
La desconexión entre el mundo político, empresarial y, digámoslo también, de gran parte de nuestras sociedades con la realidad ardiente (cambio climático) que sufrimos es total. Impresiona la pasmosa facilidad con la que nos olvidamos de la brasa que nos quema y sus consecuencias presentes y futuras. Una foto de Trump carcelario o un beso robado por un bruto son suficientes para olvidarnos de que estamos rociados de gasolina. No se salva ni el hombre común y ni siquiera el más acreditado científico que aventuró un futuro en llamas.
El mundo de los humanos vive un largo tiempo de nervios, zozobra y de enorme excitación narcisista también, que llega a alcanzar a la ciencia y los estudiosos del clima. Estos solo han logrado concluir que todo va demasiado rápido. La sorpresa última de los océanos próximos a cocer les ha impactado. Revisan datos e hipótesis. En un tiempo indeterminado, que ansiamos sea lo más próximo posible, darán a conocer nuevos escenarios aún más pavorosos, en tanto que los humanos españoles -por no ir más lejos de nuestras propias desazones- nos ofuscamos con las horriendas de un hombre primitivo llamado Luis Rubiales.
Pasado agosto, ¿dónde andamos en realidad?
1.- Una sequía espeluznante que transforma en polvo y esparto la mitad sur peninsular.
2.- Los altos precios de todo lo que necesitamos -en especial los alimenticios- no ceden. Fijémonos en el aceite o el gas.
3.- Europa no alcanza a ver el fin de la guerra en Ucrania. De ella casi solo conocemos el vuelo de palabras imperativas de su presidente: ¡más armas! ¡más armas!, en tanto que el frente de batalla no se mueve un metro en todo un año amontonando, eso sí, decenas de miles de cadáveres. ¿Cuántos han caído abatidos? Nadie, ni acaso el mismo Putin, lo debe de conocer con exactitud. El frente de los donetsk y aledaños bien pudiera acabar pareciendo una copia dantesca de las batallas de libradas en Verdún, o el matadero del Sommes, en la primera Gran Guerra cuando los estados mayores de los ejércitos francés y alemán en contienda alcanzaron tales cotas de pánico y cobardía que no se atrevieron a pedir un armisticio.
4.- Estados Unidos continúa ardiendo política y socialmente atizada por la yesca zanahoria de un mega enfermo político llamado Trump; y en China, por primera vez en más de tres décadas, pincha la economía. La dictadura pekinesa tiene problemas serios. Y si observamos nuestro mapa político escolar, a escasamente una cuarta al sur de Algeciras, a media docena de países del África subsahariana les quedan solo tres o cuatro pétalos de su margarita negra por arrancar para saber si entran en guerra o no.
«Feijóo sostiene que debe gobernar sí o sí».
Sí, nuestro mundo, con España en su núcleo, se mantiene en alerta como esperando males aún mayores de la tierra maltratada, que se defiende, y de la mayoría de los hombres tan alienados que aún siguen creyendo que, a pesar de todo, todavía es posible (e imprescindible) remontar los niveles de crecimiento de aquel fabuloso año precovid, 2019.
Claro que nuestro hombre político y empresarial, y buena parte de los que piensan e investigan para él, se empeñan en mantener un debate grotesco tras los muy empatados resultados de las elecciones generales del 23J. Lo impulsa sobre todo el PP. Feijóo sostiene que, como tiene más diputados que ningún otro partido, debe gobernar sí o sí; como sea. Pero como con la voluntad del empecinado no es suficiente, cada dos o cuatro días, idea un nuevo embeleco con el que trata de dar a entender que sus pretensiones se mantienen en vuelo, que su ambición avanza hacia la concreción.
Primero, hace todo lo posible, por arriba y por debajo de la mesa, para que el rey lo proponga candidato a la presidencia del Gobierno. Con esta exigencia arriesgada ha estado muy cerca de chamuscar al monarca -o todavía no le ha alcanzado la llama- porque Pedro Sánchez y los socialistas persisten en ser respetuosos y responsables ante el Jefe del Estado. En segundo lugar, los siempre considerados socialistas con Felipe VI, aceptan que la presidenta del Congreso de los Diputados le conceda hasta un mes para que intente subir a la tribuna en el debate de investidura con una mayoría parlamentaria suficiente y sin trampas. Así que, a continuación, llaman a los socialistas al transfuguismo, en esta ocasión sin mediar tamayazo, o eso parece, y se abren a un diálogo amplio y abierto con nacionalistas y separatistas con el ardor que expresan las palabras de uno de los principales dirigentes de Génova 13, al definir a Junts, el partido de Puigdemont, “como un grupo parlamentario que, al igual que ERC, más allá de las acciones de cuatro personas, cinco, diez, llevaron a cabo, representa a un partido cuya tradición y legalidad no está en duda”. Van a hablar con todos “menos con Bildu”. Habría que pensar, no obstante, que ese ‘no hablar’ es solo de momento, pues el frenesí por tomar la Moncloa es tal que no parecen rechazar ningún abrazo si les da un voto.
«Nuestro país no tiene buen color de fondo de ojo».
Es decir, un mes para recuperar imagen, revestirse con ropajes moderados y lanzar decenas de mensajes llamativos, razonables, atractivos y hasta sorprendentes tan sólidos y perdurables como pompas de jabón. Un mes para no llegar a nada o con la esperanza de que este mundo inestable produzca un trueno que lo remueva todo. Algo así como un milagro que haga presidente del Gobierno a Feijóo, lo único que importa.
La hojarasca de palabras popular enmascara la razón última del dramático y extravagante empecinamiento de Feijóo y su grupo pretoriano. Pero semejante empeño debería estar basado en una razón sólida y hasta se diría que inamovible, intocable. Visto el historial interno y externo tan complicado que viene acreditando el gallego desde que fue nombrado presidente de su partido, lo más sensato es pensar que ha decidido montar esta enorme y tozuda traca para llegar a la presidencia del Gobierno porque piensa que es la única manera de salvarse de ser volteado simbólicamente por una ventana de la planta 7 de Génova 13. Todos en el PP aseguran que Feijóo llegó a Madrid para “erradicar el sanchismo”. De no ocupar la Moncloa ahora, de qué les vale.
El gallego lo tiene mal de no ser presidente, aunque no es el único. Nuestro país, como tantos otros, no tiene buen color de fondo de ojo. El regreso de antiguas banderas con sus bravatas y los nacionalismos rampantes al acecho erizarán nuevas emociones.