Sorprende la novedad de los tracking diarios sobre la marcha de los resultados electorales con que los grandes medios de comunicación españoles saludan desde sus portadas todas las mañanas. Parecen decir: «¡Así van las apuestas!» Como si se tratara de un combate de boxeo múltiple o, de manera menos grosera, de una vuelta ciclista. Claro que en estos supuestos podemos observar cómo arrean o encajan unos y otros, o cómo ganan o pierden en las sucesivas etapas. Aquí debemos confiar en las habilidades brujas de los magos desconocidos que tratan los datos de la encuesta diaria. Al estrés natural que inunda toda campaña electoral, se le añade una nueva tensión extrema que enardece como la droga a los aparatos políticos, a sus seguidores apocalípticos y a los hooligan de los medios de comunicación y las volcánicas redes sociales. ¡Dinamita para los pollos! Otro asunto que estamos haciendo mal.
Nada se puede conocer y explicar razonablemente bajo la tiranía de la adrenalina que provocan las emociones de ganar o perder. Solo es explicable porque interesa a los gurús electorales en la tramoya y/o a los medios de comunicación para mantener una luz de alarma permanente que atrae audiencias. Una vez más, ganan las pasiones y el espectáculo. La política, la economía y hasta la vida se vive agitando nuestras emociones. Todo tiene más interés que el valor real del candidato y las propuestas y encarnadura democrática de sus partidos o coaliciones. El candidato es un humano aleccionado y programado como un robot que se lanza al mar de los Sargazos electoral.
No sabemos cómo acabará esta novedad o si acaso es el principio de un cambio más profundo en las formas de atraer a los electores. De momento, viene siendo muy útil para los informativos tronantes de las mañanas, y ocupa lugares de privilegio en los periódicos. Para todos los demás, solo aporta un fuerte grado de tensión más.
«Pedro Sánchez está como un toro».
La otra gran agitación es el debate electoral Sánchez-Feijóo de esta noche en Antena 3. El único debate a dos. El PP lo ha querido de esta manera y Pedro Sánchez y su equipo de campaña han tragado sin apenas pelear por otras opciones. Hasta ahora, junto con el cincelado en mármol de su eslogan favorito, “Derogar el Sanchismo”, es en lo único que el PP se ha mantenido firme como una roca. En todo lo demás se agita, duda, amenaza o tiembla. En la cuestión de los grandes debates electorales casi siempre ocurre igual: se levantan grandes y agresivos debates políticos en torno a su celebración, pero no ha sido así en esta ocasión. El PSOE apenas ha insistido cuando todo parecía llamar a lo contrario.
Este es otro de los grandes temas sobre el que los partidos políticos han sido incapaces de ponerse de acuerdo para legislar en más de cuatro décadas de democracia. Algo bastante insólito, tratándose de uno de los países europeos que más leyes promulga. Se ve que no es un tema que interese a los grandes partidos al menos, pero no así al ciudadano. Cuando se han producido grandes debates entre candidatos a la presidencia del Gobierno, siempre ha habido fuertes audiencias. Esta noche también la habrá. ¿Por qué no se ha legislado sobre ello entonces? Sencillamente, porque ninguno de los grandes partidos a nivel estatal, autonómico e incluso provincial y local quiere tener las “manos atadas” por una legislación que les obliga sobre un tema tan esencial para ellos. Sin embargo, la costumbre ha llevado a que en la mayoría de las Comunidades Autónomas y en los grandes ayuntamientos se acuerde la celebración de debates sin especiales dificultades en general.
Hoy ganará el debate el que logre defenderse mejor y con más soltura del ataque del contrario; el que menos llegue a rozar las cuerdas con la espalda, se atrinchere con mensajes memorizados o ataque con la lectura de fichas y otros artefactos llamativos; quien transmita las mejores emociones a su electorado y logre preocupar al seguidor de su adversario. Pedro Sánchez está como un toro las últimas semanas. Es seguro que Feijóo y su equipo le temen. Lo cantaron cuando decidieron negarse a más de un debate, pues podría restarles la ventaja con la que entran en campaña. Por ello, buscarán la manera de tumbarlo con un disparo dialéctico imprevisto, que los grandes medios de propaganda a su servicio tratarán de convertir de inmediato en una salva de cohetes tácticos tipo HIMARS.
«La Europa democrática está más que preocupada».
Pedro Sánchez, su gobierno y su partido hablan de lo realizado en la muy difícil legislatura que termina: de economía y empleo, de energía, cambio climático y sus efectos, de temas concretos medibles y entendibles. Sin embargo, el PP se encarga de que los múltiples medios de propaganda que le siguen y su electorado los nieguen, rechacen y, sobre todo, silencien. Los socialistas no tienen más opción que insistir, percutir sobre ese lienzo casi indestructible de la muralla popular. Están obligados porque su gran baza electoral se la están cegando.
La economía va bien e importa más que nada, pero ocurre que el PP oculta ese discurso con el muy exitoso “Que te vote Txapote”, o enlodando con chapapote la materia que tanto conocen. El tándem Sánchez-Calviño lo ha hecho bien en este asunto, ha gestionado el ciclo con acierto, ha conseguido revertir el problema crónico del desempleo y acometer reformas estructurales. España observa otro futuro posible mejor y el programa electoral que presentan se extiende y profundiza en este sentido.
Lo curioso y preocupante, sin embargo, es que el tándem PP+Vox llega favorecido por el viento de cola de los nuevos tiempos: atrae lo reaccionario. Tiene mejor chance que la izquierda. Parece que la mayoría de los que van a votar compran los mensajes de marcha atrás propuestos por las derechas cuyo horizonte más nítido se dibuja con los colores sepia y oscuros de nuestro pasado más conservador. Los discursos políticos y crónicas periodísticas en España están tardando demasiado en insistir sobre la cuestión, pero la Europa democrática conservadora, liberal, socialdemócrata y de izquierda está más que preocupada con una eventual victoria de PP y Vox. La ven como una amenaza seria, y hasta cierto punto determinante, para el futuro europeo. Casi solo Salvini, los gobiernos de Hungría, Polonia y la extrema derecha nacionalista y racista europea sigue el “caso español” con indisimulada esperanza.