.

Aparte de la desigualdad y la ira crecientes, que nos llevarán a mayor crueldad, se nos está olvidando que en pleno cambio climático llevamos más de una década sin invertir un chavo en el almacenamiento y mejora del abastecimiento de agua, en su calidad, en la reposición de sus redes, en depuración. Cuatro años de sequía severa en España podrían ser el infierno. Y no es tanto dinero, solo falta que algún gobierno se lo tome en serio. En la sustitución de generación eléctrica procedente de materia fósil se ha avanzado bastante, pero no se termina de arrancar con determinación. Estamos al comienzo del camino (cuando no empantanados) hacia una correcta digitalización de nuestra economía, y se nos olvida – quizás porque distraen demasiado las llamadas de auxilio diario – qué hacer para remendar, aunque solo sea, las bases de nuestro sistema democrático apedreado a diario por la ola nacionalista y la granizada de la globalización.

El acuerdo para la reconstrucción que persigue el Gobierno debería entrar de lleno en esta materia, que es la materia. Se trata de recapitular sobre el camino andado en lo que llevamos de siglo y corregir bastantes de las decisiones tomadas sin pensar lo suficiente en su eficacia y consecuencias. Porque en las sociedades más avanzadas y cultas de la Historia siempre hubo un recinto, desde el garaje a la universidad, para el pensamiento, la investigación y el ensayo, y se dejó todo lo demás para el discurrir habitual de los otros acontecimientos (millones) del acontecer humano.  Ahora, ocurre lo contrario: nos han metido a todos en la nave espacial de Internet, y dejan en desamparo al mundo que siempre nos dio cobijo y construimos nuestra historia .

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

Un comentario en «Todos dentro de la nave de Internet»

  1. Ni en saneamiento de alcanrtarillado. Las redes de abastecimiento tienen perdidas del 40% y las últimas inversiones deben ser del tiempo de Almanzor o Bravo Murillo los afortunados con aquella desgracia Zapatero Salgado del plan E con tilde donde se remozo por n esima vez la plaza del pueblo pero ni tocar las redes que no se inauguran bien.
    La madre que parió a tanto profesional desde la mas precozi ncompetencia ya en las juventudes de cada empresa de representación política

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