
El nacionalismo siempre ataca con mayor determinación y ambiciones cuando el Gobierno de España está en graves aprietos. Y no hay mayor dificultad que tener la urgente necesidad de sus votos para llegar a la Moncloa. Siempre ha sido así en nuestras últimas décadas de democracia. La circunstancia especial de este momento radica en que, paradójicamente, Pedro Sánchez necesita del voto del nacionalismo catalán en el momento en el que este se encuentra más debilitado y dividido que nunca. Puigdemont, el líder de Junts per Catalunya, vagaba más que exhibía su exilio por Waterloo; y ERC era arrasado por el PSC en las últimas elecciones legislativas y municipales. Ahora, el valor extraordinario de sus pingües votos los lleva a pedir a cambio el oro y el moro, es decir: amnistía para sus fugados y/o condenados y referéndum para la independencia de España, o sea, su programa máximo.
El nacionalismo vasco de PNV y HB maneja otros escenarios. A los últimos les va bien creciendo con apoyos puntuales al gobierno de Sánchez en leyes de carácter social, sobre todo, hasta dar el sorpasso al PNV (es su aspiración). De producirse esa situación, nadie duda de que cambiará la actitud constructiva del tándem Ortuzar-Urkullu. El PNV hoy en apuros -cae en votos y representación parlamentaria y el gobierno de Iñigo Urkullu depende de la coalición con el PSE-, sin embargo, no puede quedarse al margen de las demandas de los nacionalistas y recupera algo más pulida su Convención Constitucional para modificar el modelo territorial del Estado. Es verdad que su propuesta no habla de referéndum de autodeterminación, lo que ya es un paso importante, y admite que el proceso hacia una relectura de la estructura territorial de España debe llevarse siempre mediante la negociación y de acuerdo con la Constitución. Pero nada dice de cómo hincar el diente a esa Convención: ¿quiénes lo harán, cómo, dónde, cuándo, hasta dónde se podrá llegar?
«No les preocupa el movimiento reaccionario en marcha en España».
¿Es de verdad la cuestión nacionalista y sus reivindicaciones el problema principal de España hoy? No, sin duda. Ni siquiera lo es para la mayoría de los votantes de estos partidos, así lo expresan de manera clara las encuestas. Solo algunos de sus dirigentes buscan una oportunidad para salvarse del fracaso del procès y el referéndum ilegal aprovechando que Pedro Sánchez nada con mar arbolada y sin flotador. No ven más, no aspiran a más que insistir en su fallido programa máximo que los ha llevado a la derrota electoral y al debilitamiento económico, social y de imagen internacional de Cataluña. ¿Insistir una vez más en la amnistía e independencia cuando España y Europa están amenazadas de manera creciente por radicalismos de derecha, extrema derecha, y franquista también en España? ¿De verdad creen que un gobierno PP-Vox en Madrid iría bien para su causa catalanista?
Se nota que no han entendido bien, o no les preocupa, el movimiento reaccionario en marcha en España que se refleja muy bien en las penúltimas palabras de Díaz Ayuso: “Como en el siglo XX, nos llevan al combate”. Una escueta frase sentenciadora construida sobre el recuerdo de la metralla verbal de encendidos falangistas de los años treinta. También pudiera ser que vivieran en el delirio de que lo mejor para ellos es que todos bailemos el mambo que propone la neocaverna española, ahora travestida de glamour.
«Sánchez cree con firmeza en los pasos que está dando».
En tanto todo esto viene ocurriendo, llama la atención el silencio clamoroso que mantiene el presidente en funciones, Pedro Sánchez; su cuajo, rostro serio, y sin embargo no crispado, ante el movimiento telúrico ciertamente inquietante que fluye bajo sus pies. Parece que se anunciara un nuevo volcán de la Palma político en esta ocasión que pudiera regar de lava a toda España. Tendríamos que pensar que cree con firmeza en los pasos que está dando en el contraluz de su despacho y las múltiples conversaciones reservadas que mantiene. La última batalla electoral exitosa que mantuvo con las derechas le debe de dar fuerza y seguridad, y con los nacionalismos, engallados ahora, ya tuvo un buen entrenamiento (y conocimiento) la pasada legislatura. Llegó a serenarlos y contenerlos, y después derrotarlos en sendas elecciones municipales y generales.
Puede pensar también que, investido presidente de nuevo, la muy posible caída en desgracia de Feijóo sin lugar a dudas generará el alto revuelo en el PP que mantendrá entretenida y en ascuas a la derecha popular durante un buen tiempo.
Claro que las banderas con las que podrían asomar nuevos líderes populares y asimilados serían muchas y más peligrosas. Díaz Ayuso, sin ir más lejos, se ha creído el papel de heroína nacional que se le viene construyendo y ella interpreta, no se bajará del proscenio desde el que siempre ataca. Cree que encandilará a “todas las derechas españolas y a millones de españoles decentes”. Quién sabe si ella y su equipo sueñan que es posible una Thatcher a la ibérica manera. En todo caso, los tiempos bizarros que vive España no solo no remiten, sino se avivan más bien, se hacen más osados y entran en terrenos tenebrosos. La derecha mediática ha iniciado sonadas avanzadillas llamando a la salvación reputacional de Luis Rubiales. De hacer silencio y befa del feminismo pasan a combatirlo encumbrando a los más preclaros machistas.